– Perdone -gritó para vencer el ruido de la música.
Ella se volvió para mirarlo de pies a cabeza, examinándolo con descaro, y entornó los ojos con aire de interés. Cinco años atrás se había reído de él. Esa noche, en cambio, mostraba interés y un total desconocimiento de quién era él.
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Sí?
– No he podido evitar fijarme en su espléndido Corvette rojo. Estoy planteándome comprar uno. ¿Qué tal va?
Ella sonrió con aire de tigresa y Mack pensó que no iba a hacerle falta el bote de Rohipnol que escondía en el bolsillo para llevársela de allí. Se iría con él por voluntad propia, y eso haría el final mucho más exquisito.
– Es perfecto. Excitante, rápido y peligroso.
– Me parece que eso es exactamente lo que estoy buscando.
Atlanta, martes, 30 de enero, 21.00 horas.
– Por favor, llámeme si sabe algo más -dijo Daniel al teléfono, y colgó justo en el momento en que Chase entraba en su despacho con aspecto de sentirse igual de cansado que él. Chase acababa de salir de una reunión con los jefazos y la expresión de sus ojos denotaba que no había ido precisamente bien.
– ¿Con quién hablabas? -preguntó Chase.
– Con Fort Benning. He dejado un montón de mensajes para el capellán.
– El que fue ayer por la mañana a casa de Bailey y terminó hablando con Alex, ¿no?
– Sí. Se trasladó en avión a Benning para disfrutar de un descanso. Se suponía que iba a seguir el viaje hasta el sur de Albany para ir a casa de sus padres, pero todavía no ha aparecido por allí. Aun efectuando una parada en Dutton, podría haber llegado a Albany sin esfuerzo para la hora de cenar. Van a declararlo desaparecido.
– Joder, Daniel. Dame alguna buena noticia.
– Creo que sé dónde raptaron a Janet. He sondeado la zona cercana al lugar desde donde llamó a su novio y he encontrado a un tipo de una tienda de comida preparada que la recuerda; compró albóndigas. Tienen una grabación en la que aparece pidiendo la comida. Felicity no ha encontrado restos en su estómago, o sea que no llegó a comérsela. Imagino que el tipo se colaría en la furgoneta y la atacaría cuando salió del establecimiento.
– ¿Aparece la furgoneta en la grabación?
– No. En el aparcamiento no hay ninguna cámara, solo las hay dentro de la tienda. Y ningún otro establecimiento cercano tiene cámaras, lo he comprobado.
Chase le lanzó una mirada feroz.
– Por lo menos dime que el retratista ha hecho algún progreso con la niña.
– No habrá ninguno disponible hasta mañana por la mañana -anunció Daniel, y levantó la mano con aire cansino al ver que Chase estaba a punto de explotar-. No la tomes conmigo. Los dos retratistas están con víctimas. Nosotros somos los siguientes de la lista.
– ¿Con quién está ahora la niña? -quiso saber Chase.
– Chase. -Mary McCrady entró en el despacho de Daniel y dirigió a Chase una mirada de amonestación-. La niña se llama Hope.
A Daniel siempre le había caído bien Mary McCrady. Era un poco mayor que él y un poco más joven que Chase. Mostraba una actitud sensata ante la vida y nunca permitía que nadie la intimidara, ni a ella ni a ninguno de los pacientes de quienes se ocupaba.
Chase alzó los ojos en señal de exasperación.
– Estoy cansado, Mary. Llevo una hora aguantando que mi jefe y el jefe de mi jefe me machaquen. Dime que tú sí que has hecho algún progreso con… Hope.
Mary encogió un hombro.
– Tienes mucho aguante, Chase. Puedes permitirte que te machaquen un poquito. Hope en cambio es una niña traumatizada y no lo resistiría.
Chase empezó a despotricar pero Daniel lo interrumpió:
– ¿Qué has averiguado, Mary? -preguntó con calma, y Mary se sentó en una de sus sillas.
– No mucho. La doctora Fallon ha hecho exactamente lo que habría hecho yo. Ha utilizado el juego como terapia y ha conseguido que Hope se sintiera segura. No puedo obtener de Hope nada que ella no esté dispuesta a dejar salir.
– O sea que no sabes nada. -Chase dio un cabezazo contra la pared-. Estupendo.
Mary se volvió a mirarlo, enojada.
– No he dicho que no sepa nada, he dicho que no he averiguado mucho. -Sacó una hoja de papel de su carpeta-. Ha dibujado esto.
Daniel examinó la hoja. Era un dibujo de simples trazos infantiles en el que aparecía una figura tendida boca abajo con la cabeza teñida de garabatos rojos. La otra figura era masculina y estaba de pie; ocupaba casi toda la página.
– Es más de lo que habíamos conseguido hasta ahora. Desde que el viernes la encontraron encerrada en el armario no ha hecho más que pintar los dibujos de un cuaderno de colorear.
Mary se levantó y rodeó el escritorio para situarse a su lado.
– Por lo que nos imaginamos, esta es Bailey. -Señaló la figura tendida en el suelo.
– Sí, ya lo suponía. El rojo lo dice todo. -La miró con el rabillo del ojo-. Meredith Fallon te habrá contado lo de la salsa de tomate de la pizza y la plastilina, ¿no?
– Sí. -Mary frunció el entrecejo-. Detesto tener que presionar tanto a la pequeña, pero necesitamos averiguar qué vio exactamente. -Señaló la figura de pie-. Este es el agresor de Bailey.
– Sí, eso también lo suponía. Es enorme, mide tres veces más que Bailey.
– No es su estatura real -puntualizó Mary.
– Representa la amenaza, la fuerza -terció Chase desde la puerta, y pareció avergonzarse un poco cuando Mary levantó la cabeza, sorprendida-. No soy un monstruo, Mary. Sé que esa niña está pasando por un infierno, pero cuanto antes lo saque, antes podrás empezar a… arreglarla.
Mary exhaló un suspiro que denotaba afecto.
– A tratarla, Chase, no a arreglarla. -Volvió a mirar el dibujo-. El hombre lleva una gorra.
– ¿Una gorra de béisbol? -preguntó Daniel.
– Es difícil de decir. Los niños de la edad de Hope solo pueden dibujar un número limitado de imágenes. Todos los sombreros son iguales, y las figuras también. Pero mírale la mano.
Daniel se frotó los ojos y se acercó más el dibujo.
– Es un palo, está lleno de sangre.
– ¿Encontraron Ed y su equipo algún palo con sangre? -preguntó Mary.
– Aún están registrando el escenario -explicó Daniel-. Han colocado focos en el bosque para buscar el lugar en el que Hope pudo haberse escondido. ¿Por qué es tan pequeño el palo?
– Porque lo reprime -dijo Chase-. La aterroriza y por eso en su mente lo representa lo más pequeño posible.
Mary asintió.
– Más o menos. Pensaba que os gustaría verlo. La hemos dejado descansar por esta noche; después de esto nos ha dado miedo presionarla más. Mañana continuaremos. Descansa un poco, Daniel. -Una de las comisuras de sus labios se curvó hacia arriba-. Es una recomendación de la doctora.
– Lo intentaré. Buenas noches, Mary.
Cuando se hubo marchado, Daniel miró el dibujo de Hope y se sintió culpable y deshecho.
– Una parte de mí quiere que estén las tres a salvo: Alex, Hope y Meredith. Pero Hope y Alex son nuestro único vínculo con quienquiera que haya tramado esto. Si las escondemos…
Chase asintió.
– Ya lo sé. He aumentado la presencia policial. Veinte, cuatro y siete. Era uno de los puntos de la última reunión.
– Eso tranquilizará a Alex, y a mí también me tranquiliza. Gracias, Chase.
– Mary tiene razón. Duerme un poco, Daniel. Te veré por la mañana.
– Le he pedido a Ed que se reúna con nosotros a las ocho -dijo Daniel mientras calculaba mentalmente cuánto tardaría en desplazarse desde Dutton hasta el edificio del GBI con el tráfico matutino. Por mucha policía que hubiera, Daniel no pensaba correr riesgos. En la sala de estar de la casa había un sofá. Esa noche dormiría allí.
Martes, 30 de enero, 21.00 horas.