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– Estrictamente hablando, tengo permiso para llevarlo en el maletero del coche.

Meredith se mordió la parte interior de las mejillas.

– Ya sabes que una verdad a medias equivale a una mentira.

Alex alzó la barbilla.

– ¿Piensas llamar a la policía?

Meredith alzó los ojos en señal de exasperación.

– Ya sabes que no. Pero tú sí que lo harás, se lo has prometido a Vartanian. Y esta noche, después de llamarlo a él, me llamarás a mí.

– Te llamaré de vez en cuando. -Apartó la silla de la mesa y se dirigió al dormitorio.

– Para no perder el avión, tengo que salir de aquí a las cinco -dijo Meredith tras ella.

– Estaré de vuelta. -Solo disponía de siete horas y media para solicitar un permiso para llevar armas ocultas y hablar con algunas personas que conocieran las costumbres de Bailey, fueran sus amigos o sus enemigos. Tendría que apañárselas con eso.

Martes, 30 de enero, 11.00 horas.

– Hola.

Era un sueño, ¿verdad?

– Hola.

Bailey levantó la cabeza unos milímetros y se tambaleó al notar que la habitación daba vueltas a su alrededor. No era un sueño. El susurro era real y procedía del otro lado del muro. Con esfuerzo se puso a cuatro patas, y un repentino malestar le azotó el estómago y le produjo arcadas. Sin embargo, no vomitó, porque no le habían dado nada para comer. Ni para beber.

«¿Cuánto tiempo hace ya?» ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

– Hola. -Volvió a oír el susurro a través de la pared.

Era real. Bailey gateó hasta allí y se dejó caer de bruces mientras observaba cómo el suelo se movía, un poco. Muy poquito. Apretó los dientes y hurgó en los escombros.

Hasta que tocó algo sólido; un dedo. Ahogó un grito al notar que el dedo daba vueltas y se retraía dentro del agujero, y al hacerlo arrastraba consigo parte de los escombros de su lado del muro.

– Hola -susurró ella en respuesta.

El dedo volvió a aparecer y Bailey lo tocó mientras en su pecho sentía formarse un sollozo.

– No llores -susurró el otro recluso-. Él te oiría. ¿Quién eres?

– Bailey.

– ¿Bailey Crighton?

Bailey se quedó sin respiración.

– ¿Me conoce?

– Soy el padre Beardsley.

«La carta de Wade.» La carta que contenía la llave que él le pedía cada vez que la sacaba de la celda. Cada vez que…

– ¿Por qué está aquí?

– Por el mismo motivo que tú, supongo.

– Pero yo no se lo he dicho, no le he dicho nada, lo juro. -Su voz se quebró.

– Chis. Bien hecho, Bailey. Eres más fuerte de lo que cree. Y yo también.

– ¿Cómo se ha enterado de lo suyo?

– No lo sé. Fui a tu casa… ayer por la mañana. Tu hermanastra estaba allí.

– ¿Alex? -Bailey volvió a sentir el incipiente sollozo y lo reprimió-. ¿De verdad? ¿De verdad ha venido?

– Te está buscando, Bailey. Hope está con ella, está a salvo.

– ¿Mi niña? -El llanto afloró, silencioso pero continuo-. No se lo ha dicho, ¿verdad? -Percibía el sentimiento de culpa en su propia voz, y no pudo hacer nada por ocultarlo.

Él guardó silencio unos instantes.

– No, no se lo he dicho. No he sido capaz. Lo siento.

Ella debería haber respondido: «Lo comprendo», pero no pensaba mentirle a un sacerdote.

– ¿Y a él?

– No.

Bailey notó que la escueta respuesta estaba teñida de dolor. Vaciló.

– ¿Qué le ha hecho?

Lo oyó exhalar un hondo suspiro.

– Nada que no pueda soportar. ¿Y a ti?

Ella cerró los ojos.

– Lo mismo. Pero no estoy segura de poder soportarlo mucho tiempo más.

– Sé fuerte, Bailey. Hazlo por Hope.

«Hope me necesita.» Tendría que repetirse la cancioncilla por algún tiempo más.

– ¿Hay alguna forma de salir de aquí?

– Si se me ocurre algo, te lo diré.

Luego el dedo desapareció y Bailey oyó que él rellenaba el agujero desde su lado del muro.

Ella hizo lo propio y volvió a arrastrarse hasta el lugar que ocupaba antes en la celda.

«Hope está con Alex. Mi niña está a salvo.» Eso era todo cuanto importaba de veras. Lo demás… «Lo demás está todo en mi mente.»

Capítulo 8

Dutton, martes, 30 de enero, 11.15 horas.

Wanda Pettijohn miró a Daniel por encima de las gafas.

– Frank no está.

– ¿Ha salido de servicio o está enfermo?

Randy Mansfield, el ayudante del sheriff, salió del despacho de Frank.

– No está y punto, Danny. -Mansfield habló en tono tranquilo pero el mensaje estaba claro: «No es asunto tuyo, o sea que no preguntes nada». Randy deslizó una fina carpeta por encima del mostrador-. Me ha pedido que te dé esto.

Daniel echó un vistazo a las pocas hojas que había dentro.

– Es el expediente de Alicia Tremaine. Esperaba que contuviera más información. ¿Dónde están las fotos del escenario del crimen, las declaraciones y las fotos de la víctima?

Randy encogió un hombro.

– Eso es todo cuanto Frank me ha dado.

Daniel levantó la cabeza y lo miró con los ojos entornados.

– Tiene que haber más información.

La sonrisa de Randy se desvaneció.

– Si no está ahí es que no la hay.

– ¿Nadie tomó una instantánea del escenario del crimen ni hizo un esbozo? ¿Dónde encontraron a la chica?

Con una mueca, Randy tomó la carpeta y repasó la hoja que constituía el primer informe policial.

– En Five Mile Road. -Levantó la cabeza-. En la cuneta.

Daniel se mordió la lengua.

– ¿En qué punto de Five Mile Road? ¿Cuál era el cruce más próximo? ¿Quiénes fueron los primeros interrogados? ¿Dónde está la copia del informe forense?

– El expediente es de hace trece años -respondió Randy-. Antes las cosas se hacían de otra manera.

Wanda se acercó al mostrador.

– Yo ya trabajaba aquí, Daniel. Puedo contarte lo que ocurrió.

Daniel notó un principio de migraña.

– Muy bien, de acuerdo. ¿Qué ocurrió, Wanda?

– Era el primer sábado de abril. Tremaine no estaba en la cama cuando su madre fue a despertarla. No había vuelto a casa por la noche. La tal Alicia era bastante caradura y su madre pensó que debía de estar con algún amigo, pero cuando los telefoneó resultó que nadie la había visto.

– ¿Quién descubrió el cadáver?

– Los hermanos Porter, Davy y John. Habían salido a dar una vuelta con sus bicicletas destartaladas.

Daniel lo anotó en su cuaderno.

– Davy y John eran el tercero y el cuarto de seis hermanos, si no recuerdo mal.

Wanda asintió con consideración.

– Recuerdas bien. Davy tenía unos once años y John, trece. Tenían dos hermanos mayores y dos menores.

A la sazón, Davy y John debían de tener veinticuatro y veintiséis años respectivamente.

– ¿Qué hicieron?

– Después de vomitar, John se acercó con la bicicleta hasta la granja de la familia Monroe. Di Monroe llamó al 911.

– ¿Quién fue el primer policía en llegar al escenario del crimen?

– Nolan Quinn. Falleció -añadió Wanda con sobriedad.

– No volvió a ser el mismo después de encontrar a Alicia -dijo Randy en tono quedo, y Daniel cayó en la cuenta de que para ellos aquello no era un simple expediente. Tal vez fuera el peor crimen que había tenido lugar en Dutton hasta el pasado fin de semana-. Al año siguiente yo terminé la universidad y entré en el cuerpo, y Nolan no volvió a ser el mismo.

– Me parece imposible que alguien que descubre una cosa así no quede afectado -musitó Daniel, pensando en los hermanos Porter-. ¿Quién se encargó de la autopsia, Wanda?

– El doctor Fabares.

– También falleció -explicó Randy, y se encogió de hombros-. Casi toda esa generación ha desaparecido. Los que quedan están sentados en el banco de la barbería.