Chase estaba muy serio.
– ¿Cómo narices consiguió atravesar vuestra barrera?
– No creo que la atravesara; es imposible si se encontraba en el árbol que Corchran cree. Lo habríamos visto trepar, seguro.
– O sea que llegó allí antes que vosotros.
Daniel asintió.
– Lo que como mínimo significa que alguien le fue con el soplo. En el peor de los casos, podría significar que alteró el escenario antes de que nosotros llegáramos.
– ¿Quién dio el aviso? En primer lugar, quiero decir.
– Un ciclista que participaba en una carrera. Dice que llamó al 911 sin siquiera bajarse de la bicicleta. Ya he pedido una orden para registrar las llamadas de su móvil por si antes telefoneó a alguien más.
– Menudos buitres -masculló Chase-. Llama a ese tal Woolf. Oblígalo a decirte quién se lo contó.
– Lo he llamado ya cuatro veces durante la mañana, pero no responde. Más tarde viajaré hasta Dutton para interrogarlo, pero me temo que se escudará en la Pri mera Enmienda y no revelará la fuente.
– Es probable. Joder. -Chase apartó el fax de un manotazo como si de una cucaracha se tratara-. Puede que fuera el tal Woolf quien la dejase ahí.
– Yo también lo he pensado, aunque lo dudo. Jim Woolf y yo fuimos juntos al instituto y conozco a su familia. Sus hermanos y él siempre fueron chicos buenos y calladitos.
Chase se quedó mirando la fotografía.
– Me parece que puede decirse que ha cambiado.
Daniel suspiró. ¿Acaso no cambiaba todo el mundo? En Dutton había algo que hacía aflorar lo peor de las personas.
– Supongo que sí.
Chase levantó la mano.
– Espera. Todavía no sé qué tiene que ver Dutton en todo esto. El crimen ocurrió en Arcadia. ¿A qué viene irle con el soplo a ese tío de Dutton?
– A la víctima de ayer la encontraron en Arcadia. Estaba tirada en una zanja, envuelta en una manta marrón. Hace trece años en Dutton hubo un crimen similar. -Daniel le mostró el artículo sobre el asesinato de Alicia Tremaine-. El asesino está cumpliendo condena perpetua en la prisión del estado en Macon.
Chase hizo una mueca.
– Dios, odio a los asesinos que imitan a otros.
– A mí los originales tampoco me gustan mucho. Apostaría a que alguien vio el cadáver, recordó el caso Tremaine y le sopló la noticia de Arcadia a Jim Woolf. Podría tratarse del mismo ciclista o de cualquier otra persona relacionada con la carrera. Hablé con los comisarios de la carrera cuando trataba de averiguar en qué momento dejaron el cadáver en la zanja, por empezar por algún sitio, y uno de ellos me dijo que había efectuado el mismo recorrido el sábado y no había visto nada. Lo creí porque el tío lleva unas gafas de culo de botella.
– Pero si él pasó por allí antes, puede que otros también lo hicieran. Investiga más a fondo. -Chase frunció el entrecejo-. ¿Qué es eso del caso Tremaine? No me gusta que trabajes en un caso que tiene que ver con Dutton. Al menos de momento.
Daniel ya estaba preparado para aquella discusión. Aun así, notó que le sudaban las palmas de las manos.
– Simon no mató a esa mujer, Chase. No hay conflicto que valga.
Chase alzó los ojos en señal de exasperación.
– Joder, Daniel, ya lo sé. Y también sé que a los jefazos los pone nerviosos ver el nombre de Dutton y el de Vartanian juntos.
– Eso no es problema mío. Yo no he hecho nada malo. -Tal vez algún día creyera sus propias palabras. De momento le bastaba con que las creyera Chase.
– De acuerdo. Pero a la mínima que oigas un comentario sobre el malo de los Vartanian, te largarás, ¿entendido?
Daniel sonrió con gesto irónico.
– Entendido.
– ¿Qué vas a hacer ahora?
– Identificar a esa mujer. -Tamborileó sobre la fotografía de la víctima-. Averiguar quién le dijo qué a Jim Woolf y cuándo, y… seguir investigando el caso de Alicia Tremaine. He dejado unos cuantos mensajes al sheriff de Dutton. Quiero una copia del expediente policial del caso Tremaine. Puede que contenga algo que ahora me ayude.
Capítulo 3
Atlanta, lunes, 29 de enero, 8.45 horas.
Alex se detuvo frente a la puerta de entrada de la Di visión de Investigación del GBI y rezó por que el agente Daniel Vartanian resultara de más ayuda que el sheriff Loomis de Dutton. «Diríjase a Peachtree-Pine», le había espetado Loomis cuando ella lo había telefoneado por quinta vez al despacho el domingo por la mañana en un intento por conseguir que alguien le facilitara información sobre Bailey. Al buscar en Google descubrió que Peachtree-Pine era un centro de acogida para muchas personas sin hogar de Atlanta. Si estaba equivocada… «Por favor, Dios mío, haz que esté equivocada.» Si estaba equivocada y la víctima no era Bailey, Peachtree-Pine sería el siguiente lugar al que se dirigiría.
Sin embargo, con los años Alex se había vuelto realista y sabía que había muchas posibilidades de que la mujer hallada en Arcadia fuera Bailey. El hecho de que la hubieran encontrado en el mismo estado que a Alicia… Ante el temor, un escalofrío le recorrió la espalda y se tomó un momento para tranquilizarse antes de abrir la puerta del edificio. «Concéntrate en la oscuridad. Sé fuerte.»
Al menos se sentía cómoda con la ropa que llevaba puesta. Lucía el traje negro que había incluido en la maleta por si tenía que presentarse en el juzgado para conseguir la custodia de Hope. O por si encontraban a Bailey. El traje le había servido para unos cuantos funerales a lo largo de los años. Mientras rezaba para no tener que asistir a otro, se preparó para lo peor y abrió la puerta.
Sobre el mostrador había una placa que rezaba Leigh Smithson, secretaria. La joven rubia de detrás del mostrador levantó la cabeza del ordenador y esbozó una amable sonrisa.
– ¿En qué puedo ayudarla?
– He venido a ver al agente Vartanian. -Alex alzó la barbilla, como desafiando a la mujer a prohibírselo.
La sonrisa de la joven se desvaneció.
– ¿Ha concertado una cita?
– No, pero es importante. Se trata de un artículo de un periódico. -Extrajo el Dutton Review de su maletín cuando la joven la miró con ojos que echaban chispas.
– El agente Vartanian no tiene ningún comentario para su periódico. Ustedes los periodistas… -masculló.
– No soy periodista y no quiero información sobre el agente Vartanian -soltó Alex a su vez-. Quiero información sobre la investigación. -Tragó saliva, consternada al comprobar que se le quebraba la voz. Se controló y alzó la barbilla-. Creo que la víctima es mi hermanastra.
La mujer cambió de cara al instante y estuvo a punto de caerse de la silla.
– Lo siento. Daba por sentado que… ¿Cómo se llama, señora?
– Alex Fallon. Mi hermanastra es Bailey Crighton. Desapareció hace dos días.
– Le diré al agente Vartanian que está aquí, señora Fallon. Por favor, tome asiento. -Señaló una hilera de sillas de plástico y descolgó el teléfono-. La atenderá enseguida.
Alex estaba demasiado nerviosa para sentarse. Caminó de un lado para otro mientras contemplaba la pared cubierta de dibujos de policías, ladrones y cárceles hechos por colegiales. Pensó en Hope y sus lápices rojos. ¿Qué habría visto aquella criatura? «¿Serías tú, a tu edad, capaz de afrontarlo si lo supieras?»
Omitió un paso; el pensamiento la había pillado desprevenida. ¿Sería capaz de afrontarlo? Tenía que hacerlo, por el bien de Hope. La pequeña no tenía a nadie. «Esta vez tienes que ser capaz de afrontarlo, Alex.» Claro que en su fuero interno era consciente de que de momento no lo estaba llevando nada bien.
La noche anterior había soñado lo de siempre. Todo estaba oscuro y el grito desgarrador era tan fuerte y prolongado que se había despertado empapada en sudor frío y temblando con tal fuerza que incluso había temido despertar a Hope. Sin embargo la niña no se inmutó. Alex se había preguntado si Hope soñaba, y qué veía.