– ¿Y las pastillas que me pusiste en la mano el día en que Kim vino a llevarme consigo? -preguntó, y él bajó la cabeza.
– Esperaba que o bien te las tomaras o bien Kim las descubriera y me delatara. Eso es todo.
Era suficiente.
– Si alguna vez sales de aquí, no se te ocurra acercarte a Bailey ni a Hope.
Él asintió una vez.
– Llevadme a la celda.
El guardia se llevó a Craig de la sala y su abogado los siguió. Chloe Hathaway dirigió a Alex una mirada de aprobación.
– No le habría concedido nada de nada respecto a lo de la monja. Lo digo para que lo sepa.
Alex sonrió débilmente.
– Gracias por lo de la inmunidad. Es bueno saber la verdad.
Cuando la fiscal se hubo marchado, Alex se volvió hacia Daniel.
– Gracias también a ti por hacerme venir. Lo cierto es que necesitaba saberlo.
Él se levantó y la rodeó con el brazo.
– Ya lo sé. A mí me daba igual que vinieras o no, pero necesitabas saberlo. Ahora, de todos los secretos ya no queda ninguno. Vámonos a casa.
«A casa.» A la casa de Daniel, con su acogedora sala de estar, la mesa de billar y el rincón con la barra de bar y el cuadro Perros jugando al póquer; y el dormitorio con la gran cama. Sería la primera vez que Daniel entrara en casa desde que le dispararan, y una calidez invadió a Alex por dentro al pensar que no volvería a dormir sola en aquella cama.
Luego se acordó del estado en que había dejado la casa y se estremeció.
– Mmm, puestos a sincerarnos, tengo que confesarte un detalle. Hope le dio de comer a Riley.
– ¿Dónde? -gruñó Daniel.
– En la sala de estar. He llamado a la madre de Luke y me ha dicho que enviaría a su primo a por la alfombra. Como la tintorería es suya, seguramente para cuando volvamos ya la habrá limpiado.
Él se dejó caer en la silla de ruedas con un suspiro.
– ¿Algún secreto o alguna confesión más?
Ella soltó una carcajada, y al oírla se sorprendió a sí misma.
– No, creo que nos portamos bastante bien. Vámonos a casa.
Agradecimientos
A Danny Agan, por responder a todas mis preguntas sobre los procedimientos policiales.
A Doug Byron, por responder a todas mis preguntas sobre química forense.
A Marc Conterato, por todas las cuestiones médicas.
A Martin Hafer, por la información sobre la hipnosis y por pasarme la cena por debajo de la puerta del despacho cuando se me echa encima la fecha de entrega.
A Jimmy Hatton y Mike Koenig, por formar tan buen equipo durante todos aquellos años. No he podido evitar dedicaros un bis.
A Terri Bolyard, Kay Conterato y Sonie Lasker, ¡por escucharme cuando me quedo bloqueada!
A Shannon Aviles, por tu ayuda y por hacer correr la voz.
A Beth Miller, ¡por tu gran entusiasmo!
Cualquier error es exclusivamente mío.
Karen Rose