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– ¿Dónde puedo encontrar al sheriff?

El agente señaló a unos cien metros de distancia hacia la carretera.

– Ese es el sheriff Corchran.

– Gracias, agente. -Daniel volvió a saltar la cinta y echó a andar, consciente de que el agente lo seguía con la mirada. Al cabo de un par de minutos, todo el mundo sabría que en el escenario había un Vartanian. Daniel esperaba que el barullo fuera mínimo, ya no por él o por nadie de la familia sino por la mujer que yacía en la cuneta envuelta en una manta marrón. Esa chica también tenía familiares, personas que la echarían de menos. Personas que necesitarían que se hiciera justicia y se cerrara el caso antes de poder seguir adelante con sus vidas.

Antes Daniel creía que hacer justicia y cerrar un caso eran la misma cosa, que el hecho de saber que el autor de un crimen había sido detenido y castigado por sus actos bastaba para que las víctimas y sus familiares pasaran la página de aquel doloroso episodio de sus vidas. Ahora, después de haber visto cientos de asesinatos, víctimas y familias, comprendía que cada crimen provocaba una reacción en cadena y alteraba varias vidas de un modo inmensurable. No por el mero hecho de saber que el daño causado había recibido castigo se era siempre capaz de seguir adelante. Ahora Daniel lo comprendía muy bien.

– ¡Daniel! -Ed Randall, el jefe del equipo criminológico, lo saludó sorprendido-. No sabía que habías vuelto.

– Hoy mismo. -Tendría que haber sido al día siguiente pero, tras dos semanas de permiso, Daniel era el siguiente candidato en la lista de asignación de casos. Tendió la mano al sheriff-. Sheriff Corchran, soy el agente especial Vartanian, del GBI. Le prestaremos toda la ayuda que solicite.

El sheriff observó a Daniel con los ojos muy abiertos mientras le estrechaba la mano.

– ¿Tiene algún parentesco con…?

«Sálveme Dios, pues claro.» Se esforzó por sonreír.

– Me temo que sí.

Corchran lo escrutó con perspicacia.

– ¿Se encuentra en condiciones de volver al trabajo?

«No.» Sin embargo, Daniel no alteró el tono cuando respondió:

– Sí. Aunque si eso le supone un problema, puedo pedir que envíen a otra persona.

Corchran pareció pensárselo y Daniel aguardó mientras se esforzaba por mantener el temperamento a raya. No era correcto ni justo, pero la realidad era que lo juzgaban por los actos cometidos por su familia. Al fin Corchran negó con la cabeza.

– No, no será necesario. Nos va bien así.

Daniel se tranquilizó y de nuevo se esforzó por sonreír.

– Muy bien. ¿Puede explicarme qué ha ocurrido? ¿Quién ha descubierto el cadáver y cuándo?

– Hoy se ha celebrado la vuelta ciclista anual y esta carretera forma parte del recorrido. Uno de los ciclistas ha reparado en la manta. Como no quería perder la carrera, ha llamado al 911 mientras seguía pedaleando. Si quiere hablar con él, está esperando en la línea de meta.

– Sí que quiero hablar con él. ¿Se ha detenido alguien más?

– No, hemos tenido suerte -intervino Ed Randall-. Cuando hemos llegado el escenario estaba intacto y no había mirones. Todos estaban en la línea de meta.

– No es frecuente que eso suceda. ¿Quién ha sido la primera persona de su departamento en llegar al escenario, sheriff? -preguntó Daniel.

– Larkin. Solo ha levantado una esquina de la manta para ver el rostro de la víctima. -El hierático semblante de Corchran se demudó, lo cual resultaba revelador-. Enseguida les hemos avisado a ustedes. Nosotros no disponemos de recursos para investigar un crimen así.

Daniel respondió a la última declaración con un gesto de asentimiento. Apreciaba a los sheriffs que, como Corchran, estaban dispuestos a contar con la Agen cia de Investigación de Georgia. Muchos defendían con uñas y dientes su territorio y consideraban cualquier intervención del GBI… una plaga que infestaba su territorio. Sí, así mismo lo había descrito el sheriff de la ciudad natal de Daniel hacía tan solo dos semanas.

– Colaboraremos con ustedes en lo que decidan, sheriff.

– Por el momento, colaboren en todo -dijo Corchran-. Pongo mi departamento a su disposición. -Apretó la mandíbula-. No se había cometido ningún asesinato en Arcadia durante los diez años que llevo en este cargo. Nos gustaría quitar de en medio durante una buena temporada a quienquiera que haya hecho una cosa así.

– A nosotros también. -Daniel se volvió hacia Ed-. ¿Qué sabéis?

– La mataron en otro lugar y luego la dejaron aquí tirada. Hemos encontrado su cadáver envuelto en una manta marrón.

– Como si fuera una mortaja -masculló Daniel, y Ed asintió.

– Igual. La manta parece nueva, es de lana. La chica ha recibido muchos golpes en el rostro y tiene contusiones alrededor de la boca. La forense te proporcionará más información sobre eso. Ahí abajo no hay señales de ningún forcejeo y en la pendiente de tierra no se observan huellas.

Daniel frunció el entrecejo y miró la zanja. Era un canal de drenaje que conducía el agua de lluvia hasta el desagüe situado a unos cien metros. En los laterales el barro estaba intacto.

– Eso quiere decir que debe de haber caminado por el agua hasta el desagüe, y desde allí habrá vuelto a salir a la carretera. -Se quedó pensativo unos instantes-. ¿Se ha hecho mucha publicidad de la carrera?

Corchran asintió.

– Para los jóvenes de los clubs locales es una buena ocasión de recaudar fondos, así que los socios colocan carteles en las ciudades de ochenta kilómetros a la redonda. Además, hace más de diez años que el último domingo de enero se celebra la carrera. Hay ciclistas del norte que tienen ganas de correr en un lugar más cálido. Es una celebración bastante importante.

– Eso significa que quería que la encontráramos -concluyó Daniel.

– Daniel. -Los técnicos forenses se acercaron a la cinta que delimitaba el escenario del crimen. Uno de ellos fue directo a la camioneta y el otro se detuvo junto a Ed-. Me alegro de volver a verte.

– Yo también me alegro de haber vuelto, Malcolm. ¿Qué habéis averiguado?

Malcolm Zuckerman se irguió.

– No resultará fácil sacar el cadáver de la zanja. La pendiente es pronunciada y el barro resbala. Trey va a improvisar una especie de grúa.

– Malcolm -dijo Daniel, exagerando el tono paciente; Malcolm siempre se quejaba de dolor de espalda, de las condiciones atmosféricas o de cualquier otra cosa-, ¿qué sabéis de la víctima?

– Mujer, blanca, probablemente de unos veinticinco años. Lleva muerta un par de días, al parecer murió asfixiada. Los cardenales en las nalgas y en la parte interior de los muslos indican que sufrió agresiones sexuales. Le golpearon el rostro con un objeto contundente. Aún no sabemos cuál, pero le ha causado daños importantes en la estructura facial. Tiene rotos la nariz, los pómulos y la mandíbula. -Frunció el entrecejo-. Es posible que los golpes se los produjeran después de muerta.

Daniel arqueó una ceja.

– Así que quería que la encontráramos, pero no que la identificáramos.

– Eso mismo pienso yo. Seguro que no encontramos sus huellas en el sistema. Tiene una serie de marcas junto a la boca, podrían ser de los dedos del agresor.

– Le tapó la boca con la mano hasta que se asfixió -musitó Corchran entre dientes-. Luego le puso la cara como un mapa. Menudo cabrón.

– Eso es lo que parece -observó Malcolm con la voz llena de compasión, aunque sus ojos expresaban un hastío que Daniel comprendía muy bien. Demasiadas víctimas y demasiados cabrones-. Obtendremos más información cuando el doctor haya completado el examen. ¿Has terminado por lo que a mí respecta, Daniel?

– Sí. Avísame cuando practiquéis la autopsia. Quiero estar presente.

Malcolm se encogió de hombros.

– Tú mismo. Seguramente la doctora Berg empezará después de la RMM.

– ¿Qué es la RMM? -preguntó Corchran mientras Malcolm se dirigía a la camioneta para esperarlo.