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El hombre despatarrado sobre los adoquines encontró sus pies con una notable velocidad y se escapó en la noche. Su compañero miró como si él de verdad ambicionara seguirlo, pero la bota de Angus lo tenía firmemente clavado a la tierra.

Angus acarició su barbilla.

– Pienso que nos entendemos. -El hombre cabeceó desesperadamente.

– Bien. Estoy seguro que no tengo que decirle que pasará si alguna vez nuestros caminos se cruzan.

Otra cabezada afligida.

Angus movió su pie y el hombre se escapó, chillando todo el camino.

Con la amenaza finalmente eliminada -el tercer bandido, después de todo, estaba todavía inconsciente- Angus finalmente desplazó su atención a la joven dama que él posiblemente había salvado de un destino peor que la muerte. Ella todavía estaba sentaba sobre los adoquines, mirándole como si fuese un fantasma. Su cabello estaba mojado y pegado a su cara, pero aún en la tenue luz que brillaba de los edificios cercanos, él podía decir que era de algún matiz de castaño. Sus ojos eran claros, y completamente enormes e imperturbables. Y sus labios -que estaban azules y temblando por el frío, realmente no deberían haber estado tan atractivos, pero Angus se encontró moviéndose instintivamente hacia ella, y tenía la extraña idea de que si él la besaba…

Sacudió la cabeza.

– Idiota, -refunfuñó. Estaba en ese lugar para encontrar a Anne, no para perder el tiempo con una inoportuna mujer inglesa. Y hablando de… ¿qué diablos hacía ella aquí, de todos modos, sola en una calle oscura?

Clavó su más severa mirada en ella.

– ¿Qué diablos hace usted aquí? -demandó y luego añadió moderadamente -¿Sola en una calle oscura?

Los ojos de ella, a pesar de que él pensaba no podrían dilatarse más, así lo hicieron, y comenzó a alejarse, su trasero rozando el suelo mientras usaba las palmas de sus manos para sostenerse.

Angus pensó que ella se parecía un poco a un mono que él había visto en una colección de fieras.

– No me diga que tiene miedo de -dijo con incredulidad.

Sus temblorosos labios trataron de formar algo parecido a una sonrisa, aunque Angus tuvo la impresión de que ella trataba de apaciguarlo.

– No, en absoluto, -dijo trémula, su acento confirmaba su temprana suposición de que ella era inglesa. -Es solamente que yo… bueno, usted debe entender -se paró tan de repente que su pie se enganchó en el dobladillo de su vestido, y casi se cayó. -Realmente tengo que estar en otro sitio-soltó.

Y luego, con un cauteloso vistazo en su dirección, comenzó a alejarse, moviéndose de costado de modo que pudiera mantener un ojo sobre él y otro sobre dondequiera que pensase que se dirigía.

– Por el amor de… -Se detuvo antes de blasfemar delante de esta muchacha, que ya le miraba como si tratase de decidir si era más parecido al Diablo o Atila el Huno.

– No soy el bandido en esta pieza -dijo mordazmente.

Margaret agarró los pliegues de su falda y masticó nerviosamente el interior de su mejilla. Había sido aterrorizada cuando aquellos hombres la agarraron, y todavía no lograba poner fin al incontrolable temblor de sus manos. A las cuatro y veinte, ella era todavía una inocente, pero había vivido lo suficiente para saber sus intenciones. El hombre que estaba de pie delante de ella la había salvado, ¿pero con qué propósito? Ella no pensaba que él quisiera hacerle daño, su comentario sobre proteger a las mujeres fue demasiado sincero para haber sido una actuación. ¿Pero eso significaba que ella podía confiar en él?

Como si sintiera sus pensamientos, él resopló y sacudió su cabeza ligeramente.

– Por el amor de Dios, mujer, salvé su maldita vida.

Margaret se estremeció. El enorme escocés probablemente estaba en lo correcto, y ella sabía que su difunta madre le habría ordenado ponerse de rodillas solamente para agradecerle, pero la verdad era parecía un poco desequilibrado. Sus ojos eran cálidos y hacían alarde de carácter, y había algo en él -algo extraño e indescriptible- que la hizo temblar interiormente.

Pero ella no era una cobarde, y había pasado bastantes años tratando de inculcar buenos modales a sus hermanos más jóvenes, y no estaba por mostrarse hipócrita y comportarse groseramente ella misma.

– Gracias, -dijo rápidamente, su corazón acelerado, razón por la cual hablaba atropelladamente. -Esto… eh… muy bien hecho, y yo… gracias, y creo que puedo hablar por mi familia cuando digo que ellos también le agradecen, y estoy segura que si alguna vez me encontrase casada, mi marido le agradecería también.

Su salvador (¿o era su Némesis? -Margaret no estaba segura) sonrió despacio y dijo:

– Entonces usted no está casada.

Ella se alejó unos pasos.

– Eh, no, eh, realmente debo irme.

Sus ojos se estrecharon.

– ¿Usted no está aquí fugándose para casarse, verdad? Porque eso siempre es una mala idea. Tengo un amigo con una propiedad en la zona, y él me dice que las posadas están llenas de mujeres que han sido comprometidas en el camino a Gretna Green, pero nunca desposadas.

– Ciertamente no me fugo para casarme, -dijo con irritación. -¿Realmente luzco tan tonta?

– No, no lo parece. Pero olvide que lo pregunté. Realmente no me importa. -Él sacudió su cabeza con cansancio. -He montado a caballo todo el día, estoy dolorido como el demonio, y todavía no he encontrado a mi hermana. Me alegro de que esté a salvo, pero no tengo tiempo de sentarme aquí y…

Su semblante entero cambió.

– ¿Su hermana? -repitió, a la carga. -¿Usted busca a su hermana? Dígame, señor, ¿cuántos años tiene ella, cómo es, y usted es un Fornby, Ferrige o Fitch?

Él la miró como si de repente le hubiesen brotado cuernos.

– ¿De qué diablos habla, mujer? Mi nombre es Angus Greene.

– Maldita sea, -refunfuñó, sorprendiéndose aún ella misma con el empleo de una blasfemia. -Había estado esperando que usted pudiera demostrar ser un aliado útil.

– ¿Si no esta aquí fugándose para casarse, qué hace usted aquí?

– Mi hermano, -se quejó. -El imbécil piensa que quiere casarse, pero sus novias son completamente inadecuadas.

– ¿Novias, en plural? ¿La bigamia todavía es ilegal en Inglaterra, verdad?

Ella le frunció el ceño.

– No sé con cual se fugó para casarse. Él no lo dijo. Pero todas ellas son sencillamente horribles. -Ella se estremeció, como si acabase de tragar un remedio. -Horribles.

Un fresco chaparrón cayó sobre ellos, y sin pensarlo siquiera, Angus tomó su brazo y la arrastró bajo la profunda saliente. Ella siguió hablando durante toda la maniobra.

– Cuando consiga poner mis manos sobre Edward, voy a matarlo, -decía ella. -Yo estaba bastante ocupada en Lancashire, usted sabe. No es como si tuviera el tiempo para dejar todo y perseguirlo a Escocia. Tengo una hermana que cuidar, y una boda que planificar. Ella se casa en tres meses, después de todo. La última cosa que necesitaba era viajar hasta aquí y…

Su mano se tensó alrededor de su brazo.

– Espere un momento, -dijo él en un tono que cerró su boca inmediatamente. -No me diga que viajó a Escocia usted sola. -Sus cejas se juntaron, y él la miró como si estuviera dolorido. -No me diga eso.

La mirada de ella fue presa del fuego ardiente en sus ojos oscuros, y retrocedió todo lo lejos que su intenso apretón le permitía.

– Yo sabía que usted estaba loco, -dijo, mirando de un lado a otro como si buscase a alguien que la salvara de este maniático.

Angus la acercó, usando útilmente su tamaño y fuerza para intimidarla.

– ¿Emprendió o no usted un viaje de larga distancia sin una escolta?

– ¿Sí? -dijo ella, la única sílaba como una pregunta.