– No del todo.
Daniel colocó la tarjeta de la cámara de Jim Woolf sobre la mesa.
– El periodista recibió una llamada anónima en la que le dijeron adónde debía ir y cuándo.
– ¿No le crees? -preguntó Chase.
– No del todo. Me ha mentido sobre unas cuantas cosas y ha omitido otras. Woolf dice que recibió la llamada al mediodía, que llegó allí a la una y que los ciclistas pasaron a las dos.
– De Dutton a Arcadia solo se tarda media hora -observó Ed-. Tuvo tiempo de sobra.
– Normalmente solo se tarda media hora -convino Daniel-. Pero ayer por la mañana cortaron un tramo de ocho kilómetros de la carretera. Solo permitían el paso a los vecinos y para ello comprobaban su identidad y anotaban las matrículas. Woolf me contó que lo había acompañado su mujer, pero por el camino he llamado al sheriff Corchran y su coche no se encuentra entre los que pasaron por el control.
Chase asintió.
– O sea que o bien Woolf llegó antes de las nueve de la mañana o su mujer lo dejó a tres o cuatro kilómetros del escenario del crimen y llegó caminando. Aún pudo subir al árbol antes de las dos, pero para eso tuvo que ir corriendo todo el rato y debió de llegar con el tiempo justo.
– Jim no parece estar muy en forma. Joder, ni siquiera me lo imagino subiéndose al árbol. A eso hay que añadir que llamaron al 911 a las dos y tres minutos -dijo Daniel-. El ciclista que telefoneó ocupaba el puesto sesenta y tres, o sea que era de los últimos. Lo he comprobado con los comisarios de la carrera. El primer ciclista pasó a las dos menos cuarto.
Ed frunció el entrecejo.
– ¿Por qué iba a mentirte el periodista sobre un dato comprobable?
– Creo que no quiere admitir que llegó allí mucho antes y que le dio tiempo de contaminar el escenario. Y si me dijera lo que quiero saber, yo desaparecería. De camino también he llamado a Chloe Hathaway, de la fiscalía. Intentará conseguir una orden para rastrear las llamadas que Jim recibió tanto en el teléfono del Review como en el de su casa y en el móvil. Me apuesto cualquier cosa a que recibió una llamada el domingo temprano. -Daniel suspiró-. Cuando he terminado con Jim Woolf, he ido a la comisaría. Alex Fallon estaba a punto de entrar.
Chase arqueó las cejas.
– Qué interesante.
– Me ha dicho que trataba de que incluyeran a su hermanastra en el archivo de personas desaparecidas. Ha telefoneado varias veces durante el fin de semana pero le dijeron que era probable que la chica se hubiera largado por ahí. Ella está convencida de que la desaparición de su hermanastra y el crimen de Arcadia están relacionados, y yo tiendo a pensar lo mismo.
– Yo no tiendo a pensar lo contrario -repuso Chase-. ¿Y?
– Le he dicho que yo me encargaría de hablar con el sheriff. -Daniel quiso que se lo tragara la tierra cuando Chase arqueó aún más las cejas-. De todos modos iba a entrar, Chase. He pensado que podía hablar con Frank Loomis y averiguar si han obviado contarle algo a Alex, si hay algún motivo para que estén tan seguros de que Bailey se ha marchado de casa por voluntad propia.
– ¿Pero? -preguntó Chase.
– Pero la secretaria no paraba de decirme que me atendería en unos minutos. Al final me he marchado. O Frank no estaba o se ha negado a recibirme y la secretaria no ha querido decírmelo abiertamente. De cualquier forma me estaban dando largas, y no me gusta que me hagan eso.
– ¿Has solicitado el expediente policial del caso Tremaine? -preguntó Ed.
– Al final sí. Wanda, la secretaria de Frank, me ha dicho que estaba archivado y que le llevaría bastante tiempo encontrarlo. Ha dicho que me llamaría dentro de unos días.
– Hombre, el expediente es de hace trece años -observó Chase, pero Daniel sacudió la cabeza.
– Estamos hablando de Dutton, los expedientes no ocupan naves enteras. Todo cuanto Wanda tenía que hacer era bajar al sótano y encontrar la caja en la que está guardado. Se me ha quitado de encima.
– ¿Qué piensas hacer, Daniel? -quiso saber Chase.
– Cuando he hablado con Chloe sobre la orden para rastrear las llamadas de Jim Woolf le he pedido si había alguna forma rápida de conseguir ese expediente. Me ha dicho que si el miércoles no había recibido respuesta se encargaría del tema. Sé que a Frank Loomis no le gusta que nadie se entrometa en sus asuntos, pero no es propio de él darme largas de esta forma. Estoy empezando a preocuparme de verdad, a ver si el que ha desaparecido es él.
– ¿Y la hermanastra de Fallon? -preguntó Ed-. ¿La han incluido en el archivo?
– Sí, aunque Wanda me ha dicho que no van a dedicar recursos a buscarla. Dice que Bailey Crighton está fichada por posesión de drogas y consumo en vía pública. Ha estado varias veces en programas de rehabilitación. Es una drogadicta.
– Entonces es posible que se haya largado de casa -apuntó Chase en tono amable-. De momento, centrémonos en la víctima.
– Ya. -Daniel no pensaba mencionar que tenía previsto acompañar a Alex Fallon a Peachtree-Pine-. Según Felicity las contusiones junto a la boca fueron producidas tras la muerte, por lo que creo que se las hicieron expresamente para que las viéramos. Se han encontrado pruebas de agresión sexual pero nada de fluidos. Murió en algún momento comprendido entre las diez de la noche del jueves y las dos de la madrugada del viernes, y tenía bastante Rohipnol en el cuerpo para dar positivo en el análisis. En los viejos artículos sobre el asesinato de Alicia Tremaine pone que dio positivo de GHB, o sea que a las dos víctimas les administraron fármacos para violarlas.
Chase soltó un resoplido.
– Mierda. Lo copia en todo.
– Sí, ya lo sé. -Daniel miró el reloj. Alex llegaría de un momento a otro. No podía quitarse de encima la sensación de que la habían hecho viajar hasta allí por algún motivo. Por lo menos podía encargarse de protegerla mientras buscaba a Bailey en un antro como Peachtree-Pine-. Es todo cuanto tengo por el momento. Nos reuniremos mañana a la misma hora.
Atlanta, lunes, 29 de enero, 19.25 horas.
Alex no había llegado a aparcar frente al pequeño edificio de dos plantas en un tranquilo barrio de Atlanta cuando Daniel Vartanian se asomó a la ventanilla de su coche. Bajó el cristal y él se agachó para situarse a su altura.
– No tardaré -dijo-. Gracias por seguirme hasta mi casa. Puede dejar el coche aquí, así luego la vuelta no será tan larga.
Tenía los ojos de un azul intenso y la mirada centrada en el rostro de Alex, y esta se descubrió mirándolo demasiado de cerca. Tenía la nariz afilada y una boca de gesto firme; con todo, en conjunto sus marcados rasgos le conferían un aspecto atractivo. Recordó cómo la había tomado de la mano, y luego recordó que era probable que supiera más cosas de las que le había contado.
– Le agradezco que se haya ofrecido a acompañarme.
Una de las comisuras de los labios de él se arqueó y suavizó la dureza de sus facciones.
– Tengo que cambiarme de ropa y sacar al perro. Puede entrar o bien esperarme sentada fuera, pero está refrescando.
Era cierto. El sol se había ocultado y el ambiente era bastante frío. Aun así, pudo más la prudencia.
– No se preocupe, le esperaré aquí.
Él arqueó una de sus cejas rubias.
– Alex, si se fía de mí para que la acompañe a Peachtree-Pine, le garantizo que mi sala de estar es bastante más segura. De todos modos, haga lo que guste.
– Mirándolo así… -Cerró la ventanilla, cogió el bolso y cerró el coche. Cuando levantó la cabeza vio que Vartanian miraba el bolso con recelo.
– No quiero saber si ahí dentro hay algo peligroso porque, a menos que tenga permiso para llevar un arma oculta, estaría infringiendo la ley.
– No sería muy acertado por mi parte -respondió Alex con un parpadeo, y a él estuvo a punto de escapársele la risa.
– Claro que si quiere dejar el bolso en mi residencia privada… estoy de acuerdo.