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– No siempre. Me dirigía a casa para disfrutar de unos días de permiso y he pasado por Fort Benning. Me pillaba de camino, así que he decidido parar. Todavía llevo encima una de las cartas de Wade. Me pidió que escribiera tres, una para su hermana, una para su padre y otra para usted.

El grito empezó a formarse de nuevo en su mente y Alex cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Beardsley la estaba observando con una preocupación de que ella hizo caso omiso.

– ¿Wade me escribió? ¿A mí?

– Sí. Envié por correo las cartas de Bailey y de su padre a esta dirección, pero no sabía dónde encontrarla a usted. Buscaba a Alex Tremaine.

De la carpeta que llevaba bajo el brazo, Beardsley extrajo un sobre y su tarjeta de visita.

– Llámeme si necesita hablar.

Alex tomó el sobre y Beardsley se dispuso a alejarse.

– Espere. Wade envía una carta a Bailey y ella desaparece el mismo día en que encuentran a una mujer asesinada y tirada en una zanja.

Él la miró perplejo.

– ¿Han asesinado a una mujer?

– Sí. Yo creía que se trataba de Bailey, pero no es ella. -Abrió el sobre y ojeó la carta dictada por Wade. Luego levantó la cabeza-. En esta carta no hay nada que me diga adónde ha ido Bailey. Solo pide que le perdone. Ni siquiera explica por qué pide perdón. -Aunque Alex estaba bastante segura de saberlo. Sin embargo, aquello no tenía nada que ver con el secuestro de Bailey-. ¿A usted se lo contó?

– En la carta no decía nada de eso.

Alex reparó en la tensa mandíbula de Beardsley.

– Pero se lo contó en su confesión. Le será fiel a Wade hasta el final y no me dirá lo que le contó, ¿verdad?

Beardsley negó con la cabeza.

– No puedo. Y no me venga con que no soy católico, para mí una confesión es igualmente sagrada. No se lo diré, señorita Fallon. No puedo.

Primero Vartanian y ahora Beardsley. «No puedo.»

– Bailey tiene una hija pequeña, Hope.

– Ya lo sé. Wade me habló de ella. Adoraba a esa niña.

A Alex le costaba trabajo creerlo, pero no pensaba discutir.

– Pues entonces cuénteme algo que me ayude a devolverle a Hope a su madre. Por favor. La policía no va a ayudarme, dicen que Bailey no es más que una drogadicta y que es probable que se haya marchado de casa. ¿Dijo Wade algo que no estuviera dentro de su confesión?

Beardsley bajó la cabeza y luego la miró a los ojos.

– «Simon.»

Alex sacudió la cabeza, frustrada.

– ¿«Simon»? ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Es un nombre. Lo dijo justo en el momento de morir. «Te veré en el infierno, Simon.» Lo siento, señorita Fallon. Tendrá que contentarse con eso, no puedo decirle nada más.

Capítulo 4

Atlanta, lunes, 29 de enero, 12.15 horas.

La doctora Felicity Berg levantó la cabeza para mirar a Daniel a través de sus gafas. Se encontraba de pie al otro lado de la mesa de autopsias, inclinada sobre los restos de la víctima desconocida.

– ¿Quieres primero la buena noticia o la mala?

Daniel había observado a Felicity en silencio mientras abría en canal a la víctima con sumo cuidado. La había visto practicar más de una docena de autopsias, pero nunca dejaba de preguntarse cómo se las arreglaba para mantener el pulso tan firme.

– Supongo que la mala.

La mascarilla que cubría el rostro de la doctora se desplazó y Daniel imaginó su sonrisa irónica. A él siempre le había caído bien, a pesar de que la mayoría de los hombres la llamaban el Iceberg. Nunca le había parecido tan fría, simplemente era… prudente. Las dos cosas eran bastante distintas, y Daniel lo sabía muy bien.

– Decididamente, no puedo identificarla. Tenía unos veinte años. No hay restos de alcohol en la sangre y tampoco evidencia de enfermedad o defecto alguno. La muerte se produjo por asfixia.

– ¿Y los golpes de la cara? ¿Son anteriores o posteriores a su muerte?

– Posteriores, igual que las marcas de alrededor de la boca. -Señaló cuatro cardenales del tamaño de la yema de un dedo. Daniel puso mala cara.

– ¿No se los produjo la mano que la mató?

Ella arqueó las cejas.

– Eso es lo que el asesino quiere haceros creer. ¿Recuerdas los restos de tejido que observé en los pulmones y en la parte interior de las mejillas?

– Es algodón -dijo Daniel-, del pañuelo que le metió en la boca.

– Exacto. Imagino que no quería que le mordiera, para no dejar restos de ADN en sus dientes. Tiene marcas de golpes en la nariz, producidos antes de la muerte. No los habéis visto a causa de la paliza. Sin embargo, después de morir alguien le presionó la zona cercana a la boca con los dedos. La distancia entre las marcas indica que la mano es de un hombre, más bien pequeña. El asesino se tomó muchas molestias para cometer el crimen, Daniel. Al golpearle la cara tuvo cuidado de dejar intacta la zona de alrededor de la boca. Da la impresión de que quería que se vieran las marcas de los dedos.

– Me pregunto si Alicia Tremaine también presentaba marcas alrededor de la boca.

– Eso te toca averiguarlo a ti. Por mi parte puedo decirte que lo último que comió esta mujer fue comida italiana, con salchicha, pasta y algún queso fuerte.

– Solo hay un millón de restaurantes italianos en la ciudad -repuso él con aire sombrío.

Ella tomó la mano izquierda de la mujer.

– Tiene callos importantes en las yemas de los dedos.

Daniel se inclinó más para verlos.

– Debía de tocar algún instrumento. ¿El violín, tal vez?

– Algún instrumento de cuerda, supongo que con arco. La piel de la otra mano es suave, no tiene callos, por lo que probablemente no se trate del arpa ni de la guitarra.

– ¿Esa es la buena noticia?

Los ojos de ella centellearon con cierto regocijo.

– No. La buena noticia es que, aunque no puedo decirte quién es, creo que sí puedo decirte dónde estuvo veinticuatro horas antes de que la mataran. Ven, acércate a este lado de la mesa.

Felicity pasó un lector óptico por la mano de la víctima y reveló los restos de un sello fluorescente.

Él levantó la cabeza y sus ojos se cruzaron con la mirada de satisfacción de Felicity.

– Estuvo en Fun-N-Sun -dijo él. El parque acuático usaba un tampón para marcar la mano de todo aquel que quisiera salir y regresar el mismo día-. Miles de personas acuden allí todos los días, pero puede que tengamos suerte.

Felicity depositó el brazo de la mujer junto a su cuerpo con delicadeza y respeto, lo cual aumentó la estima que Daniel le tenía.

– O puede que por fin alguien la eche de menos -repuso ella en tono quedo.

– ¿Doctora Berg? -Uno de sus ayudantes entró en la sala con una hoja de papel-. En el análisis de orina ha dado positivo el flunitrazepam, cien microgramos.

Daniel frunció el entrecejo.

– ¿Rohipnol? ¿Utilizó un fármaco para violarla? Esa dosis no es letal, ¿verdad?

– Ni siquiera basta para dejarla inconsciente, apenas puede detectarse en el análisis. Jackie, ¿podrías repetir la prueba? Si me citan ante un jurado de acusación necesitaré la verificación de los resultados. No te lo tomes a mal.

Jackie asintió sin inmutarse.

– Para nada. Lo haré de inmediato.

– Quería que encontráramos el fármaco, pero no quería dejarla completamente incapacitada -musitó Daniel-. La quería consciente y bien despierta.

– Y tiene conocimientos de farmacología. No debe de resultar sencillo obtener ese nivel mínimo de flunitrazepam. De nuevo indica que se tomó unas cuantas molestias.

– Así que también tengo que comprobar si en el asesinato de Alicia Tremaine utilizaron Rohipnol. Necesito ese expediente policial. -Y el sheriff Frank Loomis de Dutton seguía sin responder a su llamada. Aquello sobrepasaba la cortesía profesional. Daniel decidió ir a Dutton a buscar el expediente en persona-. Gracias, Felicity. Como siempre, ha sido un placer.