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Daniel penetró en el camino de entrada a la casa. En el coche había reinado el silencio desde que salieran de Atlanta. Hope y Meredith dormían profundamente en el asiento trasero. Alex, sentada junto a él, había permanecido despierta y sumida en pensamientos turbulentos. Daniel había estado varias veces a punto de preguntarle cuál era el problema, pero la pregunta resultaba absurda. ¿Qué no era un problema? La vida de Alex ya se había desmoronado una vez, y estaba volviendo a hacerlo. «Y encima yo voy a ponerle las cosas mucho más difíciles.»

Porque el silencio le había concedido por fin tiempo para pensar, para empezar a atar cabos, y había una frase que no lo dejaba tranquilo. La había apartado de su mente, primero al aparecer Garth Davis y luego debido a los progresos de Hope. La frase la había pronunciado Sheila en la pizzería, sus labios carmín la habían escupido con amargura.

«Nadie se preocupó de las mujeres normales.» «Se preocupó.» Al referirse a las mujeres ricas y a Bailey, Sheila, la camarera, había utilizado el presente. «Todo el mundo está ofendido porque esas ricachonas han muerto. Nadie se preocupa por Bailey.»

Sin embargo, «nadie se preocupó de las mujeres normales». Empezaba a comprenderlo. La primera vez que miró a Sheila a la cara, había observado en ella algo que le resultaba familiar. Al principio creyó que la conocía de la escuela, pero no era allí donde la había visto.

Apagó el motor y el silencio fue completo, exceptuando las respiraciones rítmicas procedentes del asiento trasero. Alex desplazó la mirada al coche de policía camuflado aparcado junto a la acera, cuya silueta brillaba bajo la pálida luz de la luna. Delicada, así la había descrito él en sus pensamientos el día anterior. Ahora se la veía frágil. Claro que Daniel sabía que no lo era; tal vez Alex Fallon fuera más fuerte que ninguno de ellos. Esperaba que fuera lo bastante fuerte para soportar lo que él no podía mantener en secreto durante más tiempo.

Aguardaría mientras Meredith y Hope dormían. Luego se lo diría y aceptaría su reacción, fuera cual fuese. Aceptaría la penitencia que ella le impusiera. Tenía derecho a saberlo.

– Tu jefe se ha dado prisa -musitó, refiriéndose al coche de policía camuflado.

– O esto o te mudas a una casa de incógnito. ¿Quieres vivir de incógnito, Alex?

Ella miró el asiento trasero.

– Para ellas sería mejor, pero para mí no. Si me escondo, no podré buscar a Bailey, y tengo la impresión de estar cerca de la verdad. -Bajó la vista a las palmas de sus manos-. Está claro que alguien quiere que deje de buscarla y, a menos que yo haya visto demasiada televisión, eso quiere decir que lo estoy poniendo nervioso.

Hablaba en tono frío. Estaba asustada. Sin embargo, no podía mentirle.

– Me parece que es una deducción lógica. Alex… -Suspiró en silencio-. Vamos dentro. Hay cosas que deberías saber.

– ¿Como qué?

– Vamos dentro.

Ella lo aferró por el brazo, pero enseguida apartó la mano herida con una mueca de dolor.

– Dímelo.

Lo miraba con los ojos muy abiertos y en ellos Daniel observó miedo. No tendría que haberle dicho nada hasta que no estuvieran dentro los dos solos. Pero ya había empezado, así que le diría lo que pudiera hasta conseguir que entrara en la casa.

– Beardsley ha desaparecido.

Ella se quedó boquiabierta.

– Si lo vi ayer. -Su mirada se tiñó de aflicción al comprenderlo todo-. Alguien me ha estado observando desde entonces.

– Me parece que esa también es una deducción lógica.

Ella frunció los labios.

– También hay algo que tú deberías saber. Mientras la doctora McCrady estaba con Hope, he llamado a una amiga de Bailey, la compañera de trabajo con quien tiene más trato. Se llama Sissy. Llevaba todo el día tratando de localizarla pero no lo había conseguido. Todas las veces saltaba el contestador automático. Entonces la he llamado desde uno de los teléfonos de tu oficina. Ha respondido enseguida.

– ¿Crees que trataba de evitar tu llamada?

– No lo creo, lo sé. Cuando le he dicho quién era, se ha puesto a la defensiva. Le he preguntado si podía ir a hablar con ella sobre Bailey y me ha dicho que no la conocía muy bien, que sería mejor que hablara con alguna de sus otras compañeras.

– Pero el dueño de la peluquería te había dicho que ella era con quien tenía más trato.

– Me ha dicho que todos los sábados por la noche Bailey se quedaba a dormir en su casa. Y la asistente social dice que los viernes era Sissy quien se quedaba a dormir en casa de Bailey.

– Entonces es que alguien se ha puesto en contacto con ella -dijo Daniel.

– Sissy tiene una hija lo bastante mayor para cuidar de Hope los sábados mientras Bailey trabaja. -Alex se mordió el labio inferior-. Si alguien ha amenazado a Sissy y Beardsley ha desaparecido, puede que la hermana Anne y Desmond también estén en peligro.

Daniel extendió el brazo y le presionó el labio con el pulgar para suavizar las marcas que sus dientes habían dejado.

– Enviaré una unidad al centro de acogida y otra a casa de Desmond. -Apartó la mano. Llevaba todo el día deseando abrazarla y el silencio solo había servido para intensificar el deseo-. Vamos a llevar a Hope a la cama. Es tarde.

Alex había abierto la puerta trasera y se disponía a tomar a Hope en brazos, pero Daniel la hizo a un lado con suavidad.

– Tú abre la puerta, yo entraré a Hope. -Sacudió ligeramente el hombro de Meredith y esta se despertó de golpe, pestañeando. Él quitó el seguro del asiento de la niña y la tomó en brazos. Ella se apoyó en su hombro; estaba demasiado cansada para asustarse.

Daniel siguió a Alex hasta la casa, consciente de que los agentes que Chase había enviado los estaban observando. Conocía a Hatton y a Koenig desde hacía años y confiaba en ellos. Los saludó con un gesto de cabeza al pasar. En unos minutos saldría a hablar con ellos.

Riley se incorporó en cuanto entraron en la casa y enseguida los siguió en silencio.

Alex condujo a Daniel hasta el dormitorio que quedaba a la izquierda. Él dejó a Hope con suavidad sobre la cama y le quitó los zapatos.

– ¿Quieres que le pongamos el pijama? -susurró.

Ella negó con la cabeza.

– No le hará ningún daño dormir vestida -susurró ella en respuesta.

Daniel cubrió a Hope con la manta y luego le apartó un rizo rubio de su rostro, sonrosado a causa del sueño. Tragó saliva. La salsa de la pizza le había manchado la piel y los cabellos; aún parecía sangre. Con cuidado, volvió a colocarle el rizo sobre el rostro para ocultar la mancha.

Todavía lo asaltaban muchas imágenes perturbadoras. Solo le faltaba añadir la de una niña de cuatro años cubierta de sangre.

– Yo también dormiré aquí -musitó Alex, que permanecía de pie al otro lado de la cama. Daniel posó los ojos en las sábanas blancas y almidonadas, y luego en Alex, quien lo obsequió con una mirada penetrante.

Él frunció el entrecejo.

– ¿Piensas irte a dormir ahora mismo? -preguntó.

– Supongo que no. Vamos. -Se volvió hacia la puerta y arqueó las cejas-. Vaya, mira.

Riley se había subido a una maleta y se esforzaba por trepar hasta la silla que se encontraba junto al lado de la cama donde Hope dormía.

– Riley -lo llamó Daniel-. Baja de ahí.

Pero Alex lo empujó para que pudiera acabar de subir. De allí, el basset saltó a la cama, avanzó hasta situarse junto a Hope y se dejó caer sobre el vientre de la niña con uno de sus hondos suspiros.

– Riley, baja de la cama -musitó Daniel, pero Alex negó con la cabeza.

– Déjalo. Si alguna pesadilla la despierta, al menos no estará sola.

Dutton, martes, 30 de enero, 23.30 horas.

Se arregló la corbata y se arrellanó en el asiento. Un hombre importante solo podía sentirse así de cómodo vigilando desde su coche. Su hermana Kate había regresado del trabajo, el sobrio Volvo estaba bien aparcado en el garaje. La vio desplazarse por el interior de la casa de una ventana a otra, dar comida al gato, colgar el abrigo…