– ¿Alguna novedad?
– No -respondió Meredith en tono alegre-. No tengo una varita mágica, Alex.
Hope se detuvo en seco, sin dejar de aferrar el color rojo con su pequeño puño. Mantuvo la mirada fija en el cuaderno de colorear pero se quedó completamente quieta. Alex abrió la boca, pero Meredith le lanzó una mirada de advertencia y guardó silencio.
– Por lo menos en la bolsa de la tienda de juguetes no hay ninguna -prosiguió Meredith-. A mí me encantan las varitas mágicas. -Hope no movió un músculo-. Cuando era pequeña, jugaba con ramas de apio como si fueran varitas mágicas. Mi madre se ponía hecha una furia cada vez que quería preparar una ensalada y no tenía apio. -Meredith soltó una risita y siguió pintando con el añil-. Hacía muchos aspavientos pero luego jugaba conmigo. Siempre decía que el apio era barato y que, en cambio, las horas de juego no tenían precio.
Alex tragó saliva.
– Mi madre decía lo mismo. «Las horas de juego no tienen precio.»
– Eso debe de ser porque eran hermanas. ¿Tu madre también lo decía, Hope?
Poco a poco, Hope empezó a mover de nuevo el lápiz, cada vez más rápido, hasta que siguió pintando con la misma concentración de antes. Alex sintió ganas de respirar hondo; sin embargo, Meredith sonreía.
– Pasito a pasito -musitó-. A veces el mejor remedio consiste en permanecer a su lado, Alex. -Arrancó una página del cuaderno de colorear-. Pruébalo. Es muy relajante, en serio.
Alex exhaló un gran suspiro para tranquilizarse.
– Tú hiciste eso conmigo. Cuando fui a vivir con vosotros pasabas muchos ratos sentada a mi lado. Lo hacías todos los días después del colegio, y durante el verano. Entrabas en mi habitación y te ponías a leer. Nunca decías nada.
– No sabía qué decir -repuso Meredith-. Estabas triste y parecías más contenta cuando yo estaba allí. Un día me dijiste «hola». Pasaron días enteros antes de que volvieras a decir nada más, y semanas antes de que mantuviéramos una conversación.
– Creo que me salvasteis la vida -musitó Alex-. Kim, Steve y tú. -Los Fallon habían sido su salvación-. Los echo de menos. -Sus tíos habían muerto el año anterior cuando la pequeña avioneta de Steve se estrelló contra un maizal en Ohio.
A Meredith le flaqueó la mano y le costó tragar saliva.
– Yo también los echo de menos. -Posó un instante la mejilla en los bellos rizos de Hope-. Qué oruga tan bonita, Hope. Voy a pintar de añil la mariposa. -Siguió charlando unos minutos más y, de repente, cambió de tema-. Me encantaría ver mariposas. ¿Sabes si hay algún parque adónde podamos llevar a Hope, Alex?
– Sí, hay uno bastante cerca de la escuela primaria. Al salir he tomado una revista de una inmobiliaria. Cerca del parque hay una casa amueblada que podríamos alquilar durante un tiempo.
«Hasta que encuentre a Bailey.»
Meredith asintió.
– Entendido. Ah, ¿sabes qué? De camino al parque podemos jugar al «Simon dice». -Arqueó las cejas rojizas con intención-. He encontrado las reglas en internet, seguro que te parecerá fascinante. He dejado la página abierta en el portátil, está en el dormitorio.
Alex se puso en pie, empezaba a acelerársele el corazón.
– Voy a mirarlo. -Había telefoneado a Meredith en cuanto el capitán y reverendo Beardsley se hubo alejado en su coche. Le contó la conversación y puso especial énfasis en la frase «Te veré en el infierno, Simon». Al parecer, Meredith había efectuado una búsqueda mientras Alex vaciaba la sección de juguetes de los almacenes Wal-Mart para que su prima pudiera compartir con Hope juegos terapéuticos.
Alex maximizó la página que Meredith había estado leyendo y ahogó un grito de espanto al empezar a atar cabos. «Simon Vartanian.»
Vartanian. El apellido de Daniel le sonaba muchísimo, pero estaba demasiado preocupada por Bailey para pensar en ello. Luego, mientras aguardaba para ver el cadáver de aquella mujer… él la había tomado de la mano, y Alex notó una sensación familiar cuya calidez la invadió desde lo más profundo. Claro que aún había más cosas. Una cercanía, una complicidad, una… comodidad; era como si lo conociera de antes. Tal vez fuera así.
Vartanian. Ahora recordaba a la familia, con vaguedad. Eran ricos. El padre era un hombre importante; era juez. Recordaba a Simon, también con vaguedad. Era un chico alto y grandote, una bestia. Iba a la misma clase que Wade.
Se sentó a leer el artículo y enseguida se enfrascó en una historia de lo más horripilante. Simon Vartanian había muerto hacía una semana, después de asesinar a sus padres y a muchas otras personas. Simon murió en Filadelfia a manos de un detective llamado Vito Ciccotelli.
La hermana de Simon, Susannah Vartanian, seguía viva. «Ya me acuerdo de ella.» Era una chica cultivada que vestía ropa cara. Susannah era de la misma edad que Alex, pero había estudiado en una cara escuela privada. Ahora ejercía de ayudante del fiscal en Nueva York.
Alex exhaló poco a poco el aire que había estado conteniendo. Simon también tenía un hermano con vida, Daniel Vartanian, que era agente especial del GBI. Alex repasó mentalmente el momento de su encuentro, la completa estupefacción que traslucía el semblante de Daniel. Sabía lo de Alicia y ella pensó que la sorpresa se debía a eso. Sin embargo… «Te veré en el infierno, Simon.»
Se presionó los labios con los nudillos mientras observaba la fotografía de Simon Vartanian en la pantalla del ordenador de Meredith. Los dos hermanos guardaban un ligero parecido. Los dos tenían la misma figura, alta y corpulenta, y ambos poseían la misma mirada penetrante. Sin embargo, la de Simon era cruel, mientras que la de Daniel era… triste. Cansada y muy triste. Sus padres habían muerto asesinados; eso explicaba la tristeza. Pero ¿qué explicaba tal estupefacción al ver su rostro? ¿Qué sabía Daniel Vartanian?
«Te veré en el infierno, Simon.» ¿Qué habría hecho Simon? Alex podía leer lo que había hecho últimamente, y era de lo más inhumano. Pero ¿qué habría hecho en el pasado?
Y ¿qué habría hecho Wade? «Sé lo que me hizo a mí… pero ¿qué hizo junto con Simon?» ¿Qué relación había entre Wade y Simon Vartanian? Y ¿qué tenía que ver eso con Bailey? ¿Y con Alicia? ¿Qué había de la pobre mujer a quien habían encontrado abandonada en una zanja la tarde anterior, asesinada igual que Alicia? ¿Era posible que Wade…?
A Alex el pulso empezó a aporrearle los oídos y de pronto le pareció que la habitación se quedaba sin aire. «Tranquila. Concéntrate en el silencio.» Poco a poco volvió a respirar y a pensar con lógica. El asesino de Alicia se estaba pudriendo en la cárcel, donde tenía que estar. Y Wade… No. No se trataba de un asesinato. No. Fuera lo que fuese, sabía que no se trataba de eso.
También sabía que esa noche iba a ver al agente especial Daniel Vartanian, y que lo obligaría a decirle todo cuanto sabía. Hasta entonces, tenía cosas que hacer.
Atlanta, lunes, 29 de enero, 14.15 horas.
Daniel levantó la cabeza del ordenador cuando Ed Randall entró en su despacho con un aire de descontento.
– Hola, Ed. ¿Qué has averiguado?
– Ese tipo es muy cauteloso. De momento solo hemos encontrado un pelo. Hemos tomado barro de la entrada del desagüe y ahora lo están analizando en el laboratorio. Si bajó de la carretera a la cuneta a esa altura es posible que se le cayera algo.
– ¿Qué hay de la manta marrón? -preguntó Daniel.
– Le han cortado las dos etiquetas -respondió Ed-. Vamos a tratar de encontrar al fabricante del tejido. Es posible que tengamos suerte y logremos averiguar el punto de venta. ¿Algún progreso con la identidad de la víctima?
– Sí. De hecho Felicity ha encontrado en su mano un sello de Fun-N-Sun.
– Así que tú te vas al parque acuático y a mí me toca conformarme y jugar con barro. No es justo.
Daniel sonrió.
– No creo que me haga falta ir al parque acuático. He pasado casi toda la tarde hablando por teléfono con los vigilantes. Han podido darme acceso a su red para que compruebe las grabaciones de las cámaras de seguridad desde mi ordenador.