– Daniel. -Felicity se había apartado del cadáver y se estaba retirando la mascarilla-. Quería decirte que siento lo de tus padres.
Daniel exhaló un suspiro.
– Gracias.
– Me habría gustado asistir al funeral, pero… -Una mueca de autodesaprobación asomó a sus labios-. Fui a la iglesia pero me sentí incapaz de entrar. Lo creas o no, los funerales me ponen enferma.
Él le sonrió.
– Te creo, Felicity. Gracias por intentarlo.
Ella asintió con gesto enérgico.
– Cuando la señorita Fallon se ha marchado, le he pedido a Malcom que solicitara el informe de la autopsia de Alicia Tremaine. En cuanto lo tengamos te lo haré saber.
– De nuevo te estoy agradecido.
Al alejarse notó que ella lo seguía con la mirada.
Atlanta, lunes, 29 de enero, 13.15 horas.
Cuando Daniel regresó al despacho encontró a Luke sentado en una de las sillas con un portátil en el regazo y los pies sobre su escritorio. El chico levantó la cabeza, escrutó el semblante de Daniel y se encogió de hombros.
– No sé si conseguiré engañar a mi madre; me lo estás poniendo muy difícil, Daniel. Puedo repetirle tantas veces como quiera que estás bien, pero las marcas oscuras que tienes debajo de los ojos indican algo muy distinto.
Daniel colgó la chaqueta detrás de la puerta.
– ¿No tienes trabajo?
– Oye, estoy trabajando. -Luke levantó el portátil-. Estoy efectuando un diagnóstico del ordenador del jefe. Últimamente parece que tenga algún tornillo flojo. -Dibujó un tirabuzón en el aire con los dedos, sonriente, pero Daniel notó la tensión en la voz de su amigo.
Se sentó tras su escritorio y lo observó. Bajo los ojos de Luke no aparecían marcas oscuras, pero en su mirada había una desolación que pocos conseguían ver.
– ¿Un mal día?
La sonrisa de Luke se desvaneció. Cerró los ojos y se le oyó tragar saliva.
– Sí.
La única palabra que pronunció sonó áspera y teñida de un sufrimiento que pocos comprendían de verdad. Luke formaba parte del equipo operativo contra el crimen cibernético y durante el último año se había ocupado de los delitos que afectaban a niños. Daniel prefería presenciar mil autopsias antes que ver las obscenidades a las que Luke tenía que enfrentarse a diario. El chico dio un suspiro y abrió los ojos. Había recobrado el control, que no la serenidad.
Daniel se preguntó si algún policía hallaba alguna vez la serenidad.
– Necesitaba un respiro -se limitó a decir Luke, y Daniel asintió.
– Vengo del depósito de cadáveres, mi víctima estuvo el jueves en Fun-N-Sun y toca el violín.
– Bueno, lo del violín reduce las posibilidades. Tengo una cosa para ti. -Luke extrajo una gruesa pila de hojas del maletín de su ordenador-. He buscado más a fondo sobre Alicia Tremaine y he encontrado todos estos artículos. Tenía una hermana gemela.
– Ya lo sé -repuso Daniel con ironía-. Lástima que no me lo dijeras antes de que se personara aquí esta mañana y me diera un susto de muerte.
Las morenas cejas de Luke se dispararon hacia arriba.
– ¿Ha estado aquí? ¿Alexandra Tremaine?
– Ahora se hace llamar Fallon. Alex Fallon. Es enfermera en una unidad de urgencias de Cincinnati.
– Así que sobrevivió -dijo Luke pensativo, y Daniel frunció el entrecejo.
– ¿Qué quieres decir?
Luke depositó la pila de papeles sobre la mesa.
– Bueno, la historia no termina con el asesinato de Alicia. El día que encontraron su cadáver, Kathy Tremaine, la madre, se pegó un tiro en la cabeza. Parece que fue su hija Alexandra quien la encontró, y que luego se tomó todas las pastillas que el médico había recetado a su madre para el ataque de histeria que sufrió al tener que identificar el cadáver de su hija.
Daniel pensó en la víctima desconocida, tendida en la mesa del depósito de cadáveres, y en la madre que tuviera que identificar a una hija con aquel aspecto. De todos modos, el suicidio era una solución de cobardes… y para Alex la forma de olvidar que había encontrado a su madre de aquel modo.
– Dios mío -musitó.
– La hermana de Kathy Tremaine, que vivía en Ohio, fue a buscar a Alicia y las encontró a las dos. Su nombre es Kim Fallon.
– Alex me ha dicho que la habían adoptado sus tíos, o sea que cuadra.
– Aún hay más cosas; necrológicas y artículos sobre el juicio de Gary Fulmore, el hombre a quien culparon del asesinato. Sin embargo, no aparece mención alguna de Alexandra después del artículo sobre la detención de Fulmore. Imagino que fue cuando Kim Fallon se la llevó a Ohio.
Daniel hojeó las páginas.
– ¿Has visto si hablan de Bailey Crighton?
– De Craig Crighton sí, pero de Bailey no. Craig era el hombre con quien Kathy Tremaine convivía en el momento de su muerte. ¿Por qué lo preguntas?
– Porque por eso ha venido a verme hoy Alex Fallon. Su hermanastra Bailey desapareció el jueves por la noche y ella creía que se trataba de la mujer de Arcadia.
Luke dio un silbido quedo.
– Vaya, menuda impresión.
Daniel pensó en los puños casi exangües de tanto como Alex los apretaba, y en la sensación que le produjo el tacto de su mano en la propia.
– Imagino que sí, pero se ha controlado muy bien.
– No, si me refería a ti. -Luke bajó los pies del escritorio y se levantó-. Tengo que volver al trabajo. Se acabó el descanso.
Daniel entrecerró los ojos.
– ¿Estás bien?
Luke asintió.
– Claro. -Pero su voz traslucía poca convicción-. Te veré luego.
Daniel alzó los papeles.
– Gracias, Luke.
– No hay de qué.
«La reacción en cadena», pensó Daniel al observarlo marcharse. Cambiaba la vida de las víctimas y de sus familias. «A veces también nos cambia la vida a nosotros. Casi siempre.» Con un suspiro, se volvió hacia su ordenador para buscar el teléfono de Fun-N-Sun. Tenía una víctima por identificar.
Dutton, lunes, 29 de enero, 13.00 horas.
– Aquí está todo. -Alex lo depositó en el sofá de su habitación del hotel-. Play-Doh, bloques Lego, un Mr. Potato, más colores, papel y más cuadernos para pintar.
Meredith se encontraba sentada junto a Hope, en la pequeña mesa que hacía las veces de comedor.
– ¿Y la Bar bie Peinados?
– Hay una muñeca en la bolsa, pero no les quedaban Barbies. He traído a la princesa Fiona de Shrek.
– ¿Se le pueden hacer peinados? Supongo que como Bailey era peluquera debían de jugar a eso juntas.
– Sí, lo he preguntado. Y también he comprado algo de ropa para Hope. Dios, qué cara es la ropa de niños.
– Vete acostumbrando, tiíta.
– La has traído aquí en lugar de dejarla pintando en el escritorio de la habitación.
– No he tenido más remedio. Allí no había espacio para que pintáramos las dos a la vez; además, necesitaba cambiar de ambiente. -Meredith tomó un color azul de una pila de lápices-. Hope, esta vez he elegido el añil. Lo encuentro divertido, me suena a guiño.
Meredith siguió charlando mientras pintaba y Alex se percató de que habían pasado así un buen rato mientras ella estaba fuera. Había un montón de hojas con el borde irregular que Meredith había arrancado del cuaderno de colorear de Hope. Todos los dibujos estaban pintados de azul.
– ¿Podemos hablar mientras pintáis?
Meredith sonrió.
– Claro. También puedes sentarte y pintar con nosotras. A Hope y a mí no nos importa, ¿verdad, Hope?
Hope no pareció siquiera haberla oído. Alex trasladó la silla del escritorio a la mesa y se sentó. Luego se volvió y miró a Meredith a los ojos por encima de Hope.