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– ¿Por qué?

– Porque a las seis tengo una reunión que no acabará hasta las siete.

Ella sacudió la cabeza.

– No me engañe, Vartanian. ¿Por qué?

Daniel decidió contarle una pequeña parte de la verdad.

– Porque a la víctima la encontraron exactamente igual que a su hermana, y el mismo día en que ella murió su hermanastra desapareció. Se trate o no de un asesino que imita a otro, la coincidencia es demasiado grande para desestimarla. Y… ahora usted está aquí, señorita Fallon. ¿Se le ha ocurrido pensar que podría ser también uno de los objetivos del asesino?

El rostro de Alex palideció.

– No.

– No quiero asustarla, pero lo prefiero a verla ahí tendida.

Ella asintió con gesto trémulo y Daniel vio que había logrado su objetivo.

– Se lo agradezco -musitó-. ¿Dónde quiere que lo espere a las siete?

– ¿Qué le parece aquí mismo? No se ponga ese traje, ¿de acuerdo? Es demasiado elegante.

– De acuerdo.

Volvieron a invadirlo las ganas de rodearla con el brazo, pero las apartó de sí.

– Venga, la acompañaré a la puerta principal.

Lunes, 29 de enero, 10.45 horas.

«Estoy viva.» Hizo un esfuerzo por despertarse y levantó un poco los párpados, incapaz de abrir los ojos del todo. Daba igual, estaba tan oscuro que, en cualquier caso, no habría podido ver nada. Era de día, lo sabía únicamente porque oía el canto de los pájaros.

Trató de moverse y soltó un gemido ante el latigazo que recorrió todo su cuerpo. Le dolía muchísimo.

Ni siquiera sabía por qué. Bueno, para ser exactos lo sabía en parte, tal vez del todo, pero no permitía que su cerebro reconociera que contenía esa información. En los momentos de debilidad podría revelársela, y entonces él la mataría.

No quería morir. «Quiero marcharme a casa, quiero estar con mi niña.» Se permitió pensar en Hope y se estremeció ante el escozor producido por la lágrima que rodó por su mejilla. «Por favor, Dios mío, cuida de mi pequeña.» Rezó por que alguien se hubiera percatado de su desaparición, por que alguien hubiera acudido en busca de Hope. «Que alguien me busque.» Rezó por que alguien la considerara importante.

Fuera quien fuese. «Por favor.»

Oyó un ruido de pasos y dio un pequeño suspiro. Se estaba acercando. «Dios mío, ayúdame. Ya viene. No permitas que me asuste.» Y se obligó a dejar la mente en blanco, a no pensar en nada. «En nada.»

La puerta se abrió de golpe y ella crispó el rostro ante la tenue luz procedente del vestíbulo.

– Muy bien -dijo él arrastrando las palabras-. ¿Estás dispuesta a contarme dónde está?

Ella apretó los dientes y se preparó para el golpe. Aun así soltó un grito cuando la punta de su bota le alcanzó la cadera. Miró aquellos ojos negros que en otro tiempo le ofrecieron confianza.

– Bailey, cariño, llevas todas las de perder. Dime dónde está la llave y te dejaré marchar.

Dutton, lunes, 29 de enero, 11.15 horas.

Seguía allí, pensó Alex al mirar la casa de Bailey desde la calle.

«Vamos, entra. Compruébalo. No seas tan cobarde.» No obstante, se quedó sentada, mirando hacia arriba, mientras su corazón latía con fuerza y rapidez. Antes temía por Bailey. La aterrorizaba entrar en su casa. Ahora, gracias a Vartanian, temía también por su propia vida.

Tal vez estuviera del todo equivocado, pero si estaba en lo cierto… Necesitaba protección. Necesitaba un perro, un perro grande. Y una pistola. Entró en el coche de alquiler y estaba a punto de ponerse en marcha cuando un golpecito en la ventanilla la hizo gritar.

Clavó los ojos en el cristal, desde el que le sonreía un joven vestido con uniforme militar. No había oído el grito. Nadie los oía nunca. Sus gritos solo se producían en sus pensamientos. Dio un suspiro trémulo, y bajó un dedo la ventanilla.

– ¿Sí?

– Siento molestarla -dijo él en tono agradable-. Soy el capitán Beardsley, del ejército estadounidense. Estoy buscando a Bailey Crighton. He pensado que tal vez usted sepa dónde puedo encontrarla.

– ¿Por qué la busca?

Él volvió a sonreír con amabilidad.

– Eso es algo entre la señorita Crighton y yo. Si la ve, ¿podría decirle que el padre Beardsley ha pasado por aquí?

Alex frunció el entrecejo.

– ¿Es sacerdote o militar?

– Las dos cosas. Soy capellán del ejército. -Sonrió-. Que tenga un buen día.

– Espere. -Alex aferró su teléfono móvil y marcó el número de Meredith mientras el hombre aguardaba junto a la ventanilla. Llevaba una cruz en la solapa. Tal vez fuera realmente un sacerdote.

O tal vez no. Vartanian la tenía obsesionada. Claro que lo cierto era que Bailey había desaparecido y que una mujer había muerto.

– ¿Qué? -preguntó Meredith sin preámbulos.

– No es Bailey.

Meredith exhaló un suspiro.

– Por una parte me alegra oírlo y por otra… no.

– Ya lo sé. Escucha, he pasado por casa de Bailey para ver si encontraba algo…

– Alex. Me habías prometido que esperarías a que yo fuera contigo.

– No he entrado. Solo quería saber si era capaz de hacerlo. -Miró hacia la casa y empezaron a revolvérsele las tripas-. No puedo. Pero mientras estaba sentada se me ha acercado un tipo.

– ¿Qué tipo?

– El padre Beardsley. Dice que está buscando a Bailey. Es capellán del ejército.

– ¿Un capellán del ejército busca a Bailey? ¿Para qué?

– Eso es lo que pienso averiguar. Solo quería que alguien supiera que he estado hablando con él. Si en diez minutos no vuelvo a llamarte, avisa al 911, ¿de acuerdo?

– Alex, me estás asustando.

– Estupendo. Empezaba a acumular demasiado miedo y necesitaba compartirlo. ¿Cómo está Hope?

– Igual. Tenemos que sacarla de esta habitación, Alex.

– Veré lo que puedo hacer. -Colgó y salió del coche. El capitán Beardsley la miró preocupado.

– ¿Le ha ocurrido algo a Bailey?

– Sí. Ha desaparecido.

La preocupación de Beardsley se tornó estupefacción.

– ¿Cuándo desapareció?

– El pasado jueves por la noche, hace cuatro días.

– Santo Dios. ¿Quién es usted?

– Me llamo Alex Fallon. Soy la hermanastra de Bailey.

El hombre arqueó las cejas.

– ¿Alex Tremaine?

Alex tragó saliva.

– Ese es mi antiguo apellido, sí. ¿Cómo lo sabe?

– Me lo dijo Wade.

– ¿Wade?

– El hermano mayor de Bailey.

– Ya sé quién es Wade. ¿A qué viene que le hablara de mí?

Beardsley ladeó la cabeza para escrutar el rostro de Alex.

– Murió.

Alex pestañeó, perpleja.

– ¿Murió?

– Sí. Lo siento. Creía que se lo habrían comunicado. El teniente Wade Crighton cayó mientras se encontraba de servicio en Iraq, hace aproximadamente un mes.

– No éramos consanguíneos, imagino que por eso el gobierno no se ha puesto en contacto conmigo. ¿Para qué busca a Bailey?

– Le envié una carta que me dictó su hermano justo antes de morir. El teniente Crighton resultó herido durante el bombardeo de un poblado de las afueras de Bagdad. Algunos lo consideraban una misión suicida.

Un sentimiento de satisfacción invadió a Alex y la hizo avergonzarse.

– ¿Llegó a buen puerto la misión? -preguntó con mucha prudencia.

– En parte. La cuestión es que a Wade lo hirieron durante un bombardeo con morteros y cuando los médicos llegaron ya era demasiado tarde. Me pidió que escuchara su confesión.

Alex frunció el entrecejo.

– Wade no era católico.

– Yo tampoco. Soy pastor luterano. Muchos de los hombres que me piden que escuche su última confesión no son católicos, y de hecho cualquier sacerdote puede hacerlo, no es necesario que sea católico.

– Lo siento, ya lo sabía. En urgencias hemos tenido todo tipo de sacerdotes. Solo es que me ha sorprendido que Wade se confesara. ¿Suele visitar a las familias de los fallecidos?