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Empezó a caminar y uno de los periodistas lo siguió.

– Agente Vartanian, ¿qué siente al tener que investigar un asesinato en su ciudad natal justo una semana después que asesinaran a su propio hermano?

Daniel se detuvo en seco y miró perplejo al joven que sostenía el micrófono. A Simon no lo habían asesinado. Utilizar esa palabra implicaba ofender a las víctimas y a todos los miembros de sus familias. A Simon lo habían exterminado, pero ese término resultaba demasiado subversivo, así que Daniel se limitó a responder que no tenía ningún comentario. El hombre abrió la boca para insistir y Daniel lo obsequió con una mirada tan glacial que el periodista se echó atrás literalmente.

– No tengo más preguntas -dijo el hombre en respuesta a la amenaza sin palabras de Daniel.

Daniel había heredado ese gesto de su padre. Saber petrificar con la mirada era una de las muchas habilidades de Arthur Vartanian. Daniel no utilizaba esa arma a menudo, pero siempre que lo hacía surtía efecto.

– Buenas noches.

Cuando llegó al coche, Daniel cerró los ojos. Llevaba años tratando con los familiares de las víctimas, pero no por ello le resultaba más fácil. Sin embargo, lo que más le molestaba era la conducta de Frank Loomis. Frank era lo más parecido a un padre que Daniel había tenido en su vida, pues bien sabía Dios que Arthur Vartanian nunca se había comportado como tal. Le dolía mucho ser objeto de burla por parte de Frank.

Claro que el hombre también era humano, y debía de resultarle difícil aceptar que Arthur Vartanian había fingido la primera vez que dieron a Simon por muerto. Había hecho quedar a Frank como un idiota, y los periodistas no hacían más que empeorar las cosas. Daba la impresión de que Frank era un sheriff de pacotilla que no sabía ni siquiera atarse los zapatos sin ayuda. No era de extrañar que estuviera enfadado. «Yo también lo estaría.»

Se alejó de las unidades móviles y se dirigió a Main Street. Se sentía agotado, y aún tenía que encontrar el club de jazz donde tocaba Lamar Washington antes de poder retirarse a descansar.

Dutton, martes, 30 de enero, 1.40 horas.

Se marchaban, pensó Alex mientras, de pie frente a la ventana de su casa, observaba los coches bajar por la colina. A saber de qué casa procedían. Se arropó con su bata en un intento de evitar un escalofrío, que no tenía nada que ver con la temperatura del termostato.

Había vuelto a soñar, con relámpagos y truenos. Y gritos, gritos agudos y desgarradores. Estaba en el depósito de cadáveres y la mujer tendida sobre la mesa se sentó y la miró con sus ojos inertes. Claro que aquellos ojos eran los de Bailey, y también era de Bailey la mano que extendió, una mano de aspecto céreo y… cadavérico. «Por favor, ayúdame», le dijo.

Alex se había despertado envuelta en sudor frío y temblando con tanta violencia que estaba segura de que acabaría despertando a Hope. Con todo, la niña seguía profundamente dormida. Alex, inquieta, salió a la sala para caminar un poco.

Y para pensar. «¿Dónde estás, Bailey? ¿Cómo tengo que cuidar de tu hijita?»

– Por favor, Dios mío -susurró-, no permitas que estropee las cosas.

Sin embargo, la oscuridad no le devolvió respuesta alguna y Alex permaneció allí plantada, observando la hilera de coches descender por la colina. Uno de ellos aminoró la marcha y se detuvo frente a la casa.

El miedo le atenazó el estómago y se acordó de la pistola guardada en la caja, hasta que reconoció el coche y al conductor.

El coche de Daniel avanzó por Main Street, pasó junto al tiovivo y se detuvo enfrente de la casa que Alex había alquilado. Esa noche le había mentido y la conciencia le remordía.

Ella le había preguntado sin rodeos qué era lo que sabía y él le había respondido que no tenía nada que contarle. Lo cual, por otra parte, no era del todo mentira; no tenía nada que contarle, de momento. De ningún modo pensaba mostrarle las imágenes de la violación de su hermana. Alex Fallon ya había soportado bastante.

Pensó en Wade Crighton. «Te veré en el infierno.» El hermanastro de Alex conocía a Simon, y las consecuencias de eso nunca podían ser buenas. Wade había tratado de violar a Alex. Solo por ese motivo Daniel ya se alegraba de que hubiera muerto. Alex había tratado de suavizar la historia pero Daniel adivinó la verdad en sus ojos.

Si su hermanastro había tratado de acosarla una vez creyendo que se trataba de Alicia era posible que hubiera vuelto a hacerlo. Tal vez fuera Wade quien aparecía en la foto con Alicia Tremaine. Aquel hombre tenía dos piernas, por lo que Daniel estaba seguro de que no se trataba de Simon. Claro que si se conocían…

¿Quiénes serían las otras chicas? La duda lo reconcomía. Tal vez vivieran en Dutton. Tal vez fueran a la escuela pública. Daniel no las conocía pero era posible que Simon sí. Se preguntó si habría más crímenes cometidos en poblaciones pequeñas de los cuales no hubieran oído hablar todavía. Se preguntó si las otras chicas que aparecían en las fotos también estarían muertas.

«Enséñale las fotos a Chase.» Llevaba una semana dándole vueltas a la idea. Había entregado las fotografías a la policía de Filadelfia, y eso era lo único que le permitía conciliar algo el sueño. No obstante, Daniel estaba seguro de que Vito Ciccotelli no habría tenido tiempo material de hacer nada con el sobre lleno de fotos que le había dado hacía menos de dos semanas. Vito y su compañero todavía estaban liados hasta la médula limpiando toda la mierda que Simon había dejado a su paso.

«Te veré en el infierno, Simon.» Daniel se preguntó cuánta mierda habrían dejado Wade y Simon juntos. Claro que sus crímenes habrían tenido lugar más de diez años atrás. Ahora tenía entre manos un crimen reciente y tenía que concentrarse en él, se lo debía a Janet Bowie. Tenía que descubrir quién la odiaba lo suficiente para asesinarla de semejante manera.

Con todo, cabía la posibilidad de que Janet Bowie fuera una víctima de conveniencia y no objeto del odio o de una venganza. O bien… Daniel pensó en el congresista Bowie. El hombre había adoptado una actitud inflexible con respecto a algunas cuestiones comprometidas. Era posible que a él sí que lo odiaran, lo suficiente para asesinar a su hija. Pero ¿y la relación con la muerte de Alicia?

¿Por qué en ese preciso momento? Y ¿por qué habían dejado una llave?

Acababa de poner en marcha el motor de su coche cuando la puerta de la casa se abrió y Alex salió al porche de entrada con el corazón en un puño. Llevaba una delgada bata que le cubría el cuerpo de la barbilla a los pies. Lo normal sería que así vestida tuviera un aspecto mediocre y desfasado, en cambio Daniel solo podía pensar en lo que la prenda ocultaba. El viento la azotaba y agitaba su brillante pelo, y ella se lo retiró de la cara con la mano para contemplarlo desde el lado opuesto del pequeño patio de entrada a la casa.

Su rostro no aparecía sonriente. Pensó en ello mientras apagaba el motor del coche y cruzaba el patio con un claro propósito. Ni siquiera pasaba por su cabeza dejarla allí, pasar de largo. Quería retomar lo que antes había dejado a medias, lo que la llamada del jefe de seguridad de Fun-N-Sun le había impedido disfrutar. Necesitaba volver a ver aquella expresión de asombro, la mirada de sus ojos al comprender por fin qué quería de ella. Necesitaba ver que ella también lo deseaba.

Sin pararse a saludarla, salvó los escalones de la entrada de una sola zancada, le rodeó el rostro con las manos, le cubrió los labios con los suyos e hizo lo que tanto deseaba. Ella emitió un anhelante sonido gutural, se puso de puntillas para acercarse más, y el beso se convirtió en una explosión de ardor y movimiento.

Ella soltó el pelo y la bata, y se aferró a las solapas del abrigo de él, introduciéndose en su boca. Daniel apartó las manos del rostro de ella y le rodeó el cuello con los brazos. Luego extendió las palmas sobre su delgada espalda y la atrajo hacia sí hasta que notó el ardor de su cuerpo contra el suyo y pudo disfrutar de lo que tanto anhelaba mientras el viento silbaba y ululaba en derredor.