Pero necesitaba estar junto a ella, solo una vez más. Le debía mucho más de lo que le había dado; eso era lo que más lamentaba. Le había fallado en casi todo. Y ella había muerto sin tenerlo a su lado. Eso era lo que le daba más rabia.
La última vez que estuvo allí había sido bajo el sol ardiente de pleno verano, tres años y medio atrás. Llevaba grilletes y un traje que no le sentaba bien. No le habían permitido acompañarla en su lecho de muerte; en cambio, lo habían dejado salir una tarde para asistir a su funeral.
– Una asquerosa tarde -dijo en voz baja-. No llegué a tiempo.
Se lo habían robado todo: la casa, el negocio familiar, la libertad, y por último a su madre; y todo cuanto le habían ofrecido era una asquerosa tarde en que no había llegado a tiempo de nada excepto de sumirse en la rabia y jurar venganza.
Apostada al otro lado de la tumba de su madre, su cuñada había llorado mientras tomaba de la mano a uno de sus hijos pequeños y sostenía al otro sobre su cadera. Su mandíbula se tensó de inmediato al pensar en Annette. Ella había cuidado de su madre los últimos días de su vida mientras él permanecía encerrado como un animal, y por eso siempre había tenido que mostrarse agradecido. Sin embargo la esposa de su hermano Jared había guardado durante años un secreto que habría supuesto la ruina a quienes habían arruinado a su familia. Hacía años que Annette sabía la verdad, pero nunca había dicho nada de nada.
Recordó con claridad la explosión de furia que había experimentado nueve días atrás, al descubrir y leer los diarios que ella escondía con tanta cautela. Al principio la había odiado, y la había añadido a su lista de enemigos. No obstante había cuidado de su madre, y una de las cosas que había aprendido durante los cuatro años transcurridos entre rejas era el valor de la lealtad y las consecuencias positivas que conllevaba toda buena acción. Por eso había perdonado a Annette y le había permitido vivir su miserable vida en aquella miserable casucha.
Además, tenía que cuidar de sus sobrinos. El apellido de su familia perduraría gracias a los hijos de su hermano, tal como tenía que ser.
Su propio apellido pronto quedaría vinculado sin remedio al crimen y a la venganza.
Llevaría a cabo minuciosamente su venganza y luego desaparecería. Cómo desaparecer era otra de las cosas que había aprendido en prisión. Ahora no resultaba tan fácil como antes, pero aún era posible si se contaba con los contactos apropiados y se tenía paciencia.
La paciencia era lo más importante de todo lo que había aprendido allí dentro. Si un hombre aguardaba el momento propicio, siempre acababa hallando la solución. Mack había aguardado cuatro largos años. Durante ese tiempo había seguido las noticias sobre Dutton mientras pensaba, tramaba su plan y preparaba el terreno. Había fortalecido los músculos y el cerebro. Y la rabia que continuaba invadiéndolo se había avivado.
Al atravesar la puerta exterior del centro penitenciario como hombre libre un mes atrás, sabía más cosas sobre Dutton que cualquiera de sus habitantes. Sin embargo, aún no había encontrado la mejor forma de castigar a aquellos que le habían arruinado la vida. Matarlos de un disparo en la cabeza era demasiado rápido y demasiado piadoso. Quería una muerte lenta y dolorosa, así que había aguardado un poco más mientras merodeaba por la localidad como una sombra, observándolos y tomando nota de sus movimientos, de sus hábitos, de sus secretos.
Y entonces, nueve días atrás, su paciencia se había visto recompensada. Tras cuatro años concomiéndose, en cuestión de minutos su plan había tomado forma. Por fin se había levantado el telón y él había salido a escena.
– Hay tantas cosas que no llegaste a saber, mamá -dijo en voz baja-. Hay tanta gente en quien confiabas que te traicionó. Los pilares de esta ciudad están mucho más podridos de lo que nunca llegaste a imaginar. Las cosas que hicieron son mucho peores de las que yo nunca he soñado con hacer. -Hasta el momento-. Ojalá pudieras ver lo que estoy a punto de emprender. Estoy a punto de sacar a la luz los trapos sucios de esta ciudad y todo el mundo sabrá lo que te hicieron, lo que me hicieron a mí e incluso lo que le hicieron a Jared. Quedarán arruinados y humillados, y las personas a quienes aman morirán.
Ese día, durante la carrera ciclista, habían encontrado a la primera víctima, tal como él había planeado. Y quien dirigía la investigación era nada más y nada menos que el mismísimo Daniel Vartanian. Eso hacía que el juego cobrara aún más sentido.
Levantó la cabeza y se esforzó por vislumbrar en la penumbra el panteón de los Vartanian. Ya habían quitado el precinto policial y habían llenado la tumba que hasta hacía nueve días todo el mundo creía que contenía los restos de Simon Vartanian. Ahora el panteón familiar tenía dos ocupantes más.
– El juez y su mujer están muertos. La ciudad en pleno salió a la calle el viernes por la tarde para el doble funeral, hace justo dos días. -La ciudad en pleno, contra el triste grupo que se había reunido junto a la tumba de su madre. «Annette, sus hijos, el pastor y yo.» Y los guardias de la prisión, por supuesto; no iba a olvidarlos-. Pero no sufras, no hubo mucha gente que acudiera por consideración hacia el juez y la señora Vartanian. La mayoría vino en realidad para contemplar a Daniel y a Susannah.
Mack, en cambio, había observado el doble funeral desde una distancia que le permitiera ver a todo el mundo. No tenían ni idea de la que se avecinaba.
– Hoy Daniel ha vuelto al trabajo. -Lo cual él esperaba con fervor-. Creía que se tomaría más días libres.
Acarició el manto de hierba que la cubría.
– Supongo que para algunos la familia significa más que para otros. Yo no podría haber vuelto al trabajo tan deprisa después de tu funeral. Claro que tampoco me dieron la opción -añadió con amargura.
Volvió a mirar hacia el panteón de los Vartanian.
– Simon asesinó al juez y su mujer. Durante todos estos años pensábamos que estaba muerto. Tú nos trajiste a Jared y a mí al entierro, ¿te acuerdas? Entonces solo tenía diez años, pero me dijiste que teníamos que mostrar respeto por los muertos. Claro que Simon no estaba muerto. Hace nueve días exhumaron el cadáver y no era el de Simon. Ese día supimos que había matado a sus padres.
Ese día también había dado por fin con la forma de llevar a cabo su venganza, el mismo día en que encontró los diarios que Annette había escondido durante tanto tiempo. Mirándolo bien, nueve días atrás la suerte le había sonreído.
– Ahora Simon sí que está muerto. -Era una verdadera lástima que Daniel Vartanian lo hubiera golpeado hasta matarlo-. Pero no te apures, las otras tumbas no quedarán vacías. Pronto enterrarán a uno de los hijos en el panteón de los Vartanian. -Sonrió-. Pronto tendrán que enterrar a mucha gente en Dutton.
Lo rápido que se llenara el cementerio dependería de lo listo que fuera en realidad Daniel Vartanian. Sí todavía no había asociado a la víctima con Alicia Tremaine pronto lo haría. Un chivatazo anónimo al Dutton Review y a la mañana siguiente toda la ciudad sabría lo que había hecho. Y lo más importante, lo sabrían quienes quería que lo supieran. Se harían preguntas. Les entrarían sudores. «Se echarán a temblar.»
– Muy pronto todos lo pagarán. -Se puso en pie y dio un último vistazo a la lápida en que aparecía inscrito el nombre de su madre. Si todo salía bien, nunca más podría volver a ese lugar-. Lograré que se haga justicia por los dos aunque sea lo último de que sea capaz.
Lunes, 29 de enero, 7.15 horas.
– Alex, despiértate.