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– Ah, mi Dios, -dijo, apartando suavemente un rizado mechón de cabello castaño. -Oh, mi cabello.

Angus rió.

– ¿Su peinado siempre se deshace cuando usted se ríe? Porque debo decir, esto es una peculiaridad bastante simpática.

Ella alzó la mano y con timidez acarició su pelo.

– Está desordenado desde la mañana, estoy segura. Yo no tuve el tiempo para fijarlo de nuevo antes de que bajáramos para la cena y…

– No necesita tranquilizarme. Tengo plena confianza que durante un día normal, cada cabello de su cabeza está en su sitio.

Margaret frunció el ceño. Ella siempre estaba orgullosa sobre su aseada y ordenada apariencia, pero las palabras de Angus -que seguramente pretendían ser un cumplido- de algún modo la hicieron sentir decididamente desarreglada.

Ella fue salvada de seguir con esta cuestión, por la llegada de George, el posadero.

– ¡Och, ahí está usted! -dijo en un estruendo, bajando un gran plato de barro sobre su mesa. -¿Todos secos, verdad?

– Lo mejor que se puede esperar, -contestó Angus, con una de aquellas cabezadas que los hombres comparten cuando piensan que se compadecen sobre algo.

Margaret giró sus ojos.

– Weel [5], usted está invitado para una delicia, -dijo George, -porque mi esposa, tenía algún haggis hecho y listo para mañana. Tuvo que calentarlo, desde luego. No se puede comer haggis frío.

Margaret no pensó que el haggis caliente luciera terriblemente apetitoso, pero se abstuvo de ofrecer una opinión sobre el asunto.

Angus llevó el aroma -o humores, como Margaret solía llamarles- en su dirección y tomó una aspiración ceremonial.

– Och, McCallum, -dijo él, sonando más escocés que en todo el día, -si esto sabe algo como huele, su esposa es un floreciente genio.

– Desde luego que lo es, -contestó George, agarrando dos platos de la mesa de al lado y poniéndolos delante de sus invitados. -¿Ella se casó conmigo, verdad?

Angus se rió calurosamente y dio una palmada cordial al posadero. Margaret sintió una réplica subir por su garganta y tosió para contenerla.

– Solo un momento, -dijo George. -Tengo que conseguir un cuchillo apropiado.

Margaret lo observó marcharse, luego se inclinó a través de la mesa y siseó, -¿Qué hay en esta cosa?

– ¿No lo sabe? -preguntó Angus, obviamente disfrutando de su angustia.

–  que huele horrible.

– Tsk, tsk. ¿Esta tarde estaba insultando gravemente mi cocina nacional aún sin saber de lo que hablaba?

– Solamente dígame los ingredientes, -rechinó.

– El corazón, picado con el hígado y el pulmón, -contestó él, dibujando las palabras en todo su detalle sangriento. -Entonces añada algún sebo bueno, cebollas, y harina… rellenados en el estómago de una oveja.

– ¿Qué, -preguntó Margaret al aire a su alrededor, -he hecho para merecer esto?

– Och, -dijo Angus con desdén. -Le gustará esto. Ustedes ingleses siempre adoran los órganos.

– Yo no. Nunca lo hice.

Él ahogó una risa.

– Entonces podría estar en un pequeñito problema.

Los ojos de Margaret crecieron aterrados.

– No puedo comer esto.

– Usted no quiere insultar a George, ¿verdad?

– No, pero…

– Usted me dijo que tenía un gran aprecio por los buenos modales, ¿verdad?

– Sí, pero…

– ¿Está usted listo? -preguntó George, entrando nuevamente dentro del cuarto con los ojos resplandecientes. -Porque le daré un haggis propio de Dios. -Con esto, sacó de repente un cuchillo con tal destreza que Margaret se vió obligada a tambalearse hacia atrás o arriesgarse a tener su nariz permanentemente acortada.

George cantó en voz alta algunos compases de un himno bastante pomposo-presagiando la comida, Margaret estaba segura- entonces, con un amplio y orgulloso golpe de su brazo, cortó por la mitad el haggis, abriéndolo para que todo el mundo lo viera.

Y oliera.

– Oh, Dios, -Margaret jadeó, y nunca antes había pronunciado un rezo tan sentido.

– ¿Alguna vez ha visto usted una cosa tan encantadora? -cantó George

– Tomaré la mitad en mi plato ahora mismo, -dijo Angus.

Margaret sonrió débilmente, tratando de no respirar.

– Ella tomará una pequeña porción, -dijo por ella. -Su apetito no es lo que una vez fue.

– Och, sí, -contestó George, -el bebé. Usted estará en los primeros meses, entonces, ¿eh?

Margaret supuso que esos "primeros" podrían ser interpretados como pre-embarazo, así que asintió.

Angus levantó una ceja de aprobación. Margaret le frunció el ceño, irritada de que él estuviera tan impresionado de que ella finalmente participara en esta ridícula mentira.

– El olor podría hacerle sentirse un poco mareada, -dijo George, -pero no hay nada para un bebé como un buen haggis, entonces debería al menos intentar comer, como mi tía abuela Millie la llama, una porción-no-gracias.

– Sería encantador, -Margaret logró no atragantarse.

– Aquí tiene, -dijo George, sirviéndole una sana cantidad.

Margaret miró fijamente la masa de alimento sobre su plato, intentando no tener arcadas. Si esto era no-gracias, se estremeció imaginándose el sí-por-favor.

– ¿Dígame, -dijo ella, tan con recatada como fuera posible, -cómo es su Tía Millie?

– Och, una mujer encantadora. Fuerte como un buey. Y tan grande como uno, también.

Los ojos de Margaret cayeron de nuevo sobre su cena.

– Sí, -murmuró, -eso es lo que pensé.

– Inténtelo, -impulsó George. -Si le gusta, haré que mi esposa haga Hugga-muggie mañana.

– ¿Hugga-muggie?

– La misma cosa que haggis, -dijo Angus amablemente, -pero hecho con el estómago de un pescado en vez de la oveja.

– Que… encantador.

– Och, le diré que llene uno, entonces, -aseguró George.

Margaret miró con horror como el posadero regresaba a la cocina.

– No podemos comer aquí mañana, -siseó ella a través de la mesa. -No me importa si tenemos que cambiar de posada.

– Entonces no coma el hugga-muggie. -Angus separó un enorme bocado, se lo llevó a la boca y masticó.

– ¿Y cómo se supone que voy a evitarlo, cuando usted ha estado charlando sobre como debo elogiar con buenos modales la comida del posadero?

Angus todavía estaba masticando, así que logró evitar contestar. Entonces él tomó un largo trago del alé [6] que uno de los criados de George había deslizado en la mesa.

– ¿No va usted al menos intentarlo? -preguntó, haciendo señas hacia el haggis intacto sobre su plato.

Ella sacudió la cabeza, sus enormes ojos verdes algo aterrados.

– Intente un mordisco, -la instó, atacando su porción con gran gusto.

– No puedo. Angus, le digo, es la cosa más extraña, y no sé como sé esto, pero si como un bocado de este haggis, moriré.

Él bajó el haggis con otro sorbo de alé, mirándola con toda la seriedad que podía reunir, y preguntó, -¿Está segura de esto?

Ella asintió.

– Bien, si ese es el caso… -Él extendió la mano, tomó su plato, y deslizó el contenido entero en el suyo. -No se puede desperdiciar un buen haggis.

Margaret comenzó a echar un vistazo alrededor de la estancia.

– Me pregunto si tiene algo de pan.

– ¿Hambrienta?

– Famélica.

– Si usted piensa que puede aguantar durante diez minutos más sin perecer, el viejo George probablemente traerá algún queso y pudín.

El suspiro que Margaret soltó fue sentido en extremo.

– Le gustarán nuestros postres escoceses, -dijo Angus. -No encontrará ningún órgano.

Pero los ojos de Margaret estaban fijos de una manera extraña en la ventana al otro lado de la habitación.

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[5] Nota de la Traductora: en gaélico en el original..

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[6] Nota de la Traductora: así en el original. Ale es la cerveza fermentada en caliente (entre 15 y 25º C) y con cepas de levadura, que en el tanque, suben a la superficie.