Hacía demasiado tiempo de la última vez, fue todo cuanto podía pensar, todo cuanto podía oír más allá del viento y de su propio pulso en los oídos. Hacía demasiado tiempo de la última vez que había sentido una cosa así. Se sentía vivo, inquebrantable. Hacía demasiado tiempo, joder. O tal vez no hubiera sentido aquello nunca.
Ella retrocedió y bajó los talones al suelo demasiado pronto, poniendo fin al beso y llevándose consigo su calor. Daniel necesitaba más, así que le acarició el mentón con los labios y enterró el rostro en el hueco de su cuello. Se estremeció y respiró hondo mientras le pasaba las manos por el pelo con lentitud. Y a medida que su pulso se normalizaba, fue recobrando la lucidez y, avergonzado, se sonrojó ante la intensidad de su deseo.
– Lo siento -musitó, levantando la cabeza-. No suelo hacer cosas como esta.
Ella le perfiló los labios con los dedos.
– Yo tampoco. Pero esta noche lo necesitaba. Gracias.
Daniel sintió la irritación hervir en su interior.
– Deja de darme las gracias por todo. -Sonó casi como un gruñido, y ella dio un respingo como si le hubiera propinado un puñetazo. Él sintió que había quedado como un necio; bajó la cabeza, le tomó la mano y acercó los dedos a sus labios cuando ella trató de retirarla-. Lo siento, es que no quiero que pienses que no he hecho esto porque lo deseara sino por algún otro motivo. -«Necesitaba hacerlo»-. Deseaba hacerlo -insistió-. Te deseaba a ti, te sigo deseando.
Ella exhaló un suspiro y él observó el movimiento de su pulso en el hueco de su garganta. El viento le agitaba el pelo y volvió a retirárselo de la cara.
– Ya. -Sus labios se curvaron y suavizaron la palabra, pero su airada denotaba malestar. Angustia, incluso.
– ¿Qué ha ocurrido?-preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
– Nada.
Daniel apretó la mandíbula.
– Alex.
Ella apartó la mirada.
– Nada. He tenido una pesadilla, eso es todo. -Lo miró de nuevo, a los ojos-. He tenido una pesadilla y me he levantado. Y ahí estabas tú.
Le presionó la mano con los labios.
– Me he detenido aquí porque pensaba en ti, Alex. Y ahí estabas. No he podido reprimirme.
Ella se estremeció, y al ver que se balanceaba Daniel bajó la mirada y vio que se iba cubriendo un pie descalzo con el otro. Frunció el entrecejo.
– Alex, no llevas zapatos.
Ella esbozó una sonrisa, esta vez sincera.
– No esperaba tener que salir al porche a besarte. -Se inclinó y se introdujo en su boca, y lo besó con mucha más suavidad de la que lo había hecho él-. Pero me ha gustado.
Y, de pronto, todo resultó así de sencillo. Él le devolvió la sonrisa.
– Entra en casa, cierra la puerta con llave y cálzate. Te veré mañana por la tarde, a las seis y media.
Capítulo 7
Dutton, martes, 30 de enero, 01.55 horas.
Alex cerró la puerta y se apoyó en ella con los ojos cerrados. Aún tenía el corazón acelerado. Se acercó las manos a la cara y se deleitó con el olor que le impregnaba las manos. Casi se le había olvidado lo bien que podía llegar a oler un hombre. Abrió los ojos con un suspiro y se tapó la boca para ahogar un grito de sorpresa.
Meredith se encontraba sentada junto a la mesa, eligiendo un sombrero para Mr. Potato. Sonrió mientras insertaba el sombrero en el orificio destinado a los pies, pues de la coronilla sobresalían unos labios.
– Creía que tendría que acabar por llevarte unos zapatos.
Alex se pasó la lengua por los dientes.
– ¿Has estado aquí sentada todo el tiempo?
– Casi todo. -Su sonrisa se acentuó-. He oído detenerse un coche, luego he oído que abrías la puerta. Temía que decidieras probar tu nuevo… juguetito. -Arqueó una ceja.
– Hope está durmiendo. Puedes llamarlo «pistola».
– Ah -exclamó Meredith, con un inocente parpadeo-. Ese también.
Alex se echó a reír.
– Eres mala.
– Ya lo sé. -Meneó las cejas-. ¿Y él? ¿Es malo? Me ha parecido que sí.
Alex le lanzó una discreta mirada de advertencia.
– Es muy agradable.
– Lo agradable no es que sea agradable. Lo agradable es que sea malo -dijo, dirigiéndose a Mr. Potato, que más bien parecía una escultura de Picasso, con todas las facciones cambiadas de sitio.
– A veces me das miedo, Mer. ¿Qué haces jugando con eso? Hope está durmiendo.
– Me gusta jugar. Tú también deberías probarlo, Alex. Te serviría para tranquilizarte un poco.
Alex se sentó junto a la mesa.
– Estoy tranquila.
– Miente. Su cabeza da más vueltas que la hélice de un sacacorchos -dijo Meredith, dirigiéndose a Mr. Potato. Entonces su expresión se tornó grave-. ¿Con qué sueñas, Alex? ¿Sigues oyendo los gritos?
– Sí. -Alex tomó el juguete y le enroscó una oreja con aire distraído-, También he soñado con el cadáver que he visto en el depósito.
– Tendría que haber ido yo en tu lugar.
– No, necesitaba comprobar personalmente que no era Bailey. Pero en mis sueños sí que es ella. Se incorpora y me dice: «Por favor, ayúdame».
– Tu subconsciente es muy poderoso. Quieres creer que está viva, y yo también, pero tienes que hacerte a la idea de que quizá no sea así, o de que quizá no la encuentres nunca. O, aún peor, de que quizá la encuentres y no puedas hacer nada por enderezarla.
Alex apretó los dientes.
– Ni que yo fuera el perfeccionismo personificado. -Alex miró la cabeza de juguete que tenía en las manos. Mr. Potato ya no parecía un Picasso; había colocado todas las facciones en el sitio correcto-. Esto no es más que un juego.
– No, no lo es -repuso Meredith con tristeza-. Pero sigue engañándote si así te sientes mejor.
– De acuerdo. Soy perfeccionista. Necesito que todo esté controlado y poder llamar a cada cosa por su nombre. Eso no es malo.
– Qué va. Además a veces te permites un desliz y vas y te compras un juguetito.
– O beso a un hombre a quien acabo de conocer, ¿no?
– Eso también. Así que aún hay esperanza. -Meredith dio un pequeño respingo al percatarse de lo que acababa de decir-. Lo siento, no pretendía hacerme la graciosa.
– Ya lo sé. Seguro que Bailey decidió llamar Hope a su hija precisamente por ese mismo motivo. Porque Hope significa «esperanza».
– Yo también lo creo. Los juguetes son importantes, Alex. No los menosprecies. El juego hace que nuestra conciencia baje la guardia. Recuérdalo cuando juegues con Hope.
– Daniel traerá mañana a su perro para ver si a la niña le gustan los animales.
– Qué agradable.
Alex arqueó una ceja.
– Pensaba que no era agradable que fuera agradable.
– Eso es solo en lo referente al sexo, pequeña. Me voy a dormir, y tú deberías intentar hacer lo mismo.
Martes, 30 de enero, 4.00 horas.
Alguien estaba llorando. Bailey escuchó con atención. No se trataba del hombre de la celda contigua, ni siquiera podía asegurar que conservara la conciencia. No; el llanto procedía de más lejos. Miró al techo, pensando encontrar altavoces, pero no vio ninguno. Claro que eso no significaba que no los hubiera. Tal vez tratara de lavarle el cerebro.
Todo porque no le había dicho lo que quería saber. No se lo diría nunca.
Cerró los ojos. «Puede que me esté volviendo loca.» El llanto cesó de repente y Bailey volvió a mirar al techo. Pensó en Hope. «No te estás volviendo loca, Bailey. No puedes permitírtelo. Hope te necesita.»