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– ¿En su casa no hay niños?

Él la tomó por el codo y la guió hacia la acera.

– Conmigo solo vive Riley, pero como no tiene pulgares, no hay peligro. -Abrió la puerta de entrada y desconectó la alarma-. Aquí está.

Alex se echó a reír al ver al basset de aspecto alicaído sentado, bostezando.

– ¡Qué monada!

– Sí, bueno, tiene momentos de todo. No le dé nada de comer.

Y, con esa extraña advertencia, Vartanian echó a correr escalera arriba y dejó a Alex sola en la sala de estar. Era una estancia bastante agradable, más confortable que la que había dejado en Cincinnati; claro que para eso no hacía falta gran cosa. El enorme televisor de pantalla plana ocupaba la posición central. En el comedor predominaba la mesa de billar, y en una esquina había un brillante mueble bar de caoba con sus taburetes y un cuadro de la serie Perros jugando al póquer colgado en la pared.

Alex se echó a reír de nuevo, y se asustó al notar que algo le rozaba la pantorrilla. No lo había oído acercarse; Riley se encontraba junto a ella y la miraba de forma conmovedora. Acababa de agacharse para rascarle las orejas cuando apareció Vartanian con un aspecto completamente distinto: vestía unos tejanos desteñidos y una sudadera de los Bravos de Atlanta. En la mano llevaba una correa.

– Le cae bien -dijo-. No cruza de un lado a otro de la habitación por cualquiera.

Alex se puso en pie cuando Vartanian se inclinó para insertar la correa en el collar del perro.

– Voy a comprarme un perro -anunció-. Está en la lista de cosas que tengo que hacer mañana.

– Eso me tranquiliza mucho más que pensar que su seguridad depende de una pistola.

Ella alzó la barbilla.

– No soy estúpida, agente Vartanian. Sé muy bien que un perro ladrador es más disuasivo que una pistola mal empuñada. Con todo, la protección nunca está de más.

Él sonrió. Luego se levantó y tiró de la correa para conducir a Riley hacia la puerta.

– En eso tiene razón, Alex. ¿Quiere venir con nosotros? Me parece que a Riley le apetece.

Riley se había tumbado boca abajo en el suelo, arrastraba las orejas y señalaba a Alex con la nariz. La miró con ojos soñolientos Alex no pudo evitar echarse a reír de nuevo.

– Menudo comediante. Claro que yo estaba pensando en un perro más activo. Un perro guardián.

– Lo crea o no, el tío se mueve cuando le da la gana.

Riley se deslizó entre los dos cuando Vartanian los guió hacia la puerta y por el camino de entrada a la casa.

– Ahora se mueve -convino Alex-. Aun así, no es precisamente un perro guardián.

– No, es cazador. Ha ganado varios premios. -Caminaron en agradable silencio durante un rato. Luego Vartanian le hizo una pregunta-: ¿Le gustan los perros a su sobrina?

– No lo sé. Tan solo hace dos días que la conozco y de momento no se ha mostrado muy… sociable. -Alex frunció el entrecejo-. No sé si le dan miedo los perros; ni siquiera sé si es alérgica a algo. No tengo su historial médico. Mierda, también tengo que añadir eso a la lista.

– Antes de comprarse un perro observe cómo reacciona con Riley. Si se asusta de este perro, cualquier otro la asustará aún más.

– Espero que le gusten los perros. Tengo ganas de lograr que se interese por algo. -Alex suspiró-. Maldita sea; quiero ver que hace algo más que pasarse el día pintando.

– ¿Pinta?

– Está obsesionada. -Antes de que se diera cuenta, Alex le había contado toda la historia y se encontraban de nuevo en la sala de estar-. Ojalá supiera al menos qué vio esa niña. Me horroriza pensarlo.

Riley se dejó caer en el suelo con un exagerado suspiro y los dos se agacharon a rascarle las orejas a la vez.

– No suena demasiado bien -opinó él-. ¿Qué va a hacer cuando su prima vuelva a casa mañana?

– No lo sé. -Alex miró los amables ojos de Daniel Vartanian y de nuevo sintió que estaban en contacto a pesar de que esta vez él no la tocó-. No tengo ni idea.

– Y eso le asusta -añadió él con suavidad.

Ella asintió con tirantez.

– Parece que últimamente hay muchas cosas que me asustan.

– Estoy seguro de que el psicólogo del departamento podrá recomendarle un especialista para la niña.

– Gracias -musitó ella, y al mirarlo notó que algo había cambiado en la relación; algo se había asentado. Y Alex respiró tranquila por primera vez en todo el día.

Vartanian tragó saliva. Luego se levantó y puso fin al mágico instante.

– Sigue llevando una chaqueta demasiado elegante para ir a donde vamos. -Daniel se dirigió al ropero y empezó a mover perchas con más fuerza de la que probablemente era necesaria. Al final sacó una cazadora de piel de cuando iba al instituto-. Entonces estaba más delgado. Puede que no la tape del todo.

La sostuvo en alto y Alex se despojó de su chaqueta para colocarse aquella. Olía igual que él, y ella sintió el impulso de husmear la manga con tanta delicadeza como Riley.

– Gracias.

Él asintió pero no dijo nada. Conectó la alarma y cuando hubieron salido cerró la puerta con llave. Al llegar al coche volvió a mirarla y ella contuvo la respiración. Su mirada era tan penetrante como de costumbre; no obstante, en ella se veía ahora algo más, un anhelo que debería asustarla pero que en lugar de eso la fascinaba.

– Ha sido muy amable conmigo, agente Vartanian, mucho más de lo que tiene obligación de ser. ¿Por qué?

– No lo sé -respondió él, en voz tan baja que ella se estremeció-. No tengo ni idea.

– Y… ¿eso le asusta? -preguntó ella, repitiendo intencionadamente sus palabras.

Una de las comisuras de los labios de él se curvó en una extraña mueca que ella empezaba a comprender.

– Digamos qué… piso un terreno poco conocido. -Le abrió la puerta del coche-. Vamos a Peachtree-Pine. Todavía hace bastante frío por las noches y muchos vagabundos de la ciudad se resguardan en los centros de acogida. Hacia las seis ya suelen estar llenos; a la hora que nosotros lleguemos habrán terminado de servir la cena. Así será más fácil buscar a Bailey.

Ella aguardó a que él se hubiera sentado ante el volante.

– Ojalá tuviera una foto reciente. Sé que en la peluquería donde trabaja hay una, la del título de esteticista. He estado tan ocupada que se me ha olvidado llamar, y ahora ya está cerrada.

Él se sacó un papel doblado del bolsillo de la camisa.

– He buscado su permiso de conducir antes de salir del despacho. No tiene mucho glamour pero al menos es reciente.

A Alex se le formó un nudo en la garganta. En la foto se veía a Bailey, con sus ojos claros, sonriente.

– Oh, Bailey.

Vartanian le lanzó una perpleja mirada de soslayo.

– No pensaba que se la viera tan mal.

– No, se la ve bien. Me siento al mismo tiempo tan aliviada y tan… triste. La última vez que la vi estaba muy fuera de sí. No he dejado de desear poder volver a verla tal como está ahí. -Alex frunció los labios-. Puede que ahora esté muerta.

Vartanian le oprimió ligeramente el hombro.

– No piense eso. Sea positiva.

Alex exhaló un hondo suspiro, notaba un hormigueo en el hombro debido al contacto con él. Eso era algo positivo en lo que podía pensar.

– De acuerdo. Lo intentaré.

Atlanta, lunes, 29 de enero, 19.30 horas.

Ahora estaba casada con un corrector de bolsa a quien había conocido en la universidad. Ella había estudiado en la universidad mientras él… «Mientras yo me pudría en la cárcel.» La lista negra se había hecho un poco más extensa durante su injusta condena. Ella ocupaba una de las primeras posiciones.

Oyó su taconeo en el suelo de hormigón al salir del ascensor y penetrar en el aparcamiento. Esa noche iba de punta en blanco. Llevaba un abrigo de visón y un perfume de los que probablemente treinta mililitros costaban cuatrocientos dólares. Las perlas que adornaban su cuello brillaban bajo la luz de la claraboya mientras se situaba ante el volante.