– ¡Buen Dios, mujer! -explotó. -¿Está usted loca? ¿Tiene usted alguna idea de qué les ocurre a las mujeres que viajan solas? ¿No pensó en su propia seguridad?
La boca de Margaret se cayó abierta.
Él la dejó ir y comenzó a pasearse.
– Cuando pienso en lo que podría haber pasado… -sacudió la cabeza, refunfuñando, -Jesús, whisky y Robert Bruce. La mujer está chiflada.
Margaret parpadeó rápidamente, tratando de poner sentido a todo esto.
– Señor, -comenzó cautelosamente, -usted ni siquiera me conoce.
Él se giró. -¿Cuál demonios es su nombre?
– Margaret Pennypacker, -contestó antes de que se le ocurriese de que tal vez él realmente fuera un loco, y tal vez ella no debería haberle dicho la verdad.
– De acuerdo, -escupió. -Ahora la conozco. Y es usted una idiota. Con una empresa descabellada.
– ¡Espere un momento! -exclamó, dando un paso adelante y agitando su brazo hacia él. -Sucede que estoy ocupada en una misión sumamente seria. La felicidad de mi hermano podría estar en juego. ¿Quién es usted para juzgarme?
– El hombre que la salvó de una violación.
– ¡Bien! -respondió Margaret, sobre todo porque era lo único que podía pensar en decir.
Él se pasó la mano por el pelo.
– ¿Cuáles son sus planes para esta noche?
– ¡Eso no es asunto suyo!
– Usted se convirtió en mi asunto en el minuto en que la vi a usted siendo arrastrada por… -Angus sacudió su cabeza, dándose cuenta que había olvidado al hombre que había dejado inconsciente. El muchacho se había despertado y se levantaba lentamente a sus pies, obviamente tratando de moverse tan silenciosamente como fuese posible.
– No se mueva, -Angus espetó a Margaret. Él estuvo delante del corpulento hombre en dos pasos, luego agarró su cuello y lo arrastró hasta ella, colgado en el aire. -¿Tiene usted algo para decirle a esta mujer? -gruñó.
El hombre sacudió su cabeza.
– Yo creo que sí.
– Ciertamente no tengo nada para decirle, -interpuso Margaret, tratando de ser útil.
Angus la ignoró.
– ¿Una disculpa, quizás? Una abyecta disculpa con el empleo de la frase "soy un perro callejero miserable” podría aliviar mi carácter y salvar su patética vida.
El hombre comenzó a temblar.
– Lo siento, loo ssienn… to ssssiennttoo.
– Realmente, señor Greene, -dijo Margaret rápidamente, -pienso que hemos terminado. Quizás usted debería dejarlo ir.
– ¿Quiere usted hacerle daño?
Margaret estaba tan sorprendida que comenzó a toser.
– ¿Disculpe?, -logró escapársele finalmente.
Su voz era dura y extrañamente apagada cuando repitió su pregunta.
– ¿Quiere usted hacerle daño? Él le habría deshonrado.
Margaret parpadeó de modo incontrolable a la extraña luz en sus ojos, y tuvo la horrible sensación de que él mataría a ese hombre si ella sencillamente se lo pidiera.
– Estoy bien -se atragantó. -Creo que administré unos pocos golpes antes por la tarde. Esto satisfizo bastante mi exigua sed de sangre.
– No éste, -contestó Angus. -Usted lastimó a los otros dos.
– Estoy bien, realmente.
– Una mujer tiene derecho a su venganza.
– Realmente no hay ninguna necesidad, se le aseguro. Margaret echó un vistazo rápidamente alrededor, tratando de evaluar sus posibilidades para fugarse. Ella iba tener que huir pronto. Este muchacho, Angus Greene, podría haber salvado su vida, pero él estaba completamente loco.
Angus dejó caer al hombre y lo empujó hacia adelante.
– Salga aquí antes de que lo mate.
Margaret comenzó a ir de puntillas en la dirección apuesta.
– ¡Usted! -bramó. -No se mueva.
Ella se congeló. Podría no gustarle este enorme escocés, pero ella no era ninguna idiota. Él era dos veces su tamaño, después de todo.
– ¿Dónde piensa usted que va?
Ella decidió no contestar eso.
Él rápidamente cerró la distancia entre ellos, cruzó sus brazos, y la miró con el ceño fruncido.
– Creo que usted estaba a punto de informarme sobre sus proyectos para la tarde.
– Lamento comunicarle señor, pero mis intenciones eran no seguir esa particular línea de…
– ¡Dígame! -rugió.
– Yo iba a buscar a mi hermano, -soltó ella, decidiendo que tal vez era una cobarde, después de todo. La cobardía, decidió, realmente no era una cosa tan mala cuando una se enfrentaba a un escocés loco.
Él sacudió su cabeza.
– Usted viene conmigo.
– Oh, por favor, -se mofó. -Si usted piensa…
– Señorita Pennypacker, -la interrumpió, -yo también podría informarle que cuando tomo una decisión, raras veces cambio de parecer.
– Señor Greene, -contestó con igual resolución, -no soy su responsabilidad.
– Quizás, pero nunca he sido el tipo de hombre que podría abandonar a una mujer solitaria a su propia defensa. Por lo tanto, usted viene conmigo, y decidiremos que hacer con usted por la mañana.
– Pensé que usted buscaba a su hermana, -dijo, su irritación clara en su tono de voz.
– Mi hermana seguramente no consigue alejarse más de mí con este tiempo. Estoy seguro que ella está metida en alguna posada, probablemente aún aquí en Gretna Green.
– ¿No debería usted buscarla en las posadas esta víspera?
– Anne no es madrugadora. Si ella de verdad está aquí, no reanudará su viaje antes de las diez. No tengo ningún miramiento sobre el retraso de mi búsqueda por ella hasta la mañana. Anne, estoy seguro, está a salvo esta víspera. Usted, por otra parte, tengo mis dudas.
Margaret casi le estampó su pie.
– No hay ninguna necesidad…
– Mi consejo, señorita Pennypacker, es que acepte su destino. Una vez que piense en ello, comprenderá que esto no es tan malo. ¿Una cama caliente, una comida buena, cómo pueden ser tan ofensivos?
– ¿Por qué hace esto? -preguntó con desconfianza. -¿Qué gana usted?
– Nada, -él admitió con una sonrisa ladeada. -¿Pero alguna vez ha estudiado usted la historia china?
Ella lo miró sardónicamente. Como si alguna vez, realmente le permitieran a las muchachas inglesas estudiar más que el bordado y la ocasional lección de historia, la historia británica, desde luego.
– Hay un proverbio, -dijo él, sus ojos evocadores. -No recuerdo como va precisamente, pero es algo así como una vez que se salva una vida, usted es responsable de ella para siempre.
Margaret se ahogó con su aliento. Buen Dios, ¿el hombre no pensaba cuidarla para siempre, verdad?
Angus captó su expresión y casi se dobló de la risa.
– Ah, no se preocupe, señorita Pennypacker, -dijo. -No tengo ningún plan para instalarme como su protector permanente. Me quedaré con usted hasta que llegue el amanecer y me aseguraré que esté instalada, y luego usted puede continuar alegremente su camino.
– Muy bien, -dijo Margaret de mala gana. Era difícil discutir con alguien que tenía los mejores intereses en el fondo. -Realmente aprecio su preocupación, y quizás podríamos buscar a nuestros errantes hermanos juntos. Debería hacer el trabajo un poco más fácil, pienso.
Él tocó su barbilla, alarmándola con su dulzura.
– Ese es el espíritu. Entonces, ¿nos marchamos?
Ella asintió, pensando que quizás debería hacer un ofrecimiento de paz propio. Después de todo, el hombre la había salvado de un horrible destino, y ella había respondido llamándolo loco.
– Usted tiene un rasguño, -dijo, tocando su sien derecha. Siempre era más fácil para ella mostrar su gratitud con hechos, que con palabras. -¿Por qué no me deja ocuparme de esto? No es muy profundo, pero debería tener esto limpio.
Él asintió y tomó su brazo.
– Apreciaría eso.
Margaret contuvo el aliento, un poco sorprendida por lo enorme que parecía él cuando estaba de pie directamente al lado de ella.