– ¿Señorita Fallon? Soy el agente especial Vartanian.
La voz era sonora, profunda y apacible, pero aun así se le desbocó el corazón. «Ya está. Te dirá que se trata de Bailey. Tendrás que afrontarlo.»
Se dio la vuelta despacio y durante una fracción de segundo se encontró mirando un atractivo y anguloso rostro de frente ancha, labios serios y ojos de un azul tan intenso que la dejaron sin respiración. Entonces esos ojos se abrieron mucho y Alex vislumbró en ellos un destello de sorpresa antes de que la boca se entreabriera y el rostro perdiera su color.
«Así que se trata de Bailey.» Alex frunció los labios; esperaba que no le fallaran las piernas. Sabía cuál sería la respuesta. Aun así, había acudido allí con la esperanza…
– ¿Agente Vartanian? -musitó-. ¿Es esa mujer mi hermanastra?
Él escrutó su rostro mientras, poco a poco, recobraba el color.
– Por favor -dijo, con voz ahora baja y tensa. Extendió el brazo y le indicó que pasara delante de él. Alex se esforzó por mover los pies e hizo lo que le indicaba-. Mi despacho está por aquí -dijo-, a la izquierda.
Se trataba un espacio austero, con un escritorio y unas sillas propias de un organismo oficial. En la pared había colgados mapas, además de unas cuantas placas. No se veía ni una foto, en ninguna parte. Alex tomó el asiento que el agente le ofrecía y él ocupó el propio, detrás del escritorio.
– Tengo que disculparme, señorita Fallon. Me ha recordado a otra persona y me he… sobresaltado. Por favor, hábleme de su hermanastra. La señorita Smithson me ha dicho que se llama Bailey Crighton y que lleva dos días desaparecida.
El agente la miraba con tal intensidad que Alex se sentía desconcertada. Decidió mirarlo con igual fijeza y descubrió que eso la ayudaba a concentrarse.
– El viernes por la tarde recibí una llamada del Departamento de Servicios Sociales. Bailey no había acudido a trabajar y una compañera encontró a su hija en casa sola.
– Así que ha venido para hacerse cargo de la hija.
Alex asintió.
– Sí. Se llama Hope y tiene cuatro años. He intentado hablar con el sheriff de Dutton pero insiste en que es probable que Bailey se haya marchado de casa.
La mandíbula de él se tensó con tal sutileza que a Alex el gesto le habría pasado desapercibido de no haber estado mirándolo con tanta intensidad como él la miraba a ella.
– Así, ¿vivía en Dutton?
– Siempre ha vivido allí.
– Ya. ¿Podría describirla, señorita Fallon?
Alex entrelazó con fuerza los dedos en su regazo.
– Hace cinco años que no la veo. La última vez consumía drogas y estaba demacrada y envejecida. Pero me han dicho que las dejó al nacer su hija y que no ha vuelto a consumirlas. No sé qué aspecto tiene ahora y no tengo ninguna fotografía suya. -No se las había llevado consigo cuando se marchó con Kim y Steve hacía trece años, y luego… Alex no quiso ninguna foto de la drogadicta Bailey. Resultaba demasiado doloroso ver su imagen, por no hablar de las grabaciones en vídeo-. Tiene más o menos mi misma estatura, un metro setenta. La última vez que la vi estaba muy delgada, puede que pesara unos cincuenta y cinco kilos. Tiene los ojos grises. Entonces llevaba el pelo rubio, pero es peluquera, o sea que es muy posible que ahora lo lleve de cualquier otro color.
Vartanian tomaba notas. Levantó la cabeza.
– ¿Rubio qué? ¿Platino? ¿Panocha?
– Bueno, no tan claro como el suyo. -Vartanian tenía el pelo del color del trigo y tan grueso que todavía se apreciaban los surcos por donde se había pasado los dedos. La miró y sus labios esbozaron una leve sonrisa, y ella notó el rubor en las mejillas-. Lo siento.
– No se disculpe -respondió él con amabilidad. Aunque seguía mirándola con la misma intensidad de antes algo había cambiado en su conducta, y por primera vez Alex dio rienda suelta a la esperanza.
– ¿Es rubia la víctima, agente Vartanian?
Él negó con la cabeza.
– No. ¿Se le ocurre algo que permita identificar a su hermanastra?
– Llevaba un tatuaje en el tobillo derecho. Una oveja.
Vartanian pareció sorprenderse.
– ¿Una oveja?
Alex volvió a ruborizarse.
– De hecho es un corderito. Se trataba de una broma que compartíamos Bailey, mi hermana y yo. Las tres… -Se interrumpió. Se estaba yendo por las ramas.
Él volvió a pestañear, muy sutilmente.
– ¿Su hermana?
– Sí. -Alex bajó la vista al escritorio de Vartanian y descubrió la copia del artículo publicado esa mañana en el Dutton Review. De repente comprendió la exagerada reacción del agente al verla por primera vez, y no sabía muy bien si debía sentirse aliviada o enfadada-. Ya ha leído el artículo, así que conoce el paralelismo entre la muerte de mi hermana y la de la mujer que encontraron ayer. -Él no respondió y Alex se decidió por el enfado-. Por favor, agente Vartanian, estoy cansadísima y muy asustada. No me engañe.
– Lo siento, señorita Fallon, no tenía ninguna intención de engañarla. Hábleme de su hermana. ¿Cómo se llamaba?
Alex se mordió la parte interior de las mejillas.
– Alicia Tremaine. Por el amor de Dios, seguro que ha visto alguna fotografía suya. Al verme ha reaccionado como si hubiera visto un fantasma.
Él volvió a pestañear, esa vez molesto consigo mismo.
– Se parecen mucho -dijo con voz débil.
– Si se tiene en cuenta que éramos gemelas idénticas, a mí no me resulta nada extraño. -Alex consiguió no alterar el tono, pero le costó bastante-. Dígame, agente Vartanian, ¿esa mujer es Bailey o no?
Él se puso a juguetear con el lápiz y a Alex le entraron ganas de saltar sobre el escritorio y arrancárselo de la mano. Por fin él se decidió a hablar.
– No es rubia y no tiene ningún tatuaje.
Alex se sintió mareada de puro alivio y tuvo que esforzarse por contener las lágrimas que de pronto amenazaban con arrasarle los ojos. Cuando hubo recobrado el control, exhaló un lento suspiro y lo miró. Él, sin embargo, no parecía tan aliviado como ella.
– Entonces no puede ser Bailey -respondió en tono tranquilo.
– Los tatuajes pueden eliminarse.
– Pero eso tiene que dejar algún tipo de marca. El forense podría comprobarlo.
– Y me encargaré personalmente de que lo haga -repuso él, y por su tono Alex supo que lo siguiente que haría sería prometerle que la avisaría en cuanto supieran algo. No estaba dispuesta a esperar, así que reaccionó con decisión.
– Quiero ver a la víctima. Necesito saberlo. Bailey tiene una hija, Hope, y ella también necesita saberlo. Necesita saber que su madre no la ha abandonado.
Alex sospechaba que Hope sabía perfectamente qué había sucedido pero se guardó esa información para sí.
Vartanian negó con la cabeza; sin embargo su mirada se había suavizado hasta tornarse casi compasiva.
– No puede verla. Le dieron una paliza y está irreconocible.
– Soy enfermera, agente Vartanian. He visto otros cadáveres. Si se trata de Bailey, lo sabré. Por favor, de una u otra forma tengo que saberlo.
Él vaciló unos instantes y acabó por asentir.
– Llamaré a la forense. Tenía previsto ponerse con la autopsia a las diez, así que supongo que aún estamos a tiempo de avisarla antes de que empiece.
– Gracias.
Lunes, 29 de enero, 9.45 horas.
– Esta es la sala de identificación de cadáveres. -La doctora Felicity Berg se hizo a un lado cuando Daniel entró detrás de Alex Fallon-. Si le apetece sentarse, hágalo, por favor.
Daniel observó a Alex Fallon peinar la sala con la mirada y luego sacudir la cabeza.
– Gracias pero prefiero quedarme de pie -respondió-. ¿Está la víctima a punto?
Era una tipa dura, la tal Alex Fallon. Y le había dado el mayor susto de su vida.