– Buscaré su historial cuando vuelva al despacho. Gracias a los dos. Me habéis ayudado mucho.
Ya había subido al coche cuando recordó las palabras y cayó en la cuenta. «… más te vale tener cuidado con su hermanastra. Es posible que a la luz de la luna te parezca un encanto…» La noche anterior había besado a Alex en el porche de su casa, a la luz de la luna. Alguien los había estado observando. La casa quedaba apartada de Main Street, o sea que solo pudo tratarse de alguna viejecita entrometida. De todos modos, la idea lo incomodaba y Daniel era un hombre que hacía caso de su intuición.
Por eso había besado a Alex Fallon la noche anterior, a la luz de la luna. La piel le ardía al evocar el recuerdo. Por eso pensaba volver a hacerlo, muy pronto. Sin embargo, la incomodidad persistía y se estaba transformando en preocupación. Alguien los había estado observando. Marcó el número de Alex y oyó la fría voz del contestador automático.
– Soy Daniel. Llámame en cuanto puedas.
Se dispuso a guardar el teléfono en el bolsillo, pero se interrumpió con mala cara. «Woolf.» Llamó a Ed.
– ¿Has visto las noticias?
– Sí -respondió él en tono sombrío-. Chase está hablando por teléfono con los mandamases, les está explicando cómo se las ha apañado Woolf para difundir tan rápidamente la información.
– ¿Y cómo lo ha hecho?
– Con la Black Berry. Tomó la foto y tal cual la colgó en internet.
– Mierda. No he incluido la Black Berry en la orden de registro. Tendré que llamar a Chloe y modificarla.
– Ya lo he hecho yo, solo que la Black Berry no está a su nombre. Está a nombre de su mujer.
– Marianne -dijo Daniel con un suspiro-. ¿Podrá Chloe solucionarlo pronto?
– Eso dice. Oye, ¿has conseguido alguna de las pruebas del caso Tremaine?
– No -respondió Daniel, indignado-. Las inundaciones destruyeron las pruebas y el expediente es patético. Lo único que puedo decirte es que no había ninguna llave. Eso es nuevo en el modus operandi del asesino.
– Las dos llaves son iguales -anunció Ed-. Tienen los mismos dientes, claro que eso no es nada sorprendente. ¿Has hablado con el director de la escuela?
– Sí, he pasado por allí de camino a la comisaría, tras marcharme del escenario del crimen. Me ha explicado que Janet alquiló una furgoneta para llevar a los chicos a Fun-N-Sun. He telefoneado a los padres y todos dicen que Janet volvió con los chicos a las siete y cuarto. Leigh está tratando de averiguar a qué compañía alquiló el vehículo a partir de sus tarjetas de crédito. Si alguien te pregunta por mí, di que estoy en el depósito de cadáveres. Te llamaré más tarde.
Atlanta, martes, 30 de enero, 12.55 horas.
Alex dio un último vistazo a la fotografía en que Bailey aparecía sonriente antes de guardarla en el bolso, combado por el peso de la pistola. Meredith la había mirado con mala cara cuando la vio sacarla del estuche, pero Alex no pensaba jugársela. Se colocó bien el asa en el hombro y miró al jefe de Bailey.
– Gracias por todo, Desmond.
– Me siento tan impotente… Bailey llevaba con nosotros tres años y se había convertido en parte de la familia. Queremos hacer algo.
Alex jugueteó con la cinta amarilla atada alrededor del puesto que Bailey ocupaba en el salón de belleza más elegante de Atlanta.
– Ya han hecho mucho. -Señaló el cartel que habían colgado en la puerta. Había visto docenas de ellos mientras paseaba por el centro comercial Underground de Atlanta. Se trataba de una fotografía de Bailey y un texto que ofrecía una recompensa por facilitar información sobre su paradero.
– Ojalá los habitantes de su ciudad fueran tan generosos.
Desmond tensó la mandíbula.
– Nunca le perdonarán sus errores. Le pedimos que se trasladara, que viniera a vivir aquí, pero ella no quiso.
– ¿Se desplazaba todos los días? -De un sitio al otro había una hora de camino.
– Excepto los sábados por la noche. -Señaló un puesto vacío-. Sissy y Bailey eran buenas amigas. Los sábados, la hija de Sissy cuidaba de Hope mientras Bailey trabajaba y luego se quedaban a dormir en casa de Sissy. Bailey ejercía de voluntaria en un centro de acogida los domingos por la mañana. Era su religión particular.
– Ojalá hubiera hablado con usted ayer por la tarde. Me llevó horas dar con el centro de acogida.
Desmond abrió los ojos como platos.
– Así, ¿estuvo allí?
– Ayer por la noche. Parece que adoraban a Bailey.
– Todo el mundo adora a Bailey. -Entrecerró los ojos-. Excepto la gente de esa ciudad. Si quiere saber mi opinión, alguien tendría que investigar a la purria que vive allí.
Alex comprendía su punto de vista.
– ¿Puedo hablar con Sissy?
– Hoy libra, pero le daré su número de teléfono. Déjeme el tíquet del aparcamiento, de paso se lo sellaré.
Alex buscó el tíquet en su bolso y al hacerlo sacó el móvil y vio que la luz parpadeaba.
– Qué raro. He recibido un mensaje pero no he oído sonar el móvil.
– Unas veces hay buena cobertura y otras se pierde la señal y no hay forma de recuperarla. -Se estremeció ante sus propias palabras-. No pretendía hacerme el gracioso. Lo siento.
– No se preocupe, tenemos que pensar que la encontraremos.
Desmond se alejó, cabizbajo, y Alex comprobó el registro del móvil. Daniel la había llamado cuatro veces. El pulso se le desbocó.
«Es posible que solo haya llamado para comprobar que estoy bien.» Pero ¿y si estaba equivocado? ¿Y si la mujer a quien habían encontrado por la mañana fuera Bailey? Se reunió con Desmond en el mostrador de la entrada, recogió el tíquet y le estrechó la mano.
– Tengo que marcharme. Gracias -dijo volviendo la cabeza mientras se dirigía a toda prisa hacia la escalera mecánica que daba a la calle y a la zona de aparcamiento del centro comercial.
Atlanta, martes, 30 de enero, 13.00 horas.
– Un solo pelo, largo y moreno. -Felicity Berg sostenía en alto la pequeña bolsa de plástico que contenía el pelo enroscado como un lazo-. Quería que lo encontrarais.
Daniel se agachó para examinar el dedo del pie de la última víctima.
– Le ató el pelo al dedo gordo del pie izquierdo y luego lo rodeó con la cuerda de la llave. -Se puso en pie y pestañeó al notar que la intensidad del dolor de cabeza era cada vez mayor-. O sea que es importante. ¿Es de hombre o de mujer?
– Creo que hay bastantes probabilidades de que sea de mujer. Además, el asesino ha sido tan amable que nos lo ha dejado con el folículo completo. No me costará mucho obtener el ADN.
– ¿Puedo verlo? -Lo sostuvo a contraluz-. Es difícil adivinar el color con un solo pelo.
– Ed podría comparar el color y ofrecerte una muestra.
– Aparte de eso, ¿qué más podéis decirme de esa mujer?
– Que tenía poco más de veinte años. Llevaba la manicura recién hecha. Hay filamentos de algodón en el interior de las mejillas y pruebas de agresión sexual. Vamos a practicarle un análisis de sangre para comprobar si existen restos de Rohipnol, he pedido resultados urgentes. Ven a ver esto. -Orientó la lámpara de modo que iluminara el cuello de la víctima-. Mira las marcas circulares del cuello. Son bastante débiles pero se ven.
Daniel tomó la lupa que Felicity le tendía y miró a donde ella señalaba.
– ¿Perlas?
– Muy grandes. No la estranguló con el collar, si no las marcas serían más intensas. He pensado que pudo aferrarla por el collar en algún momento, tal vez para ejercer cierta opresión en la tráquea. Y mira aquí. ¿Ves ese pequeño corte?
– Le puso un cuchillo contra la garganta.
Felicity asintió.
– Una cosa más. Llevaba Forevermore. Es un perfume -añadió cuando Daniel la miró con extrañeza-. La botella de treinta mililitros cuesta cuatrocientos dólares.