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Chase dio un resoplido.

– Joder, qué listo. Te daré más cuerda, a ver si averiguas algo interesante. Pero no se te ocurra colgarte, ¿eh?

El alivio resultó palpable.

– Voy a casa de los Barnes. El vigilante del aparcamiento le ha dicho al señor Barnes que había visto a Claudia salir ayer por la noche en su Mercedes, pero que no regresó. Puede que la acometiera allí mismo.

– Y ¿qué hay del coche de Janet Bowie?

– No hemos obtenido resultados con la orden de busca. Leigh ha investigado la tarjeta de crédito de Janet y ha descubierto a qué empresa alquiló la furgoneta en la que el jueves fue a Fun-N-Sun. No la devolvió. Dejó a los chicos en la escuela a las siete y cuarto y llamó a su novio a las ocho y seis minutos.

– O sea que el asesino solo contó con un margen de cincuenta minutos para secuestrarla. ¿Dónde estaba ella cuando ocurrió?

Daniel examinó los faxes que Leigh le había dejado sobre el escritorio mientras se encontraba en la conferencia de prensa.

– Aquí hay algo de la compañía de telefonía móvil. Les he pedido que investigaran la llamada de Janet a Lamar. Lo telefoneó desde el aparcamiento que hay aproximadamente a un kilómetro y medio de la empresa de alquiler de vehículos, que a su vez está a una media hora en coche de la escuela.

– Eso le dejó un margen de veinte minutos para raptarla. ¿Dónde y cuándo fue? ¿Dónde está la furgoneta? ¿La despeñó? ¿La escondió?

– Y ¿dónde está el coche de Janet? -musitó Daniel-. ¿Lo dejó en el aparcamiento de la compañía de alquiler de vehículos al ir a recoger la furgoneta? ¿Entregaría la furgoneta en algún otro sitio? Llamaré para averiguarlo.

Chase se puso en pie y se estiró.

– Necesito un café. ¿Quieres uno tú también?

– Sí, gracias. Esta noche solo he dormido una hora.

Daniel buscó el teléfono de la empresa de alquiler de vehículos, habló con el responsable y ya colgaba cuando Chase regresó con los cafés y unos paquetes de galletas de la máquina expendedora.

– ¿Avena o chocolate? -preguntó.

– Chocolate.

Daniel cogió el paquete y al abrirlo hizo una mueca.

– Tengo restos de comida de la madre de Luke en la nevera pero nunca me acuerdo de traerlos.

– Podríamos robarle la comida a Luke.

– Ya ha comido. Vale, Janet dejó el Z4 frente a la compañía de alquiler a primera hora del jueves y cuando el personal entró a trabajar el viernes por la mañana ya no estaba. En el aparcamiento hay una cámara de seguridad. Pasaré por allí y pediré las grabaciones desde el jueves por la tarde hasta el viernes por la mañana.

– Comprueba también la zona que cubre la señal. A lo mejor tenemos suerte y descubrimos que donde la atacó también hay una cámara.

– Lo haré. -Masticó la galleta mientras pensaba-. Janet llama a su novio, casi seguro que bajo coacción. Hoy Bailey llama para decir que se ha largado de la ciudad y que abandona a su hija.

– ¿Podrá Alex identificar la voz de Bailey cuando recibamos la grabación de Servicios Sociales?

– Hace cinco años que no habla con ella, así que lo dudo. Preguntaré en la peluquería donde trabajaba Bailey. Ellos están más familiarizados con su voz.

– La cosa no pinta bien para Bailey -opinó Chase-. Ya hace cinco días que desapareció.

– Lo sé. Pero ella es el vínculo. Con suerte Ed encontrará algo en su casa. He telefoneado al pastor que fue a verla ayer, pero no me ha devuelto la llamada.

– No conseguirás nada del capellán y lo sabes. Preocúpate de hacer hablar a la niña, tráela y preséntasela a Mary McCrady. Si vio algo, cuanto antes nos enteremos, mejor.

Daniel se estremeció. Mary era la psicóloga del departamento.

– No podemos tratar a la niña como si fuera una delincuente, Chase.

Chase alzó los ojos en señal de exasperación.

– Ya sabes lo que quiero decir. Suavízalo para Fallon, pero quiero a la niña en el despacho de Mary mañana por la mañana. -Se dirigió a la puerta y se volvió, turbado-. Cuando supe lo ocurrido en Filadelfia, pensaba que por fin los fantasmas que te asaltan desde que te conozco habían desaparecido, pero no es así, ¿verdad?

Daniel negó con la cabeza, despacio.

– No.

– ¿Te he dado bastante cuerda para que al menos los mantengas a raya?

Daniel se echó a reír a pesar suyo.

– O lo consigo, o me cuelgo.

Chase no sonrió.

– No permitiré que te cuelgues. No sé qué crees que tienes que demostrar, pero eres un buen agente y no permitiré que eches a perder tu carrera.

Dicho esto se marchó y dejó a Daniel con un montón de papeles y unos cuantos cabellos de Alex Fallon.

«Ponte manos a la obra, Vartanian.» Los fantasmas le llevaban ventaja.

Capítulo 10

Martes, 30 de enero, 15.45 horas.

– Bailey. -La voz de Beardsley sonaba amortiguada-. Bailey, ¿estás ahí?

Bailey abrió un ojo y volvió a cerrarlo cuando la habitación empezó a darle vueltas y más vueltas.

– Estoy aquí.

– ¿Te encuentras bien?

Un sollozo se abrió paso a través de su garganta.

– No.

– ¿Qué te ha hecho?

– Me ha pinchado -respondió, tratando de que no le castañetearan los dientes. Temblaba con tanta fuerza que creyó que los huesos iban a partírsele y a atravesarle la piel-. Heroína.

Se hizo un silencio y luego se oyó una exclamación ahogada.

– Santo Dios.

O sea que lo sabía, pensó.

– Me esforcé tanto para superarlo… la primera vez.

– Lo sé. Wade me lo contó. Saldrás de aquí y volverás a superarlo.

«No -pensó Bailey-, estoy demasiado cansada para pasar por eso otra vez.»

– ¿Bailey? -El susurro de Beardsley denotaba apremio-. ¿Sigues conmigo? Necesito que conserves la claridad mental. Es posible que haya encontrado una forma de salir de aquí. ¿Me entiendes?

– Sí. -Pero sabía que era inútil. «Yo no saldré.» Había luchado contra los fantasmas todos los días durante cinco años. «Danos de comer, danos de comer. Solo un poco, para poder seguir adelante.» Sin embargo, se había resistido. Por Hope, y por ella. Y, con simplemente empujar el émbolo, él lo había echado todo por tierra.

Martes, 30 de enero, 15.45 horas.

El teléfono de su escritorio estaba sonando. No hizo caso y se quedó mirando la última carta. «Cómo no, tiene que llamarme a mí.» Aquello era peor de lo que nunca había imaginado.

El teléfono de su escritorio dejó de sonar y de inmediato empezó a vibrar el móvil. Lo aferró con furia.

– ¿Qué pasa? -espetó-. ¿Qué demonios quieres?

– He recibido otra. -Estaba sin aliento, aterrado.

– Ya lo sé.

– Quieren cien mil. Yo no tengo tanto dinero. Tienes que hacerme un préstamo.

Junto con las instrucciones sobre cómo debía entregarse el dinero había una hoja fotocopiada. Él la había arrugado con sus propias manos, había sido su reacción instintiva ante lo que parecía una inocente hoja con fotos, pero en realidad eran fotos obscenas.

– ¿Qué más has recibido?

– Una hoja con fotos del anuario. Son de Janet y de Claudia. ¿Tú también la has recibido?

– Sí. -Una hoja con fotos extraídas de su anuario y pegadas en orden alfabético. Diez chicas en total. Y sobre los rostros de Janet y Claudia había sendas cruces-. También aparece la foto de Kate -dijo con voz quebrada. «Mi hermanita.»

– Ya lo sé. ¿Qué voy a hacer?

«¿Qué voy a hacer?» Esa frase describía bien a Rhett Porter. Por el amor de Dios, la foto de Kate aparecía en esa hoja y Rhett solo se preocupaba por sí mismo. Qué egoísta era el llorón gilipollas.

– ¿Has recibido algo más? -preguntó.

– No. ¿Por qué? -El pánico agudizó media octava la voz de Rhett Porter-. ¿Qué más has recibido tú?