– La policía del estado. -Michael retrocedió y Daniel entró en el gran recibidor de casa de los Bowie, una de las pocas mansiones de antes de la guerra de Secesión que los yanquis no habían llegado a incendiar.
El congresista se estaba atando el cinturón del batín. Tenía el semblante impertérrito, pero en sus ojos Daniel entrevió cierto temor.
– Daniel Vartanian. Me habían dicho que hoy estabas en la ciudad. ¿En qué puedo ayudarte?
– Siento importunarle a estas horas de la noche, congresista -empezó Daniel-. Estoy investigando el asesinato de una mujer a quien ayer encontraron en Arcadia.
– Donde la carrera ciclista. -Bowie asintió-. Lo he leído hoy en el Review.
Daniel exhaló un quedo suspiro.
– Creo que la víctima podría ser su hija, señor.
Bowie retrocedió, sacudiendo la cabeza.
– No, no es posible. Janet está en Atlanta.
– ¿Cuándo vio por última vez a su hija, señor?
Bowie apretó la mandíbula.
– La semana pasada, pero su hermana habló con ella ayer por la mañana.
– ¿Puedo hablar con su otra hija, señor Bowie? -preguntó Daniel.
– Es tarde, Patricia está durmiendo.
– Ya sé que es tarde, pero si estamos equivocados tenemos que saberlo cuanto antes para seguir investigando la identidad de esa mujer. Alguien está esperando a que regrese a casa, señor.
– Lo comprendo. ¡Patricia! Baja. Y vístete decentemente.
Arriba se abrieron dos puertas. La señora Bowie y una joven bajaron la escalera, esta última con aire vacilante.
– ¿De qué va todo esto, Bob? -preguntó la señora Bowie. Frunció el entrecejo al reconocer a Daniel-. ¿Por qué ha venido? ¿Bob?
– Tranquilízate, Rose. Se trata de un error y vamos a aclararlo ahora mismo. -Bowie se volvió hacia la joven-. Patricia, me dijiste que habías hablado con Janet ayer por la mañana. Dijiste que estaba enferma y que no iba a venir a cenar.
Patricia pestañeó con cara de inocente y Daniel suspiró para sus adentros. «Las hermanas se encubren entre sí.»
– Janet me dijo que tenía la gripe. -Patricia sonrió con aire experimentado-. ¿Qué pasa? ¿Le han puesto una multa? Eso es muy típico de Janet.
Bowie se puso tan pálido como su esposa.
– Patricia -dijo con voz quebrada-, el agente Vartanian está investigando un asesinato. Cree que la víctima es Janet. No nos ocultes información.
Patricia se quedó boquiabierta.
– ¿Qué?
– ¿De verdad hablaste con tu hermana, Patricia? -preguntó Daniel en tono amable.
Los horrorizados ojos de la chica se llenaron de lágrimas.
– No, me pidió que le contara a todo el mundo que estaba enferma, que tenía otro compromiso. Pero no puede ser ella. No puede ser.
La señora Bowie, presa de pánico, emitió una especie de grito.
– Bob.
Bowie rodeó a su esposa con el brazo.
– Michael, trae una silla para tu madre.
Michael ya había hecho lo propio y ayudó a su madre a sentarse mientras Daniel se centraba en Patricia.
– ¿Cuándo te pidió que mintieras por ella?
– El miércoles por la noche. Dijo que iba a pasar el fin de semana con… unos amigos.
– Esto es importante, Patricia. ¿Qué amigos? -la presionó Daniel. Por el rabillo del ojo vio a la señora Bowie hundirse en la silla con evidente temblor.
Patricia miró a sus padres con abatimiento mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.
– Tiene novio y sabía que a vosotros no os parecería bien. Lo siento.
Bowie, con el rostro céreo, miró a Daniel.
– ¿Qué necesitas de nosotros, Daniel?
– Me hace falta un poco de pelo de su cepillo. Tendremos que registrar el dormitorio que ocupa cuando se aloja aquí, para tomar las huellas. -Vaciló-. También necesito el nombre de su dentista.
Bowie palideció aún más; no obstante, tragó saliva y asintió.
– Lo tendrás.
– Dios mío. No debimos permitir que alquilara ese piso en Atlanta. -La señora Bowie estaba llorando y se balanceaba mientras se cubría el rostro con las manos.
– ¿Alquiló un piso en Atlanta? -preguntó Daniel.
Bowie asintió con un gesto casi imperceptible.
– Toca en una orquesta.
– Es violoncelista -afirmó Daniel en voz baja-. Y ¿vuelve a casa los fines de semana?
– Casi siempre llega el domingo por la noche. Suele venir a cenar a casa. -Bowie apretó la mandíbula; se esforzaba por mantener la compostura-. Bueno, últimamente no tanto. Se está haciendo mayor, y se está distanciando, pero solo tiene veintidós años. -Se derrumbó y bajó la barbilla al pecho. Daniel apartó la mirada y le concedió intimidad para expresar su pena.
– Su dormitorio está arriba -musitó Michael.
– Gracias. Pediré que envíen una furgoneta de la policía científica lo antes posible. Patricia, necesito que me cuentes todo lo que sabes sobre Janet y su novio. -Daniel posó la mano en el brazo de Bob Bowie-. Lo siento, señor.
Bowie hizo un brusco gesto afirmativo sin pronunciar palabra.
Dutton, martes, 30 de enero, 00.55 horas.
– ¿Qué está pasando aquí?
Daniel se detuvo en seco. Una oleada de ira empezó a invadirlo, pero se contuvo.
– Vaya, vaya, usted debe de ser el esquivo sheriff Loomis. Deje que me presente, soy el agente especial Daniel Vartanian. Le he dejado seis mensajes desde el domingo.
– No me hables con sarcasmo, Daniel. -Frank torció el gesto al ver el pequeño despliegue en el vestíbulo de casa de los Bowie-. El puto GBI me ha infestado el municipio, como una plaga de langostas.
En realidad solo un coche y una furgoneta pertenecían al GBI. Tres de los coches patrulla eran de la pequeña comisaría de Dutton y otro era de Arcadia. El mismísimo sheriff Corchran se había personado en el lugar para dar el pésame a la familia Bowie y ofrecer ayuda a Daniel.
Mansfield, el ayudante del sheriff Loomis, había llegado poco después de que la furgoneta de la policía científica, ocupada por el equipo de Ed, enfilara el camino de entrada a la casa. Estaba indignado por no haber sido quien se ocupara de examinar el dormitorio de Janet, actitud que contrastaba con la predisposición a ayudar de Corchran.
De los otros vehículos que se alineaban en el camino de entrada, uno pertenecía al alcalde de Dutton y dos a los ayudantes del congresista Bowie. También estaba el coche del doctor Granville, que en ese momento se encontraba visitando a la señora Bowie, quien estaba al borde de la histeria.
Otro de los coches pertenecía a Jim Woolf. Los Bowie no habían querido hacer comentarios y Daniel lo mantuvo al margen con la promesa de concederle una declaración cuando confirmaran la identidad de la víctima.
Acababan de hacerlo, justo unos minutos antes. Uno de los técnicos del equipo de Ed llevó al lugar una cartulina con las huellas dactilares de la víctima, y casi al instante consiguieron casarlas con las de un jarrón de cristal situado juntó a la cama de Janet Bowie. El propio Daniel confirmó la noticia a Bob Bowie, y este acababa de subir la escalera rumbo al dormitorio en que se encontraba su esposa.
Los gritos procedentes de la planta superior indicaron a Daniel que Bowie ya se lo había dicho. Él y Frank volvieron la vista hacia la escalera y luego se miraron uno a otro.
– ¿Tienes algo que decir, Frank? -preguntó Daniel con frialdad-. Es que justo ahora estoy un poquito ocupado.
El semblante de Frank se ensombreció.
– Este es mi territorio, Daniel Vartanian, no el tuyo. Tú te marchaste de la ciudad.
Una vez más Daniel contuvo el acceso de ira y cuando habló lo hizo en tono sereno.
– Puede que no sea mi territorio, Frank, pero es mi caso. Si de verdad quieres ayudar, podrías haber respondido a los mensajes que te he dejado en el contestador.
La mirada de Frank no se ablandó, más bien se tornó agresiva.
– Ayer y hoy he estado fuera de la ciudad. No he oído tus mensajes hasta esta noche.