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– ¿Un tiovivo de los auténticos? ¿Con caballitos?

– Con caballitos. Lleva allí desde que yo era pequeña. -Alex se sentó en el brazo del sofá-. Esta casa también estaba. Siempre pasaba por delante cuando volvía de la escuela.

Meredith se sentó junto a Hope sin dejar de mirar a Alex.

– Lo dices en tono triste.

– Entonces estaba triste. Siempre pensaba que esto era como una casa de muñecas y que quienes vivían aquí eran muy afortunados, podían montarse en el tiovivo siempre que querían.

– ¿Y tú no?

– No. Cuando mi padre murió dejamos de tener dinero para esas cosas. A mi madre le costaba trabajo reunir lo suficiente para comer.

– Hasta que se fue a vivir con Craig.

Alex hizo una mueca y cerró la puerta de sus recuerdos antes de empezar a oír el primer grito.

– Voy a cambiarme y saldré a comprar comida. Después tengo que marcharme.

Meredith frunció el entrecejo.

– ¿Adónde?

– Voy a investigar. Tengo que intentarlo, Mer; nadie más lo hará.

No era del todo cierto. Daniel Vartanian se había ofrecido a ayudarla. «Veremos lo útil que resulta.»

– Mañana por la noche vuelvo a Cincinnati, Alex.

– Ya lo sé. Por eso trato de resolver todo esto ahora. Cuando vuelva me contarás todas las maravillas a las que Hope y tú habéis jugado para que mañana pueda tomarte el relevo.

Alex entró en el dormitorio, cerró la puerta y extrajo la pistola del bolso. Seguía dentro de la caja. Deseando que dejaran de temblarle las manos, Alex la sacó y volvió mirarla. Había llenado el cargador tal como le enseñó el propietario del establecimiento y había colocado con cuidado el dispositivo de seguridad. Necesitaba un bolso más grande, porque pensaba llevarla siempre encima. No le serviría de nada que estuviera guardada bajo llave en su caja si se encontraba fuera. De momento, tendría que arreglárselas con el bolso.

– ¡Santo Dios, Alex! -Alex se volvió a tiempo de ver a la furiosa Meredith cerrar de un violento portazo la puerta del dormitorio-. ¿Se puede saber qué es eso? -susurró.

Alex se llevó la mano al corazón, que latía acelerado.

– No vuelvas a hacer eso.

– ¿Que no vuelva a hacer eso? -soltó Meredith en voz baja pero aguda-. ¿Me estás diciendo que no vuelva a hacer eso mientras sigues ahí plantada con una puta pistola en la mano? ¿En qué demonios estás pensando?

– En que Bailey ha desaparecido y hay una mujer muerta. -Alex se sentó en el borde de la cama, volvía a respirar-. No quiero acabar igual que ella.

– Joder, tía, no tienes ni idea de cómo manejar una pistola.

– Tampoco tengo ni idea de cómo buscar a personas desaparecidas, ni de cómo cuidar de niñas traumatizadas. Pienso aprenderlo sobre la marcha, Mer. Y no me grites.

– No estoy gritando. -Meredith respiró hondo-. Susurro en voz alta, que es muy distinto. -Se apoyó en la puerta cerrada-. Lo siento, no tendría que haber reaccionado así, pero me he llevado un buen susto al verte con eso. Dime por qué has comprado la pistola.

– He ido al depósito de cadáveres para ver a esa mujer.

– Ya lo sé. Te ha acompañado el agente Vartanian.

Él no le había contado toda la verdad, de eso Alex estaba segura. Sin embargo, sus ojos albergaban una ternura y su tacto le producía una sensación de confort que no podía pasar por alto.

– Él no cree que la desaparición de Bailey sea pura coincidencia. Si quienquiera que haya matado a esa mujer piensa emular el asesinato de Alicia, yo soy la otra actriz que ha regresado al escenario original.

Meredith palideció.

– ¿Adónde irás esta noche, Alex?

– El sheriff de Dutton me envió a buscar a Bailey al centro para personas sin hogar de Atlanta. A Vartanian le parece arriesgado que vaya sola y se ha ofrecido a acompañarme.

Meredith entornó los ojos.

– ¿Por qué? ¿Qué saca él con acompañarte?

– Eso es lo que quiero averiguar.

– ¿Vas a contarle lo que Wade le dijo al capellán del ejército? «Te veré el infierno, Simon.»

– Todavía no lo he decidido. Lo improvisaré sobre la marcha.

– Llámame mientras estés fuera -le ordenó Meredith-. Cada media hora.

Alex deslizó la pistola dentro del bolso.

– He visto la plastilina en las uñas de Hope.

Alex alzó y bajó rápidamente las cejas, como si con el gesto se encogiera de hombros.

– Yo misma le he metido los dedos en la bola para animarla, pero qué va. Podrías comprar más lápices rojos, ya que vas por comida.

Alex suspiró.

– ¿Qué le ha pasado a esa niña, Meredith?

– No lo sé. Alguien tendrá que ir a casa de Bailey a inspeccionar. Si la policía no lo hace, puede ser que Vartanian esté dispuesto.

– No lo creo. Dijo que no podía implicarse si no se lo pedía el sheriff, y de momento Frank Loomis no está resultando de mucha ayuda.

– Puede que la muerte de esa chica cambie las cosas.

Alex se encogió de hombros bajo la chaqueta de su traje.

– Puede. Pero yo no esperaría gran cosa.

Atlanta, lunes, 29 de enero, 18.15 horas.

Daniel seguía con el entrecejo fruncido al salir del ascensor y dirigirse a la sala de reuniones. Frank Loomis estaba demasiado ocupado para recibirlo y al final había tenido que marcharse.

Se sentó a la mesa junto a la que aguardaban Chase y Ed.

– Siento llegar tarde.

– ¿Dónde has estado? -preguntó Chase.

– He tratado de avisarte por el camino, Chase, pero Leigh me ha dicho que estabas en una reunión. Te lo explicaré, lo prometo. -Sacó su cuaderno de anotaciones-. Antes vamos con la reunión. ¿Ed?

Con expresión triunfal, Ed alzó la bolsa de plástico que contenía una prueba. -Una llave.

Daniel aguzó la vista. Medía unos dos centímetros y medio, era plateada y presentaba una capa de barro alrededor del orificio.

– ¿Dónde la has encontrado?

– En el barro que recogimos junto al desagüe. Es nueva, aún se ven las imperfecciones del cerrajero. No creo siquiera que la hayan usado.

– ¿Hay huellas? -quiso saber Chase.

Ed soltó un resoplido.

– Ojalá. No hay ni una.

– Podría haberla perdido cualquiera antes de que dejaran allí el cadáver -observó Chase.

Ed no se inmutó.

– También podría haberla perdido él.

– ¿Qué hay de la manta? -preguntó Daniel-. ¿Sabéis de dónde procede?

– Todavía no. Es una manta de camping, la venden en tiendas de deportes. Es resistente al agua, mantuvo a la víctima bastante seca a pesar de la fuerte lluvia que cayó el sábado.

– ¿Y qué hay del crimen de hace trece años, el de la chica de Dutton? -preguntó Chase-. ¿También estaba envuelta en una manta de camping?

Daniel se frotó la frente.

– No lo sé. Todavía no he conseguido siquiera el expediente policial. Estoy topando contra un muro y no entiendo por qué. -Resultaba preocupante-. Tenemos una pista sobre la víctima, puede que incluso sepamos qué aspecto tenía. -Daniel le contó a Chase en lo que había estado trabajando junto con los vigilantes de Fun-N-Sun-. El vigilante me ha enviado esta fotografía, está un poco granulosa pero se ve bien el rostro. Tiene la altura y tipo apropiados.

– Impresionante -musitó Chase-. ¿Procede de la grabación de seguridad del parque?

– Sí. Me llamó la atención el eslogan de la sudadera. Los vigilantes de seguridad del parque me han telefoneado mientras venía hacia aquí. No han encontrado ningún pago hecho con tarjeta de crédito, así que creen que pagó la comida en efectivo. Van a comprobar las grabaciones de las cámaras de la puerta principal y también nos enviarán copias. Puede que pagara la entrada con tarjeta de crédito. Si mañana por la mañana no hemos conseguido saber quién es, enviaré la foto a los servicios informativos.

– Parece un buen plan -opinó Chase-. Así ¿has perdido el tiempo yendo a Dutton?