Sheila sacudió la cabeza con una sonrisa burlona en los labios.
– Vaya, parece que tengo que marcharme. He hablado demasiado. No pretendas sabotear el barco que los jefes se enfadarán.
– ¿Por qué? -preguntó Daniel-. ¿Qué pasará si sabotea el barco?
Sus labios carmín dibujaron una mueca.
– Pregúntele a Bailey. Ay, claro, no puede. -Se dio media vuelta y regresó a la cocina dando un fuerte golpe con la mano a la puerta de vaivén.
Alex se recostó en el banco.
– Vaya.
Daniel miraba la puerta de la cocina, que seguía oscilando.
– Pues sí; vaya. -Dirigió su atención a la pizza y la sirvió en los platos; sin embargo, su rostro mostraba una expresión preocupada-. Vamos a comer.
Meredith colocó un plato ante la cabizbaja Hope, pero la pequeña no hizo más que mirar la comida.
– Vamos, Hope -la animó-. Come.
– ¿Ha comido estos días? -preguntó Daniel.
– Acaba haciéndolo si tiene la comida delante bastante rato -respondió Meredith-. Pero hasta ahora solo hemos tomado bocadillos. Esta es nuestra primera comida en condiciones desde que llegué.
– Lo siento -se disculpó Alex-. No he sido muy buena anfitriona.
– Yo no pensaba quejarme. -Meredith dio un bocado a la pizza y cerró un ojo, evaluándola-. Está buena, Daniel. Tenía razón.
Daniel hizo lo propio y asintió.
– Supongo que hay cosas que no cambian con el tiempo. -Suspiró a la vez que la puerta exterior se abría-. Deliciosa.
Un hombre corpulento con un traje caro cruzó el restaurante con mala cara.
– Es el alcalde -susurró Alex a Meredith-. Garth Davis.
– Ya lo sé -susurró Meredith a su vez-. He visto su fotografía en el periódico esta mañana.
– Daniel. -El alcalde se detuvo junto a su mesa-. Me prometiste que me llamarías.
– Cuando tuviera algo que decirte. De momento, no lo tengo.
El alcalde se apoyó en la mesa con las dos manos y se inclinó hacia delante hasta situar su rostro frente al de Daniel.
– Me pediste que te diera un día, que te estabas ocupando de ello, y estás aquí sentado.
– Y estoy aquí sentado -repitió Daniel sin alterarse-. Apártate de mi vista, Garth.
El alcalde no se movió.
– Quiero que me pongas al corriente. -Hablaba en voz alta, para atraer a la audiencia, pensó Alex. Al electorado. Político tenía que ser.
Daniel se le acercó más.
– Apártate de mi vista, Garth -masculló, y le lanzó una mirada tan glacial que incluso Alex se estremeció-. Ahora mismo. -El alcalde se incorporó despacio y Daniel tomó aire-. Gracias, alcalde Davis. Comprendo que quieras conocer los últimos detalles. Pero tú también deberías comprender que, aunque tuviera algo que decirte, este no es el lugar apropiado para hablar. Esta tarde te he llamado al despacho para ponerte al corriente, pero nadie ha descolgado el teléfono.
Davis entornó los ojos.
– He ido a casa del congresista Bowie. No he recibido ningún mensaje. Lo siento, Daniel. -Sin embargo, sus ojos denotaban que no lo sentía en absoluto-. Me encargaré de hablar con mi ayudante y averiguaré por qué no ha contestado a la llamada.
– Hazlo. Y si todavía quieres que te ponga al corriente, estoy dispuesto a hacerlo siempre que no sea en un lugar público.
El alcalde se ruborizó.
– Claro. Ha sido un día horrible, con todo lo de Janet y Claudia.
– Y Bailey Crighton -soltó Alex con frialdad.
El alcalde Davis tuvo la decencia de aparentar turbación.
– Y Bailey, claro. Daniel, estaré en mi despacho hasta tarde. Llámame si te parece bien.
– Es para hacerle perder el apetito a cualquiera -comentó Alex cuando el alcalde se hubo marchado.
– Alex. -La voz de Meredith denotaba tensión, Alex enseguida comprendió por qué.
Hope había apartado el queso de la pizza y se había untado las manos y el rostro con salsa. Parecía estar cubierta de sangre. Además se mecía de una forma que hizo que a Alex se le helara la sangre en las venas.
Daniel reaccionó con rapidez. Se puso en pie y retiró la salsa de las manos y el rostro de Hope con una servilleta.
– Hope, cariño -dijo, imprimiendo a su voz un tono risueño que Alex sabía que no se correspondía con su estado de ánimo-. Mira qué desastre. Y encima te has manchado el vestido nuevo.
La pareja que ocupaba la mesa contigua se volvió y Alex reconoció a Toby Granville y a su esposa.
– ¿Podemos ayudar? -preguntó Toby con cara de preocupación.
– No, gracias -respondió Daniel en tono relajado-. Nos la llevaremos a casa y la lavaremos. Ya saben cómo son los niños. -Sacó la cartera del bolsillo en el momento en que Sheila salía de la cocina con un paño en las manos.
Era obvio que los estaba observando, igual que el resto de personas del local.
Daniel le entregó la cuenta doblada con el dinero dentro y Alex vio que una esquina blanca de su tarjeta de visita sobresalía por encima de la tinta verde.
– Quédese con el cambio.
Daniel ayudó a Alex a levantarse del banco y ella hizo una mueca de dolor al notar las rodillas entumecidas. No obstante, se obligó a mover las piernas y a seguir a Meredith hasta la puerta. Daniel tomó a Hope en brazos.
– Vamos, guapísima. Te llevaremos a casa.
Alex dirigió a Sheila una última mirada antes de seguir a Daniel hasta el coche.
Al cabo de menos de cinco minutos volvían a encontrarse en casa. Meredith se adelantó y cuando Alex, cojeando, cruzó el umbral, ya había dejado sobre la mesa la cabeza de la princesa Fiona. Tomó a Hope de los brazos de Daniel y la colocó frente a la muñeca. Luego se agachó a su lado y la miró a los ojos.
– Enséñanos lo que le ocurrió a tu mamá, Hope -dijo con apremio. Alcanzó el bote de plastilina roja y lo volcó sobre su mano-. Enséñanoslo.
Hope colocó un pegote en la cabeza de Fiona. Fue repitiendo la acción hasta que el rostro y el pelo de la princesa Fiona quedaron por completo cubiertos de plastilina roja. Cuando hubo terminado, miró a Meredith con impotencia.
Alex notó que el aire se escapaba de sus pulmones.
– Lo vio todo.
– Lo que quiere decir que también debió de ver a quien lo hizo -observó Daniel en tono tenso-. Iremos al centro de acogida mañana, Alex. Esta noche quiero llevar a Hope a ver a un retratista forense. Meredith, mi jefe me ha pedido que mañana llevara a Hope para que la psicóloga del departamento la examinara, pero me parece que será mejor hacerlo también esta noche.
A Alex se le pusieron los pelos de punta.
– Meredith es una buena psicóloga infantil, y Hope confía en ella.
Pero Meredith asentía.
– Me he implicado demasiado, Alex. Llama a la psicóloga, Daniel. La ayudaré en todo lo que pueda.
Atlanta, martes, 30 de enero, 21.00 horas.
En el bar había una docena de chicas guapas, pero Mack sabía muy bien a quién quería llevarse a casa. Había estado esperando ese momento nada menos que cinco años, desde la noche en que ella y sus dos amiguitos le gastaron la bromita que le había arruinado la vida. Se creían muy listos, muy espabilados. Claudia y Janet ya estaban muertas, y Gemma lo estaría pronto. Un suave cosquilleo anticipatorio le erizó la piel cuando se le acercó. No importaba cómo reaccionara, para ella la velada terminaría de la misma manera.
Destrozada, muerta y envuelta en una manta de lana marrón. Un caso más que haría temblar los pilares de Dutton. Se apoyó en la barra, ignorando las protestas de la mujer a quien acababa de quitar el taburete. Solo tenía ojos para su presa.
Gemma Martin. Era la primera con quien había echado un polvo. Él sería el último con quien ella lo hiciera. Entonces tenían dieciséis años y ella se ganó conducir su Corvette durante una hora. Estaba borracha y le dejó una marca en la parte izquierda del guardabarros. Esa noche también iba camino de emborracharse, pero sería él quien la marcara a ella. Mack pensaba disfrutar mucho de su venganza.