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– Daniel. -Chase sujetaba la puerta abierta-. Vamos.

Daniel vio a Alex al fondo del vestíbulo mientras él avanzaba junto con Chase y Ed en sentido opuesto. Estaba hablando por el móvil, encorvada, con un brazo cruzado sobre el pecho como si quisiera protegerse con él. Sus hombros se agitaban y Daniel se sobresaltó al percatarse de que estaba llorando.

Se detuvo en seco; la opresión que sentía en el pecho casi le impedía respirar. A pesar de todo lo que le había ocurrido en los últimos dos días, hasta ese momento no la había visto llorar. Ni una sola vez.

– Daniel. -Chase lo aferró por el hombro y tiró de él-. Llegamos tarde. Vamos. Necesito que te concentres, ya hablarás con ella después. No puede marcharse, tú tienes sus llaves.

Ed le dirigió a Daniel una mirada llena de sorpresa y compasión, y este se dio cuenta de que todo lo que sentía debía de reflejarse en su semblante. Se esmeró por adoptar una expresión hierática y dejó a Alex llorando en el vestíbulo.

Haría su trabajo. Encontraría al asesino que pretendía burlarse de ellos dejando llaves y pistas varias. Tenía que asegurarse de que ninguna otra mujer acabara tirada en una zanja. Tenía que proteger a Alex.

Atlanta, martes, 30 de enero, 14.30 horas.

– Lo siento, señorita Fallon -se disculpó Nancy Barker. La asistente social parecía tan deshecha como la propia Alex-. No sé qué más decirle.

– ¿Está segura? -insistió Alex. Se enjugó las mejillas con el dorso de su mano vendada. Detestaba la flaqueza de las lágrimas, no servían de nada. Llevaba días preparándose para recibir la noticia de la muerte de Bailey, pero no estaba preparada para… eso. No lo esperaba. Además, si lo sumaba a todo lo ocurrido durante el día… Alex supuso que todo el mundo tenía un límite, y ella había llegado al suyo.

– Sé que es duro, pero ya sabía que Bailey era drogadicta. Los adictos a la heroína tienen muchas más probabilidades de reincidir. Usted es enfermera, no le estoy diciendo nada que no supiera ya.

– Lo sé, solo que a juzgar por la vida que llevaba Bailey últimamente todo parecía indicar que había superado la adicción.

– Tal vez se encontrara en una situación tensa y no pudiera soportarlo más. Hay motivos muy diversos por los que los drogadictos vuelven a las andadas. Todo cuanto sé es que ha llamado al departamento y ha dejado un mensaje para, literalmente, «Quien tenga a mi hija, Hope Crighton». La compañera que lo ha recibido sabía que Hope era uno de mis casos y ha enviado el mensaje a mi extensión.

– O sea que, de hecho, nadie ha llegado a hablar con Bailey. -La impresión inicial empezaba a remitir y la mente de Alex volvía a estar activa-. ¿Cuándo ha dejado el mensaje?

– Hace una hora.

Una hora. Alex miró sus manos vendadas. Daniel había dicho que no creía en la casualidad.

– ¿Podría hacer llegar el mensaje a mi teléfono?

– No lo sé. Tenemos un sistema de llamadas internas.

Alex percibió el tono de desaprobación de la asistente social.

– Señorita Barker, no estoy tratando de poner trabas ni de negar la realidad, pero dos mujeres han muerto en la ciudad de Bailey. No puede culparme por dudar de una llamada que supuestamente ha hecho Bailey en la que dice que se ha marchado de casa y que deja a Hope en manos de los servicios sociales.

– ¿Dos mujeres? -se extrañó Barker-. Leí que habían matado a una chica de Dutton, la hija del congresista. Así, ¿hay otra?

Alex se mordió el labio.

– Todavía no se ha hecho público. -Aunque a la sazón Daniel estaba dando una conferencia de prensa, o sea que no tardaría en saberse-. Espero que comprenda mis reservas.

– Supongo que la cosa tiene su lógica -accedió Barker, pensativa-. La cuestión es que no sé cómo enviar un mensaje a un teléfono externo, pero puedo grabárselo.

– Me haría un gran favor. ¿Puedo tener la cinta hoy mismo?

– Mañana, tal vez. La burocracia es la burocracia, ya sabe.

La mujer habló sin demasiada convicción, así que Alex la presionó más.

– Señorita Barker, justo antes de que recibieran esa llamada alguien ha tratado de atropellarme en la calle. Si no fuera porque un hombre me ha apartado, a estas horas estaría muerta.

– Dios mío.

– Por fin lo comprende.

– Dios mío -repitió Barker, anonadada-. Hope podría estar en peligro.

La idea de que alguien pudiera tocar a Hope dejó a Alex helada. Aun así, habló con confianza.

– Voy a pedir protección policial, y, si es necesario, me llevaré a Hope de la ciudad.

– ¿Con quién está Hope ahora?

– Con mi prima. -Meredith había quedado afectada en extremo por la noticia del intento de atropello. Alex estaba hablando con ella por teléfono cuando vio la llamada en espera de Barker-. Ejerce de psicóloga infantil en Cincinnati. Hope está en buenas manos.

– Muy bien. La llamaré en cuanto tenga grabado el mensaje.

Alex volvió a telefonear a Meredith mientras se preparaba para la invectiva, y no hizo mal.

– Vendrás conmigo -le ordenó Meredith saltándose el saludo.

– No, no iré contigo. Mer, la llamada era de la asistente social. Alguien que se hace pasar por Bailey ha telefoneado para decir que acababa de salir de un colocón y que quería asegurarse de que alguien se estaba haciendo cargo de Hope. También ha dicho que podían quedársela, que no pensaba volver.

– Puede que de verdad sea Bailey, Alex.

– La llamada es de hace una hora, justo cuando ese coche ha tratado de acabar con mi vida. Alguien quiere que deje de buscar a Bailey.

Meredith guardó silencio unos instantes, luego suspiró.

– ¿Se lo has dicho a Vartanian?

– Todavía no. Está en una conferencia de prensa. Voy a pedir protección pero no sé si me la concederán. Puede que tengas que llevarte a Hope a Ohio.

– No, aún no. Es posible que hayamos conseguido algo. Tenía miedo de encender el televisor porque siguen hablando de los crímenes, así que he conectado el órgano y he tocado el «brilla, brilla, linda estrella». No me he puesto en serio, solo lo he tocado con un dedo para evitar darle vueltas a la cabeza.

¿Y?

– Y Hope me ha mirado de una forma muy extraña. Me han entrado escalofríos, Alex.

– ¿Dónde está ahora?

– Tocando el maldito órgano, lleva así dos horas. Yo he salido al porche; necesitaba un descanso, de lo contrario me habría puesto a chillar. Toca una melodía de seis notas y la repite una y otra vez, sin parar. Casi preferiría que hiciera montañitas de puré de patata.

– ¿Qué canción es? -Alex escuchó con concentración mientras Meredith tarareaba-. No la había oído nunca. ¿Y tú?

– No, pero si hace con el órgano lo mismo que con los colores, me parece que tenemos canción para rato.

Alex se quedó pensativa unos instantes.

– Hazme un favor, llama al parvulario y pregunta si conocen la canción. A lo mejor la cantaban allí.

– Buena idea. ¿Te han dicho algo en el parvulario del autismo de Hope?

– Todavía no he llamado. Lo tengo en la lista de tareas para esta tarde.

– Les preguntaré yo cuando llame. Si las conductas repetitivas son inherentes a Hope en lugar de haber sido producidas por el trauma, estoy actuando de forma incorrecta. ¿Cuándo piensas volver?

– En cuanto Daniel acabe. Tiene las llaves de mi coche.

Meredith ahogó una risita.

– Supongo que ha encontrado la forma de que le hagas caso.

– Yo siempre le hago caso -protestó Alex.

– Pues entonces házmelo a mí también y ve a donde tengas que ir. -Exhaló un suspiro-. No puedo marcharme.

– ¿Qué quieres decir? ¿Te quedas?

– Unos días más. Si me voy y te sucede algo, no me lo perdonaría nunca.

– Sé cuidarme sola, Meredith -dijo Alex, que se debatía entre la gratitud y el enojo-. Llevo años haciéndolo.

– No, no es cierto -repuso Meredith en tono quedo-. Llevas años cuidando de otra persona, no de Alex. Vuelve pronto, necesito dejar de oír esa cancioncilla.