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– La reunión matutina en la morgue -explicó Daniel-. La doctora Berg empezará la autopsia sobre las nueve y media o las diez. Si quiere asistir, está invitado.

Corchran tragó saliva.

– Gracias. Si puedo, allí estaré.

A Corchran se le veía un poco pálido y Daniel no podía culparlo por ello. No resultaba fácil presenciar el trabajo de los forenses. A Daniel, el sonido de los huesos al serrarlos aún le producía náuseas tras años presenciando autopsias.

– De acuerdo. ¿Qué más, Ed?

– Hemos tomado imágenes de toda el área que rodea al cadáver y de ambos lados de la zanja -respondió Ed-. En vídeo y en foto. Primero exploraremos este lado de la cuneta, antes de que Malcolm destruya las posibles pistas al sacar a la chica. Luego colocaremos los focos y examinaremos el resto.

Agitó la mano para avisar a los miembros de su equipo y estos se dirigieron hacia la cinta. Ed se dispuso a seguirlos; entonces vaciló unos instantes antes de apartar a Daniel hacia un lado.

– Siento lo de tus padres, Daniel -musitó-. Sé que lo que yo pueda decir no sirve de nada, pero quería que lo supieras.

Daniel bajó los ojos. Ed lo había pillado desprevenido. El chico se sentía apenado de que Arthur y Carol Vartanian hubieran muerto, en cambio Daniel no estaba seguro de poder decir lo mismo. Había momentos en que no estaba seguro de que sus padres no se hubieran condenado a sí mismos en gran medida. Simon era malvado, pero ellos, a su manera, se lo habían consentido.

Por quienes Daniel sí que se sentía verdaderamente apenado era por las otras víctimas de Simon. Con todo… Arthur y Carol eran sus padres. Aún podía verlos tendidos en aquel depósito de cadáveres de Filadelfia, muertos a manos de su propio hijo. La espantosa imagen se mezclaba con todas las otras que lo perseguían tanto despierto como dormido. Cuántas muertes. Cuántas vidas destrozadas. «La reacción en cadena.»

Daniel se aclaró la garganta.

– Te vi en el funeral. Gracias, Ed. Para mí significa mucho.

– Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme. -Ed dio una fuerte palmada en el hombro a Daniel y luego se marchó detrás de su equipo.

Daniel se volvió hacia Corchran, que los había estado observando.

– Sheriff, me gustaría hablar con el agente Larkin y pedirle que me acompañe a examinar el cadáver del mismo modo que lo hizo antes. Sé que redactará un informe minucioso, pero me gustaría conocer de primera mano sus recuerdos e impresiones.

– Claro. Ha aparcado su coche un poco más abajo, para disuadir a los mirones. -Corchran llamó por radio a Larkin y en menos de cinco minutos el agente se personó allí. Aún se le veía algo pálido, pero sus ojos aparecían nítidos. Llevaba una hoja de papel en la mano.

– Este es el informe, agente Vartanian. Pero me gustaría comentarle una cosa que acabo de recordar mientras venía hacia aquí. No muy lejos de este lugar se cometió un crimen parecido.

Las cejas de Corchran se dispararon hacia arriba.

– ¿Dónde? ¿Cuándo?

– Antes de que usted llegara -respondió Larkin-. En abril hará trece años. Encontramos a una chica tirada en una cuneta igual que esta vez. Estaba envuelta en una manta marrón y la habían violado y asfixiado. -Tragó saliva-. Y también le habían destrozado la cara, como esta vez.

Daniel sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

– Sí que se acuerda bien, agente.

Larkin parecía afectado.

– La chica tenía dieciséis años, la misma edad que tenía entonces mi hija. No recuerdo su nombre, pero el crimen ocurrió a las afueras de Dutton, a unos cuarenta kilómetros hacia el este de aquí.

El escalofrío se intensificó y Daniel tensó el cuerpo para no echarse a temblar.

– Sé dónde está Dutton -dijo.

Lo sabía bien. Había paseado por sus calles, comprado en sus establecimientos y jugado la liga infantil con su equipo de béisbol. También sabía que en Dutton había vivido el mal personificado, y que llevaba el apellido Vartanian. Dutton, en el estado de Georgia, era la ciudad natal de Daniel Vartanian.

Larkin asintió mientras anotaba el nombre de Daniel junto a los recientes sucesos.

– Lo suponía.

– Gracias, agente -dijo Daniel, consiguiendo mantener serena la voz-. Me encargaré de investigarlo lo antes posible. De momento, vamos a echar un vistazo a la víctima.

Dutton, Georgia, domingo, 28 de enero, 21.05 horas.

Alex cerró la puerta del dormitorio y luego se apoyó en ella, exhausta.

– Por fin se ha dormido -susurró a su prima Meredith, sentada en un sofá de la sala de la suite del hotel donde se alojaba Alex.

Meredith levantó la cabeza de las páginas y páginas de cuadernos para colorear que la niña de cuatro años llamada Hope Crighton había llenado desde que Alex la tomara en custodia de manos de la asistente social hacía treinta y seis horas.

– Pues es momento de que hablemos -dijo en voz baja.

Los ojos de Meredith expresaban preocupación. Al tratarse de una psicóloga infantil especializada en niños con traumas emocionales, el temor de Alex se intensificó.

Tomó asiento.

– Te agradezco que hayas venido. Sé que andas muy ocupada con tus pacientes.

– Puedo arreglármelas para que otra persona se encargue de mis pacientes un día o dos. Si me hubieras avisado de que pensabas venir, ayer mismo habría estado aquí; habría ocupado un asiento a tu lado en el avión. -La voz de Meredith denotaba que se sentía frustrada y dolida-. ¿En qué estabas pensando, Alex? ¿Cómo se te ocurrió venir sola? Y precisamente aquí.

«Aquí.» A Dutton, en Georgia. Con solo pensar en el nombre de la población a Alex le entraban náuseas. Era el último lugar al que habría querido volver. Pero las náuseas no eran nada comparadas con el miedo que la había invadido al mirar por primera vez los inexpresivos ojos grises de Hope.

– No lo sé -admitió Alex-. Tendría que haberlo pensado mejor, Mer. Claro que no tenía ni idea de que fuera a ser tan horrible. Pero, tal como me temo, lo es, ¿verdad?

– ¿A juzgar por lo que he visto en las últimas tres horas? Sí. Lo que no puedo decirte es si la niña está traumatizada por el hecho de que el viernes al despertar su madre hubiera desaparecido o por lo sucedido durante los años precedentes. No sé cómo era Hope antes de que Bailey desapareciera. -Meredith frunció el entrecejo-. Sin embargo, no tiene nada que ver con lo que me esperaba.

– Ya. Yo esperaba encontrarme con una niña sucia y desnutrida. La última vez que vi a Bailey estaba fatal, Meredith. Se la veía embotada y descuidada. Tenía marcas en los dos brazos. Siempre me pregunto si podría haber hecho algo más.

Meredith enarcó una de sus cejas rojizas.

– ¿Por eso estás aquí?

– No. Bueno, puede que eso fuera lo que me hiciera venir, pero en cuanto vi a Hope la cosa cambió. -Pensó en la niña de rizos rubios y rostro de ángel de Botticelli. Y en sus ojos grises de mirada vacía-. Por un momento pensé que se habían equivocado de niña. Se la ve limpia y bien alimentada. La ropa y los zapatos parecen nuevos.

– Se los habrá dado la asistente social.

– No, los tenía en el parvulario cuando ella fue a recogerla. La maestra de Hope dice que Bailey siempre guardaba una muda limpia en la taquilla de la niña. Dicen que era una buena madre, Mer. Se extrañaron mucho cuando la asistente social les explicó que había desaparecido. La directora no cree que Bailey haya sido capaz de abandonar así a Hope.

Meredith volvió a arquear las cejas.

– ¿Creen que puede haberle ocurrido algo malo?

– Sí, al menos la directora del parvulario. Es lo que le ha dicho a la policía.

– ¿Y la policía qué dice?

Alex apretó los dientes.

– Que están investigando las pistas posibles, pero que todos los días hay yonquis que abandonan sus casas. Más o menos me han dicho que les deje en paz. No he llegado a ninguna conclusión hablando con ellos por teléfono, se han limitado a ignorarme. Bailey lleva ausente tres días y aún no la consideran una persona desaparecida.