Pensaba hacer guardia delante de su casa todas las noches, hasta que aquello terminara. La había seguido desde la ciudad con cuidado de guardar la suficiente distancia para que no lo viera. Si lo veía, tendría que admitir que le preocupaba su seguridad. Claro que no podía confesarle que ella estaba en el punto de mira; si lo hacía, querría saber por qué estaba tan seguro.
Ella no podía enterarse. Nadie podía enterarse. Y nadie se enteraría si mantenía la cabeza gacha y la boca cerrada. A las dos mujeres las habían matado entre las ocho de la tarde y las dos de la madrugada. A las dos las habían atacado en el coche, así que se pegaría a Kate como una lapa cada vez que regresara en coche del trabajo y la vigilaría durante toda la noche. Durante el día estaba bastante segura, pensó; en el trabajo se encontraba rodeada de gente.
Los recuerdos de las fotos del anuario irrumpieron en su mente. Diez fotos en total, y dos ya habían sido marcadas con una cruz. Llevaba toda la noche tratando de quitárselas de la cabeza. La amenaza era clara. Siete mujeres, además de Kate, aparecían en la hoja. Siete mujeres más estaban en el punto de mira. Podría haberle entregado la fotocopia a Vartanian y salvarlas, pero pensó en su hermana Kate, en su esposa, en sus hijos, y supo que volvería a quemar la hoja si se le ofreciera la oportunidad. Ellos no podían enterarse.
De haberle entregado la fotocopia a Vartanian, Daniel se habría preguntado por qué le habían hecho llegar la amenaza precisamente a él. Aunque se la enviara de forma anónima, Daniel vería el círculo trazado alrededor de la foto de Kate y se preguntaría por qué habían elegido a su hermana.
«Podrías haber recortado la foto de Kate y haber enviado el resto. Podrías haber protegido a esas siete mujeres. Tendrías que haberlas protegido.»
¿Y arriesgarse a que los técnicos del GBI descubrieran sus huellas en el papel? No; era exponerse demasiado. Además, Vartanian habría empezado a investigar y solo Dios sabía qué habría encontrado.
«Si alguna de esas siete mujeres muere, tus manos estarán manchadas con su sangre.»
Mala suerte. Él tenía su propia familia que proteger. Si las familias de las otras siete mujeres que habían estudiado con Janet y Claudia eran lo bastante listas, también las protegerían. «Pero ellos no saben lo que sabes tú.»
Había hecho cosas en la vida. Cosas horribles, perversas. Pero nunca hasta entonces había tenido las manos manchadas de sangre. «Sí, sí que las tenías.» De Alicia Tremaine. El rostro de Alicia apareció en su mente junto con el recuerdo de aquella noche de hacía trece años.
«Nosotros no la matamos.» Ellos la habían violado. Todos la habían violado, excepto Simon, que se había limitado a tomar las fotografías. Simon siempre había sido un cabrón morboso.
«¿Y vosotros no? Violasteis a la chica, y ¿a cuántas más?»
Cerró los ojos. Había violado a Alicia Tremaine y a catorce chicas más. Todos lo habían hecho. Excepto Simon. Él solo había tomado las fotografías.
«Y ¿dónde están las fotografías?»
La idea llevaba torturándolo trece años. Las habían escondido para asegurarse de que ninguno de ellos contara lo que habían hecho. Qué idiotas eran de jóvenes. Ahora, nada de lo que él hiciera podría borrar lo que todos hicieron en su día. «Lo que yo también hice.»
Todas las cosas horrendas que habían hecho y que quedaron inmortalizadas en las fotografías. Tras la primera muerte de Simon todos se habían sentido a la vez aliviados y aterrados de que alguien pudiera encontrarlas. Sin embargo, no había sido así, y los años habían transcurrido. Con inquietud.
Nunca habían vuelto a nombrar las fotografías, ni el club, ni las cosas que habían hecho. Hasta que DJ se dio a la bebida, y desapareció.
Igual que esa noche había desaparecido Rhett. Él sabía que estaba muerto. Había estado a punto de hablar y se habían deshecho de él, igual que de DJ.
«En cambio yo soy lo bastante listo para mantener la boca cerrada y la cabeza gacha hasta que todo esto termine.» En otro momento las fotografías habían servido como garantía de su silencio. Si uno caía, caerían todos. Sin embargo, ahora, después de tantos años… Ya no eran jóvenes ni estúpidos. Eran hombres hechos y derechos con carreras respetables. Y familias a las que proteger.
Sin embargo ahora, después de tantos años… alguien estaba matando a sus mujeres. A mujeres que trece años atrás no eran más que inocentes chiquillas. «Aquellas a quienes tú violaste también eran chiquillas inocentes. Inocentes. Inocentes.»
– Ya lo sé -pronunció las palabras en voz alta, y luego susurró-: Dios, ¿no crees que ya lo sé?
Ahora, después de tantos años, alguien más lo sabía. Sabían lo de la llave, o sea que también sabían lo del club y debían de saber lo de las fotos de Simon. No era ninguno de ellos, ninguno de los cuatro que quedaban. No, ya no eran cuatro. Pensó en Rhett Porter. Rhett estaba muerto. «De los tres.» Ninguno de ellos haría una cosa así.
El hecho de que toda esa pesadilla hubiera empezado una semana después de la verdadera muerte de Simon Vartanian no podía ser fruto de la casualidad. ¿Habría encontrado Daniel las fotos de Simon?
«No. No es posible.» Si Daniel Vartanian tuviera las fotos, las estaría investigando.
«Pues claro que las está investigando, idiota.»
«No, lo que está investigando son los asesinatos de Janet y Claudia.»
O sea que Daniel no lo sabía. Eso quería decir que quien lo sabía era otra persona. Alguien que quería dinero. Alguien que había matado a dos mujeres para demostrarles de lo que era capaz. Alguien que los amenazaba con matar a más si no lo escuchaban.
Así que lo escucharía. Seguiría las instrucciones que acompañaban a la fotocopia con las fotos del anuario. Efectuaría una transferencia de cien mil dólares a una cuenta corriente de un paraíso fiscal. Pensó que luego vendría otra petición de dinero. Y él seguiría pagando todo lo necesario para asegurarse de que su secreto siguiera siendo precisamente eso, un secreto.
Capítulo 12
Dutton, martes, 30 de enero, 23.55 horas.
Meredith tenía la cabeza metida en la nevera cuando Alex cerró la puerta de la habitación en la que dormían Hope y Riley.
– Me muero de hambre -se quejó Meredith-. Solo le he dado dos bocados a la pizza.
– No creo que ninguno hayamos comido mucho más -dijo Daniel, frotándose con la palma de la mano su barriga igual de vacía-. Gracias por recordármelo -añadió en tono irónico.
Alex apartó la vista del esbelto torso de Daniel Vartanian, sorprendida ante el repentino deseo que la abrasaba. Después de todo lo ocurrido, lo último que le convenía era pensar en acariciar el vientre liso de Daniel. O cualquier otra parte de su cuerpo.
Meredith colocó un tarro de mayonesa y unas lonchas de jamón sobre la barra que separaba la cocina de la sala de estar. Su mirada se cruzó con la de Alex y sus labios esbozaron una sonrisa de complicidad. Alex le clavó los ojos, como retándola a decir algo.
Meredith se aclaró la garganta.
– Daniel, ¿te preparo un sándwich?
Daniel asintió.
– Por favor. -Se inclinó sobre el mostrador y apoyó los brazos, doblados por los codos, en el granito. Al oírlo suspirar, Meredith soltó una risita.
– Te pareces a tu perro cuando haces eso -soltó mientras colocaba las lonchas de jamón sobre rebanadas de pan.
Daniel rió con cansancio.
– Dicen que el dueño de un perro siempre se parece a él. Yo espero parecerme a Riley solo en eso; tiene cara de bobo.
– Ah, no lo sabía. A mí me parece monísimo -opinó Meredith, y dirigió otra sonrisa burlona a Alex mientras deslizaba el plato de Daniel sobre la barra-. ¿A ti no, Alex?