Выбрать главу

– ¿Desde cuándo un hermano es responsable de las acciones del otro? Bruno Stahlecker no podría haber sido más diferente de su hermano. Ni siquiera era nazi.

– Pero sin duda usted conoció a Walter Stahlecker.

– Asistió al funeral de Bruno en 1938.

– ¿Coincidieron alguna otra ocasión?

– Es probable. Pero no recuerdo cuándo.

– ¿Cree que fue antes o después de organizar el asesinato de doscientos cincuenta mil judíos?

– Bueno, no fue después. Y por cierto, se llamaba Franz Stahlecker, no Walter. Bruno nunca le llamó Walter. Pero volvamos atrás, a Heinz Jost, por un momento, el hombre que asumió el mando del Grupo de Trabajo A cuando Franz Stahlecker fue asesinado. ¿Se trata del mismo Heinz Jost que fue sentenciado a cadena perpetua y puesto en libertad condicional en este lugar hace un par de años? ¿Es ése el hombre al que se refiere?

– Nosotros sólo le juzgamos -dijo Silverman-. Es el alto comisionado de Estados Unidos en Alemania quien dispone quién debe ser puesto en libertad y cuándo.

– Y luego, el mes pasado -añadí-, oí que le llegó el turno a Willy Siebert para salir de aquí. Ahora corríjame si estoy equivocado, ¿pero no fue él el delegado de Otto Ohlendorf cuando mataron a aquellos noventa mil judíos? Noventa mil, y ustedes le dejaron marchar de aquí. A mí me parece que ese McCloy necesita que le examinen la cabeza.

– James Conant es ahora el alto comisionado -me informó Earp.

– En cualquier caso no entiendo por qué se preocupan ustedes -dije-. ¿Menos de diez años de condena cumplidos por noventa mil asesinatos? No parece que valga la pena molestarse. No sé mucho de matemáticas, pero creo que eso resulta algo así como un día de condena por cada veinticinco asesinatos. Yo maté a unas cuantas personas durante la guerra, es verdad. Pero si tenemos en cuenta lo que ha ocurrido con tipos como Jost y Siebert y aquel otro -Erwin Schulz, en enero-, joder, me tendrían que haber puesto en libertad condicional el mismo día que me arrestaron.

– Eso, en cualquier caso, nos da un número al que apuntar -murmuró Earp.

– Y eso sin hablar de los hombres de las SS que todavía están aquí -señalé, sin hacerle caso-. Ustedes no pueden creer de verdad que yo merezco estar en la misma cárcel que tipos como Martin Sandberger y Walter Blume.

– Hablemos de eso -intervino Silverman-. Hablemos de Walter Blume. Usted debió de conocerle, porque, como usted, era policía y trabajó para su viejo jefe, Arthur Nebe, en el Grupo de Trabajo B.

Blume estaba a cargo de una unidad especial, un Sonderkommando, a las órdenes de Nebe, antes de que Nebe fuese relevado por Erich Naumann en noviembre de 1941.

– Me encontré con él.

– Sin duda, desde que usted llegó aquí habrán tenido ocasión de recordar muchas cosas y de renovar su antigua amistad.

– Le he visto, por supuesto. Dado que estoy aquí. Pero nunca hemos hablado. Ni tampoco es probable que lo hagamos.

– ¿Se puede saber por qué?

– Creía que había libertad de asociación. ¿Tengo que explicar con quién quiero hablar y con quién no?

– Aquí no hay nada que sea libre -manifestó Earp-. Venga, Günther. ¿Se cree qué es mejor que Blume? ¿Es eso?

– Parece que usted ya sabe muchas de las respuestas. ¿Por qué no me las dice?

– No lo entiendo -continuó Earp-. ¿Por qué quiere hablar con un hombre como Waldemar Klingelhöfer y no con Blume? Klingelhöfer también estuvo en el Grupo de Trabajo B. Seguramente, uno es tan malo como el otro.

– En general -dijo Silverman -para usted debe ser como en los viejos tiempos, Günther. Encontrarse a todos sus viejos camaradas. Adolf Ott, Eugen Steimle, Blume, Klingelhöfer.

– Venga -insistió Earp-. ¿Por qué habla con él y con ninguno de los demás?

– ¿Es porque ninguno de los otros prisioneros quiere hablar con él, porque traicionó a un camarada oficial de las SS? -preguntó Silverman-. ¿O es que parece lamentar lo que hizo como jefe del comando asesino de Moscú?

– Antes de asumir aquel mando -dijo Earp-. Su amigo Klingelhöfer hizo lo que usted afirma haber hecho. Dirigió una cacería antiguerrillera. En Minsk, ¿no? ¿Dónde estaba usted? ¿Estaba matando judíos, como Klingelhöfer?

– Quizá me permita responder a sus preguntas de una en una.

– No hay ninguna prisa -dijo Silverman-. Tenemos mucho tiempo. ¿Por qué no empieza por el principio? Usted dijo que le ordenaron incorporarse al batallón policial de reserva número tres uno seis en el verano de 1941, como parte de la Operación Barbarroja.

– Correcto.

– Entonces, ¿cómo es que no fue usted a Pretzsch en primavera? -preguntó Earp-. A la academia de policía para entrenamiento y destino. Según todos los informes, casi todos los que iban a Rusia estuvieron en Pretzsch. La Gestapo, la Kripo, las Waffen-SS, el SD, toda la RSHA.

– Heydrich, Himmler y varios miles de oficiales -puntualizó Silverman-. Según todos los testimonios previos que hemos oído, era de conocimiento común lo que iba a pasar cuando fuesen a Rusia. Pero usted dice que no estuvo en Pretzsch, y que ésa es la razón por la cual todo aquel asunto de matar judíos fue una sorpresa desagradable para usted. Entonces, ¿por qué no estuvo en Pretzsch?

– ¿Qué excusa tuvo? ¿Una baja por enfermedad?

– Yo estaba todavía en Francia. En una misión especial para Heydrich.

– Algo muy conveniente, ¿verdad? A ver si lo he entendido bien: cuando usted se unió al batallón tres uno seis en la frontera ruso-polaca en junio de 1941, tuvo la impresión de que su trabajo sólo consistiría en perseguir a guerrilleros y a miembros de la NKVD, ¿correcto?

– Sí. Pero incluso antes de llegar a Vilnius había comenzado a oír historias acerca de los pogromos locales contra los judíos, porque los judíos de la NKVD estaban muy ocupados asesinando a todos sus prisioneros en lugar de liberarlos. Todo era muy confuso. No tiene ni idea de lo confuso que era. Con toda sinceridad, al principio no me creí aquellas historias. Se oían muchísimas historias así en la Gran guerra, y la mayoría de ellas resultaban ser falsas. -Me encogí de hombros-. Pero esta vez, sin embargo, incluso las peores, las historias más descabelladas, eran casi todas verdaderas.

– ¿Exactamente, cuáles eran sus órdenes?

– Que nuestro trabajo era una cuestión de seguridad. Mantener el orden detrás de las líneas de nuestros ejércitos que avanzaban.

– ¿Y cómo lo hacía? -preguntó Silverman-. ¿Asesinando a la gente?

– Verá, como detective en un batallón de policía, prestaba mucha atención a mis supuestos camaradas. Y resultó que muchos de aquellos cabrones asesinos en los grupos de trabajo también eran abogados. Tipos como ustedes. Blume, Sandberger, Ohlendorf, Schulz, seguro que había otros, pero no puedo recordar sus nombres. Solía preguntarme por qué tantos abogados participaban en aquellos crímenes. ¿Ustedes qué creen?

– Nosotros hacemos las preguntas, Günther.

– Habla usted como un auténtico abogado, señor Earp. Por cierto, ¿cómo es que yo no tengo uno? Con el debido respeto, caballeros, este interrogatorio no se ajusta a las normas de la justicia alemana ni, imagino, a las normas de la justicia americana. ¿No tienen todos los ciudadanos estadounidenses el derecho a recurrir a la Quinta Enmienda para no testificar contra sí mismos?

– Este interrogatorio es un paso necesario para determinar si usted debe ser juzgado o puesto en libertad -respondió Silverman.

– Esto es lo que los polis alemanes solíamos llamar una excursión de pesca esquimal. Echas un anzuelo a través de un agujero en el hielo y esperas pescar algo.

– Algunas veces, en ausencia de pruebas claras y documentación -continuó Silverman-, la única manera de conseguir datos acerca de un crimen es a través del interrogatorio de un sospechoso como usted. Ésa, por lo general, ha sido nuestra experiencia en los casos de crímenes de guerra.