– Hoy he estado sentado en la puerta de tu despacho veinticinco minutos -repuso Daniel en tono quedo-. Wanda me ha dicho que no se te podía molestar. Me trae sin cuidado que necesitaras huir, lo que me molesta es que me hagas perder el tiempo, un tiempo que podría haber dedicado a buscar al asesino de Janet Bowie.
Al fin Frank apartó la mirada.
– Lo siento, Daniel. -Sin embargo, la disculpa fue una pura formalidad-. La última semana ha sido difícil. Tus padres… eran amigos míos. El funeral fue duro, solo faltaban los medios de comunicación. Llevo toda la semana hablando con periodistas y necesitaba un poco de espacio. Le pedí a Wanda que no le dijera a nadie que me había marchado. Tendría que haberte llamado.
Parte de la ira de Daniel se desvaneció.
– No pasa nada, Frank. Pero necesito sin falta ese expediente policial, el del asesinato de Alicia Tremaine. Por favor, consíguemelo.
– Será lo primero que haga mañana -prometió Frank-, en cuanto llegue Wanda. Ella sabe cómo está archivado todo en el sótano. ¿Estás seguro de que se trata de Janet?
– Las huellas coinciden.
– Mierda. ¿Quién habrá hecho una cosa así?
– Bueno, ahora que sabemos quién es la víctima podemos empezar a investigarlo. Frank, si necesitabas ayuda, ¿por qué no me llamaste?
Frank apretó la mandíbula.
– No he dicho que necesitara ayuda, he dicho que necesitaba espacio. Me fui a mi casa de campo para estar solo. -Se dio media vuelta y se dirigió a la puerta.
– De acuerdo -musitó Daniel, tratando de no sentirse herido-. ¿Frank?
Frank se volvió a mirarlo.
– ¿Qué? -casi le espetó.
– Bailey Crighton. Creo que es cierto que ha desaparecido.
Los labios de Frank dibujaron una mueca.
– Gracias por tu opinión, agente especial Daniel Vartanian. Buenas noches.
Daniel apartó de sí la pesadumbre. Tenía trabajo y no podía permitirse estar preocupado por Frank Loomis. Era adulto. Cuando necesitara ayuda, si es que la necesitaba, él estaría allí para prestársela.
Ed apareció tras él.
– Estamos esparciendo talco por su dormitorio. He encontrado diarios antiguos en un cajón, y también unas cuantas cajas de cerillas. No mucho más. ¿Habéis averiguado algo del novio?
– Se llama Lamar Washington, es afroamericano. Toca en un club de jazz, Patricia no sabe cuál.
Ed le mostró una bolsa llena de cajas de cerillas.
– Podría ser uno de estos.
Daniel tomó la bolsa.
– Anotaré los nombres y te las devolveré. Patricia dice que Janet lo consideraba una aventura, que no pensaba presentar al chico en casa.
– Eso puede ser motivo suficiente para que un hombre se exaspere y le rompa la cara a una mujer -opinó Ed-. Claro que no explica el hecho de que copiara el caso Tremaine.
– Ya lo sé -dijo Daniel-, pero de momento es todo lo que sabemos. En cuanto acabe el trabajo aquí iré a visitar los clubs de jazz.
– Nosotros iremos a registrar el piso de Janet. -Ed alzó un llavero-. Michael, su hermano, nos ha proporcionado la llave.
Cuando Ed se hubo marchado Daniel entró en la sala de estar, donde no había asientos. Michael Bowie era el único miembro de la familia que se encontraba allí. Se había ataviado con un traje negro y tenía el rostro demacrado a causa de la tristeza; aun así, era hijo de un político.
– ¿Podría hacer ya su declaración para que se marchen? -musitó Michael-. Solo quiero que se marchen.
– Lo haré enseguida -musitó Daniel a su vez, y se aclaró la garganta-. Perdón. -Se había presentado el día en que les tomaron declaración y les preguntaron dónde se encontraban el jueves por la noche, en el momento de la muerte de Janet. Unos cuantos adoptaron una postura afectada pero todos accedieron a hacer lo que se les pedía-. Creemos conocer la identidad de la víctima encontrada en Arcadia el domingo por la noche; se trata de Janet Bowie. -A esas alturas nadie se mostró sorprendido-. Le practicaremos análisis de ADN para confirmarlo y convocaré una conferencia de prensa cuando dispongamos de datos definitivos.
Jim Woolf se puso en pie.
– ¿Cuál es oficialmente la causa de la muerte?
– Tendremos la confirmación mañana. -Daniel miró el reloj-. Quiero decir hoy, dentro de unas horas. Es probable que sea por la tarde.
El alcalde se colocó bien la corbata.
– Agente Vartanian, ¿tienen a algún sospechoso?
– Tenemos unas cuantas pistas, señor alcalde -respondió Daniel. El tratamiento le resultaba extraño. Había jugado al fútbol con Garth Davis en el instituto, entonces estaba loco por los deportes y era una de las últimas personas a quien Daniel habría imaginado presentándose para el cargo de alcalde, y mucho menos ocupando el puesto. Sin embargo, Garth procedía de un extenso linaje de políticos, su padre había sido el alcalde de Dutton durante muchos años.
– Mañana haré una declaración oficial.
– Toby, ¿cómo se encuentra la señora Bowie? -quiso saber Woolf.
Había dirigido la pregunta al médico de la ciudad.
– Está descansando -explicó Toby Granville, pero todo el mundo comprendió que quería decir que estaba sedada. Todo el mundo había oído los gritos de la pobre mujer cuando su marido le dijo que la identidad era oficial.
Daniel señaló hacia la puerta.
– Es muy tarde. Estoy seguro de que todos están aquí con la intención de ofrecer ayuda, pero tienen que marcharse a casa. Por favor.
Cuando todos se marcharon, el alcalde se quedó un poco atrás.
– Daniel, ¿tenéis a algún sospechoso?
Daniel suspiró. El día se le estaba haciendo interminable.
– Garth…
Davis se le acercó más.
– Todos los habitantes de Dutton me llamarán en cuanto el Review caiga en la puerta de sus casas. Se sentirán preocupados por la seguridad de sus familias. Por favor, haz que pueda decirles algo aparte de que tenéis pistas.
– Eso es todo cuanto puedo decirte porque es todo cuanto sabemos. Solo hace dos horas que la hemos identificado. Danos un día al menos.
Davis asintió con el entrecejo fruncido.
– ¿Me llamarás al despacho?
– Te lo prometo.
Al fin todos se marcharon y Daniel, Michael y Toby Granville se quedaron solos.
– Creía que no se irían nunca -exclamó Daniel, y dejó caer los hombros con aire cansino.
Granville se arregló la corbata.
– Voy a ver cómo está tu madre antes de marcharme. Llámame si durante la noche necesita atención.
Daniel estrechó la mano a los dos hombres.
– Si hay algo que tú o tu familia necesitéis, llámame, por favor, Michael. -Atravesó la puerta de entrada de casa de los Bowie y de inmediato lo atizó un fuerte viento racheado. Se acercaba una tormenta, pensó al mirar desde la elevada colina hacia la calle, en la que se habían congregado tres furgonetas más. Los periodistas se alejaron rápidamente de los vehículos en cuanto lo divisaron en lo alto de la colina. «Parecen una plaga de langostas», pensó Daniel, y se estremeció por dentro. Casi comprendía el punto de vista de Frank, aunque de modo muy vago.
Se preparó para la avalancha mientras, de camino a su coche patrulla, pasaba junto a un Mercedes, dos BMW, un Rolls-Royce, un Jaguar y un Lincoln Town Car. Los periodistas procedentes de las unidades móviles habían entrevistado a Garth pero también se arremolinaron a su alrededor en cuanto pasó por su lado.
– Agente Vartanian, ¿podría decirnos…?
Daniel alzó la mano para acallarlos.
– Hemos identificado a la víctima de Arcadia como Janet Bowie. -Los flashes de las cámaras se sucedían a medida que le tomaban fotos y lo grababan en vídeo, y Daniel trató de salir favorecido.
– ¿Le han dado la noticia al congresista?
Daniel reprimió las ganas de mirarlos con exasperación.
– Claro; si no, no se lo diría a ustedes. No haré más comentarios esta noche, mañana convocaré una conferencia de prensa. Llamen al departamento de relaciones públicas del GBI para conocer la hora y el lugar. Buenas noches.