Daniel la miró con ojos desorbitados.
– ¿Cómo lo sabes?
– Conozco la fragancia porque mi madre la usa. Sé el precio porque lo pregunté cuando buscaba un regalo de cumpleaños para ella.
– ¿Le regalaste ese perfume a tu madre?
– No, se salía de mi presupuesto. -Las comisuras de sus ojos se fruncieron y Daniel adivinó la sonrisa bajo su mascarilla-. En vez de eso le regalé un molde para gofres.
Daniel también sonrió.
– Un regalo mucho más práctico. -Le devolvió la lupa y se irguió con sobriedad al mirar el rostro de la segunda víctima-. Perlas y perfume. O era rica o recibía regalos de alguien que lo era. -Sonó su móvil y al mirar la pantalla el pulso se le disparó un poco más.
Alex tendió el tíquet al mozo encargado de aparcar los vehículos mientras escuchaba la señal de llamada del teléfono de Daniel.
– Vartanian.
– Daniel, soy Alex.
– Perdona -lo oyó decir-, tengo que atender la llamada. -Al cabo de unos instantes volvía a estar al habla hecho una fiera-. ¿Dónde te habías metido? -le preguntó-. Te he llamado tres veces.
– Han sido cuatro -lo corrigió ella-. Estaba hablando con el propietario de la peluquería donde Bailey trabaja. Han colgado carteles por todo el centro comercial, ofrecen una recompensa a quien facilite información.
– Qué bonito gesto -comentó él en tono más amable-. Lo siento, estaba preocupado.
– ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
– De hecho, nada. -Bajó la voz-. Solo que… nos estaban observando. Anoche.
– ¿Qué? -Alex frunció el entrecejo mientras bajaba de la acera-. Eso es…
Pero no pronunció ninguna palabra más. Se oyó un chirrido de neumáticos y el grito de un extraño. Luego, más gritos y su propio gemido de dolor cuando alguien la embistió por detrás y la arrojó a cierta distancia sobre la acera. Notó el escozor en las palmas de las manos y en las rodillas mientras resbalaba, hasta que se paró.
El tiempo pareció haberse detenido. Levantó la cabeza, todavía a cuatro patas. Oyó un sordo alboroto y un hombre apareció en su campo de visión. Sus labios se movían y Alex frunció el entrecejo mientras aguzaba el oído. Varias personas la aferraban por los brazos y la ayudaban a ponerse en pie. Un hombre sujetaba su bolso y una mujer, su monedero.
Aturdida, Alex pestañeó y se volvió despacio hacia la calzada. El mozo encargado de aparcar los vehículos salía de su coche de alquiler, pálido y estupefacto.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Alex, con voz débil y arrastrando las palabras. Le flaqueaban las rodillas-. Necesito sentarme.
Las manos que la sujetaban por los brazos la guiaron hasta una enorme jardinera de cemento y ella se sentó en el borde con cuidado. Frente a ella apareció otro rostro, esa vez con expresión tranquila. La persona en cuestión llevaba gorra de policía.
– ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que avisemos a una ambulancia?
– No. -Alex sacudió la cabeza y se estremeció-. Solo estoy un poco magullada.
– No lo sé. -El rostro que había visto en primer lugar apareció por encima del del policía, como si las dos cabezas formaran una pila-. Ha sufrido una mala caída.
– Soy enfermera -repuso Alex con determinación-. No necesito ninguna ambulancia. -Miró las rascadas de las palmas de sus manos y frunció el entrecejo-. Bastará con una cura.
– ¿Qué ha ocurrido? -quiso saber el policía.
– Ha bajado de la acera para subirse a su coche y ese otro coche ha doblado la esquina zumbando como alma que lleva el diablo -explicó el primer hombre-. Yo la he quitado de en medio. Espero no haberle hecho mucho daño, señora -añadió.
Alex le sonrió, un poco mareada.
– No, estoy bien. Me ha salvado la vida. Gracias.
«Me ha salvado la vida.» La gravedad de la situación la azotó y Alex sintió náuseas. Alguien había intentado matarla. Daniel; estaba hablando con Daniel. Él le había dicho que la noche anterior alguien los observaba. «Alguien acaba de intentar matarme.»
Dio una gran bocanada de aire con la esperanza de que le asentara el estómago.
– ¿Dónde está mi móvil?
– ¿Alex? -Daniel gritó su nombre por el teléfono pero solo oyó el sonido del aire. Se volvió y observó que Felicity lo miraba a través de las gafas con expresión indescifrable.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó ella.
– Estaba hablando y de repente he oído un chirrido de neumáticos y gente que gritaba. Luego ya no he oído nada más. Permíteme que utilice tu teléfono.
Al cabo de un minuto, Daniel estaba hablando con el departamento de policía de Atlanta.
– Acaba de salir del Underground -dijo, esforzándose por mantener la voz calmada-. Se llama Alex Fallon. Mide un metro setenta; es delgada, morena.
– Ahora mismo vamos a buscarla, agente Vartanian.
– Gracias. -Daniel se volvió hacia Felicity, que seguía mirándolo.
– Siéntate, Daniel -le aconsejó con calma-. Estás pálido.
Él la obedeció y se esforzó por respirar hondo. Se esforzó por pensar. Entonces notó la vibración del móvil en la mano. Era el número de Alex. Respondió con el corazón en un puño.
– Vartanian.
– Daniel, soy Alex.
Era su voz, su tono frío. Estaba asustada.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Estoy bien, Daniel. Alguien ha tratado de atropellarme.
Él encogido corazón de Daniel se aceleró.
– ¿Estás herida?
– Solo me he hecho unos rasguños. A mi lado hay un policía, quiere hablar contigo. No cuelgues.
– Soy el agente Jones, del departamento de policía de Atlanta. ¿Quién es usted?
– Soy el agente especial Vartanian, de la Agen cia de Investigación de Georgia. ¿Está herida?
– No se ha hecho gran cosa. Está un poco desorientada y algo magullada. Dice que es enfermera y que no quiere que la llevemos a urgencias. ¿Está implicada en alguna investigación?
– Sí. -Daniel se acordó demasiado tarde del bolso de Alex. Se habría apostado cualquier cosa a que llevaba la pistola encima. Si ponía un pie en la comisaría, la multarían por llevar armas ocultas-. Pero no es la sospechosa, así que no es necesario que la trasladen en coche patrulla. ¿Se encuentran en el centro comercial Underground?
– En el aparcamiento. ¿Vendrá usted mismo a buscarla o enviará a otra persona?
Ni siquiera se había planteado lo de enviar a otra persona a buscarla.
– Iré yo. ¿Le hará compañía hasta que llegue?
– Sí. Mi compañero ha salido corriendo detrás del coche que ha intentado atropellarla, pero lo ha perdido de vista. Estamos tomando declaración a los transeúntes. Cuando tengamos la descripción del coche, daremos una orden de busca y captura.
– Gracias. -Daniel cerró el teléfono móvil-. Felicity, tengo que marcharme. -Le tendió la bolsa con el pelo que el asesino les había servido en bandeja-. ¿Puedes hacer que alguien le lleve esto a Ed? Pídele que nos consiga una muestra del color.
Felicity asintió con la misma expresión indescifrable, y Daniel tuvo la desagradable sensación de que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantenerla así.
– Claro. Te llamaré en cuanto tenga más información.
Martes, 30 de enero, 13.15 horas.
– Mira, Bailey, eres un coñazo.
Bailey lo miró con los ojos empañados a causa del dolor y del miedo. Él estaba de pie sobre ella y respiraba con agitación. Esta vez le había roto unas cuantas costillas y Bailey no estaba segura de poder soportar muchos más golpes antes de perder la conciencia. Otra vez.
– Sí que lo siento. -Pronunció la frase con la intención de que resultara sarcástica y desafiante; sin embargo, lo que emitió fue un débil graznido.
– ¿Piensas hablar delante de ese pequeño gran invento o no?