Le entregó el periódico a través de la ventana.
– Buenos días, señorita Drummond.
La mujer asintió con gesto enérgico.
– Buenos días, Jack.
Mack se volvió hacia la casa donde vivía Alex.
– Parece que tiene vecinos nuevos.
Violet entornó sus ojos surcados de arrugas.
– La chica Tremaine ha vuelto.
– No la conozco -mintió.
– Esa chica no puede traer nada bueno. Acaba de llegar a la ciudad y ya ha vuelto a suceder lo mismo. -Violet señaló con el pulgar la portada del periódico, donde Jim Woolf había escrito con profusión sobre la muerte de Janet Bowie-. Ni siquiera es capaz de comportarse como es debido.
Él arqueó las cejas.
– ¿Qué ha hecho? -Sus espías le habían contado que Alex Fallon estaba decidida a encontrar a su hermanastra, pero no le habían dicho que hubiera hecho nada indecoroso.
– Ha besado a Daniel Vartanian, en el porche de entrada, ¡para que lo viera todo el mundo!
– Qué vergüenza. -«Qué interesante»-. Hay gente que no tiene decencia.
Violet soltó un resoplido.
– No, verdaderamente. Bueno, Jack, no quiero entretenerte.
Mack sonrió.
– Siempre es un placer hablar con usted, señorita Drummond. Hasta mañana.
Atlanta, martes, 30 de enero, 8.00 horas.
Daniel se sentó junto a Chase y Ed ante la mesa de reuniones y reprimió un bostezo.
– La identidad está confirmada. Según Felicity, el registro dental de Janet coincide con el de la víctima. Es increíble lo rápido que se solucionan las cosas cuando el afectado es un congresista -añadió en tono irónico-. El odontólogo ha venido a verme con las radiografías a las cinco de la madrugada.
– Buen trabajo -aprobó Chase-. ¿Qué hay del novio? El cantante de jazz.
– Lamar tiene una coartada, diez testigos y las grabaciones de las cámaras de seguridad del club de jazz que lo confirman.
– ¿Estaba actuando cuando mataron a Janet? -preguntó Ed.
– Con la sala llena. El chico está apenado de veras. Cuando le he dicho que Janet estaba muerta, se ha dejado caer en una silla y ha empezado a sollozar. Dice que había oído lo del crimen pero que no tenía ni idea de que la víctima fuera Janet.
Ed frunció el entrecejo.
– ¿Qué pensó al ver que no aparecía a la hora de su cita?
– Le había dejado un mensaje en el contestador, le decía que su padre tenía un acto político y que esperaba que ella asistiera. La llamada se produjo el jueves a las ocho de la tarde.
– O sea que a esa hora aún estaba viva, y probablemente murió hacia la medianoche -observó Chase-. Pasó el día en Fun-N-Sun, pero ¿cuándo se marchó?
– Todavía no lo sé. Lamar dice que fue con un grupo de adolescentes de la escuela Lee.
– ¿Era profesora? -se extrañó Chase.
– No, era voluntaria. Parece que a Janet le impusieron una pena de servicio comunitario el año pasado, a causa de una pelea con otra violoncelista de la orquesta.
Chase soltó una risotada.
– ¿Una pelea de violoncelistas? ¿Qué hicieron? ¿Cruzar los arcos?
Daniel alzó los ojos en señal de exasperación ante el chiste fácil.
– No he dormido lo suficiente para que me parezca gracioso. La otra violoncelista acusó a Janet de estropearle el instrumento para ocupar ella el puesto de solista. Las dos mujeres se enzarzaron en una vergonzosa pelea, se tiraron del pelo y se clavaron las uñas. La otra violoncelista acusó a Janet de agresión y daños a la propiedad ajena. Parece que la chica aparecía en una grabación con el instrumento entre manos, así que tuvo que prestar declaración. Su hermano Michael dice que el trabajo como voluntaria caló en ella, que consideraba muy importante a ese grupo de adolescentes.
– ¿Fueron a un parque acuático un día de escuela? -preguntó Ed en tono escéptico.
– Lamar dice que quiso premiar a los alumnos con una media de sobresaliente, y que al director le pareció bien.
– Del parque acuático a Atlanta hay cuatro horas de camino en coche -observó Chase-. Si telefoneó a Lamar a las ocho bajo coacción quiere decir que a esa hora el asesino ya la había atrapado. Tenemos que averiguar a qué hora se marchó del parque con los chicos. Es posible que eso nos ofrezca una pista valiosísima.
– He llamado a la escuela pero todavía no había llegado nadie. Cuando acabemos iré para allá.
– Con un poco de suerte obtendrás más información de la que nosotros hemos conseguido en su piso -dijo Ed con desánimo-. Hemos tomado las huellas y hemos examinado el contestador automático y el ordenador. De momento no hay nada destacable.
– Estamos dando por supuesto que llamó a Lamar bajo coacción -dijo Chase-. ¿Y si tuviera dos citas a la vez? ¿Y si hubiera quedado con otro tío para pasar el fin de semana?
– Hemos pedido que comprueben sus llamadas -explicó Daniel-. Si telefoneó a otra persona, lo sabremos. Por cierto, hablando de llamadas, hemos obtenido la orden para registrar las de Jim Woolf. Recibiremos la información de un momento a otro.
– Woolf estuvo allí anoche, en casa de los Bowie -musitó Ed-. ¿Cómo se enteró?
– Dijo que había seguido los coches que desfilaban colina arriba -respondió Daniel, y Ed se irguió en la silla.
– Hablando de coches, Janet Bowie tenía un BMW Z4 que no está en el aparcamiento de su casa ni en casa de los Bowie, en Dutton.
– No pudo llevar a todos los chicos al parque en su coche -observó Chase-. El modelo es de dos plazas.
– Le preguntaré al director. Puede que los acompañara algún padre; los chicos son demasiado jóvenes para conducir.
– ¿Chase? -Leigh abrió la puerta-. Tienes una llamada del sheriff Thomas, de Volusia.
– Dile que ya lo llamaré yo. La chica frunció el entrecejo.
– Dice que es urgente. Danny, aquí tienes el fax, las llamadas de Woolf.
Daniel le echó un vistazo mientras Chase respondía al teléfono.
– Jim Woolf recibió una llamada el domingo a las seis de la mañana en el teléfono de su casa. -Hojeó el informe-. Dos minutos antes había recibido una llamada del mismo número en el teléfono del despacho. Y… también hay otra llamada del mismo número… Joder. -Levantó la cabeza con mala cara-. Es de esta mañana, a las seis.
– Mierda -masculló Ed.
– Bien dicho; mierda -terció Chase, colgando el teléfono.
Daniel suspiró.
– ¿Dónde ha sido?
– En Tylersville. Es una chica envuelta en una manta marrón, tiene una llave atada a un dedo del pie.
– Has acertado, Ed -musitó Daniel. Se preguntaba si podía tratarse de Bailey. La mera idea de tener que darle la noticia a Alex lo hacía sentirse fatal. Claro que la crudeza de la situación lo hacía sentirse peor-. Caballeros, nos enfrentamos a un asesino en serie.
Martes, 30 de enero, 8.00 horas.
Volvió a oír que alguien escarbaba. Bailey pestañeó; aquel dolor de cabeza era casi insufrible. La noche anterior, cuando la sacó de la celda, se había comportado como un bárbaro, pero ella había resistido. No le dijo nada. Claro que a esas alturas no estaba segura de que importara mucho si lo hacía. Él disfrutaba torturándola, se reía de su dolor. Era un animal, un monstruo.
Trató de concentrarse en el ruido. Era rítmico, como el tictac de un reloj. El tiempo iba pasando. ¿Cuántos días debía de llevar allí? ¿Con quién estaría Hope? «Por favor, me da igual que me mate, pero haz que mi niña esté bien.»
Cerró los ojos y el ruido se desvaneció. Todo se desvaneció.
Volusia, Georgia, martes, 30 de enero, 9.30 horas.