Выбрать главу

Ella miró la grabadora con desdén.

– No.

Entonces él lució su sonrisa de cobra. Al principio el gesto había aterrorizado a Bailey, pero ya había superado esa fase. ¿Qué más podía hacerle? «Lo único que le falta es matarme.» Por lo menos entonces dejaría de sentir dolor.

– Muy bien, Bailey, querida, no me dejas elección. No me cuentas lo que quiere saber y no dices lo que quiero que digas. Tendré que poner en práctica el plan B.

«Ya está. Ahora me matará.»

– Ah, y no creas que voy a matarte -dijo, con regocijo en la voz-. Claro que luego desearás que lo hubiera hecho. -Se volvió y extrajo algo de un cajón, y cuando se dio la vuelta…

– No. -A Bailey se le heló el corazón-. No, por favor, eso no.

Él se limitó a sonreír.

– Pues habla delante de la grabadora, si no… -Dio unos golpecitos en el extremo de la jeringa y empujo el émbolo lo imprescindible para que unas cuantas gotas de líquido salieran de la aguja-. Es mercancía de la buena, Bailey. Seguro que te acuerdas de ella.

Su garganta reseca emitió un quebrado sollozo.

– Por favor, no.

Él exhaló un suspiro teatral.

– Este es el plan B. Una yonqui es siempre una yonqui.

Ella forcejeó pero sus intentos resultaron tan patéticos como su voz. A él le costó poco reducirla, le clavó una rodilla en la espalda y le aferró el brazo. Ella trató de apartarlo, pero ni siquiera de haber estado en plena forma habría podido contrarrestar su fuerza.

Rápidamente él le sujetó el brazo con la goma y tiró de ella con la pericia de quien posee años de experiencia. Le pasó el pulgar por la parte interior del brazo.

– ¿Tienes buenas venas, Bailey? -se mofó-. Esta me irá muy bien.

Notó un breve pinchazo y oyó el ruido del émbolo al deslizarse. Luego… se sintió flotar. Estaba en las nubes.

– Vete a la mierda -gañó-. Vete a la puta mierda.

– Eso es lo que dicen todos. Unos picos más y te arrastrarás por hacer todo lo que yo te pida.

Atlanta, martes, 30 de enero, 13.30 horas.

Alex hizo una mueca de dolor cuando Desmond le limpió la palma de la mano con desinfectante. Seguía sentada en el borde de la jardinera y él se encontraba a su lado, arrodillado sobre la acera. En el centro comercial Underground la voz corría como la pólvora, y Desmond había acudido enseguida.

– Me duele.

Él la miró con expresión seria.

– Tendría que ir al hospital.

Ella tamborileó en su hombro, la única parte de la mano que no le escocía como un demonio.

– Estoy bien, en serio. Lo que pasa es que soy muy mala paciente.

– Primero Bailey y ahora esto -masculló Desmond. Le limpió la otra mano y Alex volvió a crispar el rostro mientras se proponía mostrar un poco más de empatía la siguiente vez que tuviera que atender a un paciente en urgencias. Aquello dolía de veras. «Claro que podría haber sido mucho peor.»

Desmond sacó un rollo de venda elástica de la bolsa de la parafarmacia.

– Extienda las manos con las palmas hacia arriba. -Le aplicó sendas gasas y luego le vendó las manos con delicadeza.

– Tendría que ser enfermero, Desmond.

Él le dirigió otra mirada severa.

– Todo esto es una pesadilla. -Se incorporó y se sentó a su lado-. Podrían haberla matado, como a Bailey.

– Bailey no está muerta -replicó Alex sin alterar el tono-. No me lo creo.

Él no dijo nada más, se limitó a permanecer sentado a su lado hasta que el coche de Daniel se detuvo junto al bordillo. «Está aquí. Ha venido.»

Daniel se le acercó igual que la noche anterior, con expresión adusta, mirada penetrante y aire resuelto. Ella se levantó, quería recibirlo sosteniéndose en pie, aunque el mero hecho de verlo la hacía sentirse mareada de puro alivio.

Él la examinó de arriba abajo y detuvo la mirada en sus manos vendadas. Entonces la atrajo con suavidad hacia sí, le pasó la mano por el pelo y le apoyó la cabeza en su pecho, donde su corazón latía con fuerza y rapidez. Luego posó el rostro en su coronilla y exhaló un suspiro trémulo, como si se hubiera estado conteniendo.

– Estoy bien -dijo ella, y levantó las manos mientras trataba de sonreír-. Ya me han curado.

– También tiene rasguños en las rodillas -le advirtió Desmond por detrás de Alex.

Daniel trasladó la mirada al rostro de Desmond.

– ¿Quién es usted?

– Desmond Warriner, el jefe de Bailey Crighton.

– Él me ha vendado las manos -explicó Alex.

– Gracias -dijo Daniel con voz opaca.

– ¿Se encarga usted de buscar a Bailey? -preguntó Desmond en tono tenso-. Por favor, dígame que alguien la está buscando.

– Yo me encargo. -Daniel tomó el monedero y el bolso de Alex con una mano y le pasó la otra por la cintura. Luego se volvió hacia su coche, en el que se apoyaba un hombre alto y de pelo moreno que miraba a Alex con detenimiento-. Este es mi amigo Luke. Él conducirá tu coche; tú vendrás conmigo.

Luke la saludó con un cortés movimiento de cabeza.

Alex dio un breve abrazo a Desmond.

– Gracias de nuevo.

– Cuídese -le recalcó Desmond, y se sacó una tarjeta del bolsillo-. Este es el número de teléfono de Sissy, la amiga de Bailey -añadió-. Se ha marchado sin darme tiempo de entregársela. Intentaba alcanzarla cuando he oído… Llámeme en cuanto sepa algo.

– Lo haré. -Ella miró a Daniel, cuya expresión seguía siendo severa-. Podemos irnos. -Dejó que la ayudara a subir al coche pero lo contuvo cuando trató de abrocharle el cinturón de seguridad-. Puedo hacerlo sola. De verdad que no ha sido gran cosa, Daniel.

Él agachó la cabeza y le miró manos. Cuando volvió a mirarla a los ojos su expresión ya no era severa sino dura.

– Cuando me has llamado estaba en el depósito de cadáveres, con la segunda víctima.

A ella se le encogió el corazón.

– Lo siento. Debes de haberte asustado mucho.

Una de las comisuras de los labios de Daniel se curvó con gesto irónico.

– Por no decir algo peor. -Depositó el bolso y el monedero junto a los pies de Alex-. Quédate aquí y trata de descansar. Volveré enseguida.

Daniel se apeó del coche. Como le temblaban las manos, las guardó en los bolsillos y se dio media vuelta antes de darse tiempo de hacer algo que los pusiera a ambos en evidencia. Luke caminaba hacia él con un juego de llaves en la mano.

– Tengo las llaves -dijo-. ¿Necesitas que me quede por aquí?

– No. Aparca el coche en el aparcamiento reservado a las visitas y deja las llaves encima de mi mesa. Gracias, Luke.

– Relájate, ella está bien. -Escrutó a Alex, quien permanecía sentada con la cabeza recostada y los ojos cerrados-. Es igual que Alicia. No me extraña que te impresionara. -Luke arqueó las cejas-. Me parece que va a seguir impresionándote en otro sentido. A mi madre le encantará saberlo; claro que ahora vuelve a estar pendiente de mí.

Daniel sonrió, que era lo que Luke pretendía.

– Te lo mereces. ¿Dónde está Jones?

– Está hablando con el mozo. Lo acompaña Harvey, que está hablando con el hombre de la camisa azul. Por lo que he oído, ha sido él quien ha quitado a Alex de en medio. Es posible que haya visto la cara del conductor. Me voy, te veré luego.

Los agentes Harvey y Jones explicaron a Daniel que el coche era un sedán oscuro de último modelo, probablemente un Ford Taurus. Llevaba matrícula de Carolina del Sur. El conductor era un joven de origen africano, delgado y con barba. Había aparecido de detrás de una esquina en la que los testigos que recordaban haber visto el vehículo decían que llevaba esperando una hora. Desde ese punto estratégico era lógico que hubiera observado a Alex cuando salía del Underground.

Eso último era lo que ponía a Daniel más frenético. El muy cerdo la había estado esperando y se había lanzado sobre ella. De no haber sido por un desconocido con buenos reflejos, Alex estaría muerta. Daniel pensó en las dos víctimas y en la desaparecida Bailey, y se prometió que Alex no sería la siguiente. Él se encargaría de protegerla.