Margaret se ruborizó.
– Si usted no deja de hablar de ese infernal bebé que no existe, juro que cerraré el cajón en sus dedos.
Él juntó las manos detrás de su espalda y sonrió abiertamente.
– Estoy temblando de terror.
Ella le dirigió una mirada irritada, luego parpadeó.
– ¿Dijo usted Lady Greene?
– ¿Importa eso? -Angus dijo bromeando.
– ¡Bien, sí!
Durante un momento Angus solo la miró fijamente, la decepción extendiéndose en su pecho. El suyo era un titulo menor -sencillamente una baronía con un pequeño pero encantador pedazo de tierra- pero todavía las mujeres lo veían como un premio para ser ganado. El matrimonio parecía ser algún tipo de competencia entre las damas que él conocía. La que atrape el título y el dinero, gana.
Margaret se colocó la mano sobre el corazón.
– Tengo gran aprecio por los buenos modales.
Angus sintió un renovado interés.
– ¿Sí?
– No debería haberle llamado señor Greene si usted es realmente Lord Greene.
– En realidad es Sir Greene, -dijo, sus labios dibujando una sonrisa, -pero puedo asegurarle que no estoy ofendido.
– Mi madre debe estar revolviéndose en su tumba. -Ella sacudió la cabeza y suspiró. -He tratado de enseñar a Edward y Alicia -mi hermana- lo que mis padres habrían querido. He tratado de vivir mi vida del mismo modo. Pero a veces pienso que sencillamente no soy lo bastante buena.
– No diga eso, -dijo Angus con gran sentimiento. -Si usted no es lo bastante buena, entonces tengo serios miedos por mi propia alma.
Margaret le ofreció una temblorosa sonrisa.
– Usted puede tener la capacidad de ponerme tan furiosa que no puedo ver derecho, pero yo no me preocuparía por su alma, Angus Greene.
Él se inclinó hacia ella, sus ojos oscuros brillando con humor, travesura, y solo un poco de deseo.
– ¿Está tratando de elogiarme señorita Pennypacker?
Margaret inspiró, un calor creciendo extrañamente por todo su cuerpo. Él estaba tan cerca, sus labios apenas a unas pulgadas de distancia, y ella tuvo el repentino, extraño pensamiento de que le podría gustar ser una mujer descarada por una vez en su vida. Si solamente ella se inclinara adelante, oscilando hacia él por un segundo… ¿tomaría él la iniciativa y la besaría? ¿La arrastraría hasta sus brazos, sacaría los alfileres de su cabello, y la haría sentir como si fuera la estrella de un soneto shakesperiano?
Margaret se inclinó.
Se balanceó.
Y se cayó directamente de la cama.
Capítulo 3
Margaret chilló sorprendida mientras se deslizaba por el aire. No era una larga caída; el piso prácticamente saltó para encontrar su cadera, que desde luego estaba magullada por su paseo en el carro del agricultor. Ella estaba sentada allí, algo aturdida por su repentino cambio de posición, cuando la cara de Angus apareció sobre el borde de la cama.
– ¿Está usted bien? -preguntó.
– Yo, eh, perdí el equilibrio, -refunfuñó ella.
– Ya veo, -dijo él, tan solemne que ella no podía creerlo.
– Con frecuencia pierdo el equilibrio, -mintió ella, tratando de hacer parecer el incidente tan corriente como fuera posible. No todos los días se caía una de la cama mientras oscilaba en un beso con un completo extraño.-¿Usted?
– Nunca.
– Esto no es posible.
– Bien, -él reflexionó, rascándose la barbilla, -supongo que no es completamente cierto. A veces…
Los ojos de Margaret se fijaron en sus dedos mientras acariciaban la barba de su mandíbula. Algo en el movimiento la paralizó. Ella podía ver cada pequeño pelo, y con un horrorizado jadeo comprendió que su mano ya había cruzado la mitad de la distancia entre ellos.
¡Por Dios!, ella quería tocarlo.
– ¿Margaret? -le preguntó, con ojos divertidos. -¿Me está escuchando?
Ella parpadeó.
– Desde luego. Solamente… -Su mente fracasó para decir algo. -Bien, es obvio que estoy sentada en el suelo.
– ¿Y esto interfiere con sus habilidades auditivas?
– ¡No! Yo… -Ella sujetó sus labios juntos en una línea irritada. -¿Qué estaba diciendo?
– ¿Está segura de que no quiere volver sobre la cama así puede oírme mejor?
– No, gracias. Estoy perfectamente cómoda, gracias.
Él la alcanzó, sujetó con una de sus grandes manos su brazo, y la arrastró sobre la cama.
– Yo podría haberle creído si usted lo hubiera dejado en un "gracias".
Ella hizo una mueca. Si ella tenía un defecto fatal, era intentarlo con demasiada fuerza, protestar demasiado, argumentar demasiado alto. Nunca sabía cuando parar. Sus hermanos le venían diciendo desde hace años, y en lo profundo de su corazón, ella sabía que podría ser el peor tipo de plaga cuando tenía la mente fija en un objetivo.
Ella no estaba por inflar su ego mucho más estando de acuerdo con él, en cambio sorbió por la nariz y dijo, -¿Hay algo desagradable en los buenos modales? La mayoría de la gente aprecia una palabra de agradecimiento de tanto en tanto.
Él se inclinó adelante, sobresaltándola con su proximidad.
– ¿Sabe usted cómo sé que no me estaba escuchando?
Ella sacudió su cabeza, su ingenio normalmente preparado estaba yéndose por la ventana -lo que no era una hazaña insignificante, considerando que la ventana estaba cerrada.
– Usted me había preguntado si alguna vez me he sentido desequilibrado -dijo, su voz reduciéndose a un ronco murmullo, -y dije no, pero entonces… -Él levantó sus poderosos hombros y los dejó caer con un extraño encogimiento lleno de gracia. -Entonces, -añadió, -lo reconsideré.
– E-Este… porque yo le dije que eso no era posible, -logró decir apenas.
– Bien, sí, -reflexionó él, -pero, sentado aquí con usted, tuve un repentino destello de memoria.
– ¿Lo hizo?
Él asintió despacio, y cuando habló, cada palabra salió con hipnotizadora intensidad.
– No puedo hablar por otros hombres…
Ella se encontró atrapada en su cálida mirada, y no podía apartar la mirada tanto como no podía dejar de respirar. Su piel hormigueo y sus labios se separaron, y luego tragó convulsivamente, de repente segura de que habría estado mejor en el suelo.
Él se llevó un dedo a la comisura de la boca, pasando la mano por la piel mientras continuaba su perezoso discurso. -… pero cuando estoy vencido por el deseo, borracho de él…
Ella salió disparada de la cama como un petardo chino.
– Tal vez, -dijo, con voz extrañamente espesa, -deberíamos pensar en conseguir esa cena.
– Correcto. -Angus se paró tan de repente que la cama se meció. -Sustento es lo que necesitamos. -Él le sonrió abiertamente. -¿No lo cree?
Margaret solamente lo miró fijo, asombrada por el cambio en su semblante. Él había estado intentando seducirla, estaba segura de ello. O si no lo estaba, definitivamente intentaba ponerla nerviosa. Él hasta había admitido que había disfrutado haciéndolo.
Y había tenido éxito. Su estómago estaba más o menos saltando, su garganta parecía haber aumentado tres veces, y ella seguía teniendo que asirse de los muebles para mantener el equilibrio.
¡Y aún así, ahí estaba él, completamente tranquilo, sonriendo incluso! O él no había sido afectado por su proximidad, o el maldito hombre pertenecía a la etapa shakesperiana.
– ¿Margaret?
– Comida está bien, -soltó.
– Me alegro que esté de acuerdo conmigo, -dijo él, pareciendo completamente divertido por su pérdida de compostura. -Pero primero usted debe sacarse el abrigo mojado.
Ella sacudió su cabeza, abrazándose a sí misma.
– No tengo nada más.