– Les entregaremos el cuerpo en cuanto nos sea posible -dijo con amabilidad el jefe de Daniel-. Lo sentimos mucho, señor Barnes.
El señor Barnes se dirigía a la puerta cuando se detuvo en seco y se quedó mirando a Alex, y el poco color que quedaba en sus mejillas desapareció.
– Es usted -apenas musitó.
Alex miró a Daniel con el rabillo del ojo. No tenía ni idea de qué decir.
– Señor Barnes -dijo Daniel avanzando hacia él-. ¿Qué ocurre?
– Ayer su foto estaba en los periódicos, mi Claudia la vio.
«Alicia.» La noticia del caso de Arcadia se había difundido con mucha rapidez, y también su conexión con el asesinato de Alicia. «La foto que vio ese hombre fue la de Alicia, no la mía.» A Alex empezaron a temblarle las rodillas y abrió la boca para contestar sin tener ni idea de qué decir.
– ¿Qué le explicó su esposa de la foto? -preguntó el jefe de Daniel.
– Que conocía a la chica, que recordaba el caso. Claudia era pequeña cuando sucedió, pero lo recordaba. Le afectó mucho. Anoche estuvo a punto de quedarse en casa, pero no, tuvo que ir a esa jodida fiesta. Tendría que haberla acompañado, tendría que haber estado con ella. -Barnes miró a Alex; sus ojos denotaban horror e incredulidad-. Y usted, ¿quién es? Se supone que está muerta.
Alex alzó la barbilla.
– La foto que vio es de mi hermana, Alicia. -Los labios le temblaban y los tensó-. Su esposa, ¿conocía a mi hermana? ¿Era de Dutton?
El hombre asintió.
– Sí. Su apellido de soltera era Silva.
Alex se llevó una mano vendada a la boca.
– ¿Claudia Silva?
– ¿La conocías, Alex? -preguntó Daniel con amabilidad.
– Hice de canguro a Claudia y a su hermana pequeña. -Cerró los ojos y se concentró en acallar los gritos que se abrían paso en su mente. «Me estoy volviendo loca.» Abrió los ojos y se situó más allá del ruido para concentrarse en aquel hombre y su dolor-. Lo siento muchísimo.
Él asintió con torpeza, luego se volvió hacia el jefe de Daniel.
– Quiero en este caso a todos los hombres que pueda dedicar, Wharton. Conozco a gente…
– Rafe -musitó uno de los otros hombres-. Dejemos que hagan su trabajo.
Se llevaron a Barnes de la sala y tras de sí dejaron un profundo silencio.
Alex miró a Daniel a los ojos.
– Dos mujeres de Dutton han muerto y Bailey sigue sin aparecer -dijo con aspereza-. ¿Qué narices está pasando aquí?
– No lo sé -respondió Daniel con expresión severa-. Pero te juro por lo que más quieras que lo averiguaremos.
Ed Randall se aclaró la garganta.
– Daniel, tenemos que hablar. Ahora mismo.
Daniel asintió.
– De acuerdo. Espera un poquito más, Alex; te acompañaré a casa.
Los dos hombres se dirigieron a los despachos del fondo de la sala y dejaron solas a Alex y a Leigh.
Alex se hundió en la silla.
– De algún modo me siento… responsable.
– Implicada -la corrigió Leigh-. Responsable, no. Usted también es una víctima en todo esto, señorita Fallon. Debería pensar en solicitar protección.
Alex pensó en Hope.
– Lo haré. -Entonces se acordó de Meredith. Hacía bastante rato que no llamaba a su prima. Imaginó que estaría pasando por una especie de infierno tras enterarse de la última desaparición-. Tengo que hacer una llamada. Estaré en el vestíbulo.
Ed se apoyó en el borde del escritorio de Daniel.
– Es posible que hayamos averiguado la procedencia de las mantas.
Daniel revolvió el cajón en busca de un bote de aspirinas. ¿Y?
– Las compraron en una tienda de deportes que hay a tres manzanas de aquí.
– En nuestras propias narices -observó Daniel-. ¿Expresamente?
– No podemos descartarlo -dijo Chase-. ¿Tienen cámaras de seguridad en la tienda?
Ed asintió.
– Sí. Las compró un chico, de unos dieciocho años. Es de raza blanca, mide un metro setenta y cinco, y pesa setenta kilos. Miró hacia la cámara, o sea que sabemos qué cara tiene. Pagó en metálico. La cajera lo recuerda porque era mucho dinero.
Daniel se tragó dos aspirinas a palo seco.
– Claro que pagó en metálico. -Guardó el bote en el cajón-. Temo preguntártelo pero ¿cuántas mantas compró, Ed?
– Diez.
Chase dio un silbido.
– ¿Diez?
Daniel notó el sabor de la bilis en la garganta.
– Tenemos que pasar su retrato a todas las unidades.
– Ya lo hemos hecho -explicó Ed-. Sin embargo, no parece que ese chico tenga nada que esconder. Me da la impresión de que es un simple recadero, es probable que le pagaran para comprar las mantas. No hizo nada ilegal.
– Pero puede decirnos quién se lo encargó -concluyó Chase con firmeza-. ¿Es todo? La conferencia de prensa empieza dentro de cinco minutos.
– No, hay más. -Ed colocó la bolsa de plástico que contenía el pelo sobre el escritorio de Daniel-. Este es el pelo que habéis obtenido de la víctima esta mañana.
– De Claudia Barnes -aclaró Chase.
– No es suyo.
– Ya lo sabemos -dijo Daniel-. Claudia era rubia y el pelo es castaño.
– Lo he comparado con el colorímetro. -Ed extrajo una cola de caballo postiza recogida en forma de lágrima de una bolsa de papel-. He traído la muestra que más se parece de las que tenemos.
Daniel tomó la muestra de pelo con mala cara al haber adivinado enseguida adónde quería ir a parar Ed. Era de color caramelo, como el de Alex.
– Mierda.
– Lo juro por Dios, Danny. He echado un vistazo a Alex Fallon ahí afuera y he vuelto a comprobarlo. El asesino ha dejado un pelo que, si no es suyo, se le parece mucho.
Daniel entregó la muestra a Chase mientras se esforzaba por contener la ira.
– Ese tipo está jugando con nosotros. -Y con Alex.
Chase sostuvo el pelo a contraluz.
– ¿Podría ser que el pelo fuera de un postizo, como tu coleta? Es parecido a los que tienen en las tiendas donde venden tinte.
– No. Es auténtico, y sin duda es de una persona -afirmó Ed-. Y es de hace unos cuantos años.
El miedo se instaló en el estómago de Daniel.
– ¿Cuántos?
– Uno de los técnicos del laboratorio es experto en análisis capilares y cree que este pelo tiene al menos cinco años, puede que incluso diez.
– ¿O trece? -preguntó Daniel, y Ed se estremeció.
– Puede ser. Tendría que analizarlo, pero si lo hago no quedará gran cosa para la prueba de ADN.
– Pues haz primero la prueba de ADN -dijo Chase con determinación-. Daniel, pídele una muestra de pelo a Alex, quiero que los analicen a la vez.
– Tendré que explicarle para qué lo necesitamos.
– No. Dile lo que quieras pero no le expliques el motivo. Todavía no.
Daniel frunció el entrecejo.
– No es sospechosa, Chase.
– No, pero tiene relación con el caso. Ya se lo dirás, si el resultado confirma las sospechas. Si no, ¿para qué preocuparla?
A Daniel le pareció lógico.
– De acuerdo.
Chase se arregló el nudo de la corbata.
– La función está a punto de empezar. Yo me encargo de sortear las preguntas.
– Espera un momento -protestó Daniel-. El caso lo llevo yo. Yo sortearé las preguntas.
– Ya sé que es tu caso, pero recuerda lo que ocurre cuando en la misma frase aparecen «Vartanian» y «Dutton». El jefe quiere que lidie yo con la prensa. Eso no afecta en nada a todo lo demás.
– Muy bien -musitó Daniel, y se detuvo al llegar al escritorio de Leigh. Alex no estaba-. ¿Adónde ha ido? -Se llevó la mano al bolsillo, las llaves de su coche seguían allí. Podría haber tomado un taxi pero seguro que no era tan estúpida. Si…
– Tranquilízate, Danny -lo interrumpió Leigh-. Está en el vestíbulo, haciendo una llamada.
Daniel notó un latigazo en la base del cuello.
– Gracias.