– Mi padre fue muerto a tiros en Yucatán. Al viejo cabrón se le metió en la cabeza tener a una indiecita hermosa en la hacienda de nadie menos que don Olegario Molina, que era el gobernador eterno de la provincia. Aquéllos eran los días del auge del henequén. Todos sabíamos que nada dejaba tanto dinero como la cosecha de henequén. Yucatán era gobernado por la casta divina, así le pusieron ellos mismos, los muy cabrones. Mi padre era un terrateniente del norte, aquí donde estamos ahora: desierto y nopal y unas cuantas viñas aquí y allá, también magueyes y buenas cosechas de algodón. Noches frías aquí en el desierto. Estamos arriba, el aire es delgado. Dicen que allá abajo es caliente y húmedo el año entero. Una dura costra de tierra sin ríos. Pozos muy hondos. Selvas color gris, dicen. Yo no he estado allí. Cuentan que a las vírgenes las echaban en los pozos. Mi padre era huésped de la hacienda y sentía que merecía a la muchacha bonita que vio trabajando allí. Pasa a cada rato. Dicen que la tuvo la mera víspera de la revolución. El ya estaba viejo, pero tan gallo como siempre. Como la tierra entera olía a azufre y sangre, ha de haber creído que ya estaba entrando al hoyo del infierno y debería apurarse para su última gran cogida. Dicen que la tuvo en su propia recámara y que ella pataleó y tumbó el mosquitero que cayó encima de los dos y que él gruñó de placer con esto, sintiendo la humedad de la sangre de la muchacha manchando el mosquitero con las moscas y los insectos capturados en la tela que les cayó encima como una nube ligera pero estranguladora y los baldaquines de cobre temblaron y la muchacha también: ahora otro hombre como yo, el novio de la muchacha, que estaba encargado de las llaves de la hacienda, ¿quién sabe?, de darle cuerda a los relojes también, la vio salir de la recámara de mi padre y le golpeó la cara con las llaves pero ella no lloró, nomás dijo: "allá adentro está él", mi padre estaba allí, gringuita, frotándose otra vez su verga ulcerada, limpiándola de la sangre, un viejo recio ahora con su pene eternamente embarrado de sangre, imaginando que se estaba cogiendo en una virgen a todas las mujeres de México cuando les tocaba la luna, cogiéndose a la luna como se cogía a una mujer, ah viejo cabrón, cómo lo detesto y cómo deseo haber estado allí cuando esa pareja de jóvenes, una pareja como yo y… y…carajo, no como tú, miss Harriet, maldita seas, ni como La Luna tampoco, chingada sea, la última muchacha que mi padre se cogió jamás no era como ninguna mujer que yo haya tenido nunca, chingada seas gringa, nadie como esa mujer, digo chingada seas gringa y chingada sea La Luna y chingadas sean todas las viejas que no se parecen a mi madre que es la melliza de la última mujer que mi chingado padre tuvo jamás: ellos lo mataron allí mismo en la cama, ¿sabes?, fue horrible: le metieron las llaves de la hacienda en la boca, todititas, lo obligaron a tragarse las llaves, gringa, hasta que se ahogó y se volvió azul como el metal y entonces lo arrastraron envuelto en el mosquitero y las sábanas durante las últimas horas de la noche, cuando el amanecer ni se sospecha, lo metieron en el canasto de la ropa sucia y esperaron hasta el amanecer, entonces lo llevaron al cenote, el hoyo profundo, y allí lo colgaron, lo colgaron de los güevos, con un garfio que usan para levantar las pacas lo colgaron y él le dijo a ella: