Hubo ventajas, decidió ella rápidamente, en un matrimonio precipitado.
Y entonces la feliz pareja se encontró de nuevo en su habitación de The Canny Man.
– Debería comprar esta posada, -gruñó Angus mientras la cargaba a través del umbral, -solo para estar seguro de que esta habitación nunca será usada por nadie más.
– ¿Estás tan encariñado con ella? -se burló Margaret.
– Sabrás porque antes de la mañana.
Ella se ruborizó.
– ¿Mejillas rosadas todavía? -se rió. -Y tú, una vieja mujer casada.
– ¡He estado casada por dos horas! Pienso que todavía tengo el derecho a ruborizarme.
La dejó sobre la cama y miró abajo, hacia ella, como si fuera una delicia en la ventana de la panadería.
– Si, -murmuró, -lo tienes.
– Mi familia no va a creer esto, -indicó.
Angus se deslizó en la cama y cubrió el cuerpo de ella con el suyo.
– Puedes preocuparte por ellos más tarde.
– Yo todavía no puedo creerlo.
Su boca encontró su oído, y su aliento estaba caliente cuando dijo:
– Lo harás. Me aseguraré que lo harás. -Sus manos se escabulleron alrededor de ella hacia su trasero, acoplándola y apretándola firmemente contra su excitación.
Margaret dejo escapar un sorprendido, -¡Oh!
– ¿Lo crees ahora?
De donde sacó su osadía, nunca lo supo, pero sonrió seductoramente y murmuró:
– No del todo.
– ¿Ah sí? -sus labios se extendieron en una lenta sonrisa. -¿Esto no es una prueba suficiente?
Ella sacudió la cabeza.
– Hmmmm. Debe ser por toda esta ropa.
– ¿Lo crees?
Él asintió y se puso a trabajar en los botones de su abrigo, que ella todavía estaba usando.
– Hay muchas, demasiadas capas de tela en esta habitación.
El abrigo se desapareció, así como su falda, y luego, antes de que Margaret tuviera tiempo de sentirse tímida, Angus se había quitado sus propias prendas, y todo lo que quedaba era piel contra piel.
Era la sensación más extraña. Él estaba tocándola por todos lados. Estaba encima de ella y alrededor de ella, y pronto, comprendió con asombro, jadeante, estaría dentro de ella.
Su boca se movió hacia la delicada piel de su lóbulo, jugando y mordisqueándolo mientras le susurraba atrevidas insinuaciones que la hicieron ruborizar hasta los dedos de los pies. Y luego, antes de que ella pudiese dar alguna clase de respuesta, el se alejó y descendió, y antes de que ella se diese cuenta, su lengua rodeaba su ombligo, y ella supo, supo absolutamente, que él iba a realizar cada uno de esos atrevidos actos esa misma noche.
Sus dedos cosquillearon en camino hasta su feminidad, y Margaret jadeó cuando él se deslizó dentro. Debería haber parecido una invasión, pero en cambio era más como una consumación, y sin embargo todavía no era suficiente.
– ¿Te gusta eso? -murmuró, alzando la vista.
Ella asintió, su aliento entrando superficialmente, en necesitadas bocanadas.
– Bien, -dijo, luciendo muy masculino y muy complacido consigo mismo. -Te gustará incluso más.
Su boca resbaló para encontrarse con sus dedos, y Margaret casi se cayó de la cama.
– ¡No puedes hacer eso! -exclamó.
Él no levantó la mirada, pero podía sentirlo sonreír contra la sensible piel del interior de sus muslos.
– Si, puedo.
– No, realmente…
– Sí. -Él levantó la cabeza, y su lenta, perezosa sonrisa derritió sus huesos. -Puedo.
Le hizo el amor con la boca, la provocó con sus dedos, y todo el tiempo una lenta, perturbadora presión aumentaba dentro de ella, la necesidad creció hasta que casi dolió y aún se sentía perversamente delicioso.
Y luego algo dentro de ella explotó. Algún profundo, secreto lugar que ella no sabía que existiera estalló en luz y placer, y su mundo se redujo a esa cama, con ese hombre.
Era absolutamente perfecto.
Angus deslizó su cuerpo a lo largo del de ella, envolviendo los brazos alrededor suyo mientras regresaba lentamente hacia la tierra. Angus todavía estaba duro, su cuerpo tiesamente enrollado de necesidad, y aún de algún modo él se sentía extrañamente realizado. Era ella, se dió cuenta, Margaret. No había nada en la vida que pudiese ser mejor que una de sus sonrisas, y producirle su primer placer de mujer y tocar su alma.
– ¿Feliz? -murmuró.
Ella asintió, luciendo somnolienta y saciada y muy, muy satisfactoriamente amada.
El se inclinó y hociqueó su nuca.
– Hay más.
– Algo más seguramente me mataría.
– Oh, pienso que podemos arreglarnos. -Angus rió entre dientes mientras se colocaba sobre ella, usando sus poderosos brazos para mantener su cuerpo a pocas pulgadas del suyo.
Los ojos de ella se abrieron emocionados, y le sonrió. Levantó una de sus manos para tocar su mejilla.
– Eres un hombre tan fuerte, -susurró. -Un hombre tan bueno.
Él giró su rostro hasta que sus labios encontraron el hueco de su palma.
– Te amo, sabes.
El corazón de Margaret se salteó un latido, o tal vez palpitó el doble.
– ¿Lo haces?
– Es la maldita cosa más extraña, -dijo, su sonrisa un poco desconcertada y con un toque de orgullo. -Pero es la verdad.
Ella lo miró fijamente por varios segundos, memorizando su rostro. Quería recordar todo sobre ese momento, desde el destello en sus ojos oscuros hasta el modo en que su espeso, negro cabello caía sobre su frente. Y luego estaba el modo en que la luz impactaba sobre su cara, y la fuerte pendiente de sus hombros, y…
Su corazón se volvió cálido. Iba a tener toda la vida para memorizar esas cosas.
– Yo también te amo. -susurró.
Angus se inclinó y la besó. Y luego la hizo suya.
Varias horas después, estaban sentados en la cama, tomando con entusiasmo la comida que el posadero había dejado fuera de su puerta.
– Pienso, -dijo de repente Angus, -que hicimos un bebé anoche.
Margaret dejó caer su muslo de pollo.
– ¿Porqué demonios pensarías eso?
Él se encogió de hombros.
– Ciertamente trabajé lo bastante fuerte.
– Oh, y piensas que esa única vez…
– Tres. -sonrió burlonamente. -Tres veces.
Margaret se ruborizó y farfulló:
– Cuatro.
– ¡Tienes razón! Olvidé todo sobre…
Ella aplastó su hombro.
– Es suficiente, sino te molesta.
– Nunca tendré suficiente. -Se inclinó hacia adelante y dejó caer un beso sobre su nariz. -Estuve pensando.
– Dios me asista.
– A la vista de que somos Greenes, y esto es Gretna Green, y nunca deberíamos olvidar como nos conocimos…
Margaret gimió.
– Para ahí, Angus.
– ¡Gretel! -dijo con gesto dramático. -Podemos llamarla Gretel. Gretel Greene.
– Jesús, whisky y Robert Bruce, por favor dime que él bromea.
– ¿Gertrude? ¿Gertrude Greene? No tendrá la misma sagacidad, pero mi tía estará orgullosa de ese honor.
Margaret se hundió en la cama. Resistirse era inútil.
– ¿Grover? Gregory. No puedes quejarte de Gregory. ¿Galahad? Giselle…
Julia Quinn