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– Así, amenazó a tu padre con contar lo del entierro falso -dedujo Meredith.

– Más o menos. Hace dos semanas encontré las fotos que mi madre me dejó. Fue el mismo día en que me enteré de que mis padres habían muerto. Unos días más tarde Simon también murió.

– ¿Y qué hiciste? -quiso saber Meredith-. Con las fotos, quiero decir.

– Se las entregué a los detectives de Filadelfia el mismo día en que las encontré -explicó Daniel-. En ese momento aún creía que eran el motivo del chantaje.

– ¿O sea que las tienen ellos? -preguntó Alex-. ¿Las fotos de Alicia están… en manos de extraños? -Captó la histeria en su propia voz y se esforzó por desterrarla.

– Ellos tienen una copia. Los originales los tengo yo. Me prometí a mí mismo que encontraría a esas mujeres. No sabía quiénes eran ni qué parte había tomado Simon en todo eso. No sabía por dónde empezar. Y de repente, el mismo día en que me incorporo al trabajo, encontramos a la mujer de Arcadia.

Meredith exhaló un suspiro al comprenderlo todo.

– Un cadáver envuelto en una manta y tirado en la cuneta. Igual que la otra vez.

– Uno de los agentes de Arcadia recordaba el asesinato de Alicia. Cuando vi su foto en el viejo artículo de periódico, supe enseguida que era una de las chicas que aparecían en las fotos de Simon. Pensaba ir a hablar con su familia al día siguiente. -Miró a Alex-. Y entonces apareciste tú.

Alex se lo quedó mirando anonadada.

– ¿Simon violó a Alicia? Pero si detuvieron al hombre que la mató, Gary Fulmore. Era un indigente, un drogadicto.

Daniel echó hacia atrás la cabeza con aire cansino.

– En las fotos aparecían quince chicas. Que yo supiera, solo una había muerto; Alicia. Hasta esta noche.

– Dios mío -musitó Meredith-. Sheila.

Daniel irguió la cabeza. Su mirada era sombría.

– Eso creo.

Alex se puso en pie, una rabia brutal hervía en lo más profundo de su ser.

– Tú lo sabías, cabrón. Lo sabías y no me lo dijiste.

– Alex -la advirtió Meredith.

La expresión de Daniel se tornó muy seria.

– No quería herirte.

Alex sacudió la cabeza.

– ¿Que no querías herirme? -repitió, atónita-. ¿Sabías que tu hermano violó a mi hermana y no me lo dijiste porque no querías herirme?

– Puede que tu hermanastro también tuviera algo que ver -dijo Daniel en voz baja. Alex se detuvo en seco.

– Santo Dios. La carta.

Daniel asintió sin decir nada.

– Y la carta que le envió a Bailey -añadió Alex. Aturdida, se sentó-. Santo Dios. Y el capellán. -Miró a Daniel a los ojos-. Wade se confesó con él.

– Y ahora él ha desaparecido -concluyó Daniel.

– Espera. -Meredith se puso en pie y sacudió la cabeza-. Si Simon y Wade fueron quienes violaron a esas chicas y los dos han muerto, ¿quién está detrás de todo esto? ¿Quién ha raptado a Bailey? ¿Y quién ha matado a esas mujeres?

– No lo sé. Pero no creo que Simon las violara.

Alex empezó a sulfurarse de nuevo.

– Encima de…

Daniel levantó la mano con aire cansino.

– Alex, por favor. A Simon le faltaba una pierna y ninguno de los hombres que aparecen en las fotos es cojo. Creo que Simon debió de tomar las fotos, me parece algo muy propio de él.

– Espera -volvió a decir Meredith-. ¿Has dicho «hombres»? ¿Aparece más de uno en las fotos?

– Puede que sean cinco, o incluso más. Es difícil saberlo.

– O sea que hay más gente implicada -concluyó Alex.

– Y no quieren que se sepa. -Meredith suspiró-. Quince chicas. Menudo fregado para tener que mantenerlo en secreto.

Alex cerró los ojos para evitar que la habitación empezara a darle vueltas.

– ¿Dónde están las fotos?

– En mi casa, en la caja fuerte. Mientras hablamos, Luke está de camino con ellas.

Alex lo oyó apartarse de la barra y cruzar la sala. Se sentó junto a ella, pero no la tocó.

– También he avisado a mi jefe. Tengo que contárselo.

Ella abrió los ojos. Lo vio sentado en el borde del sofá, con la espalda encorvada y cabizbajo.

– ¿Tendrás problemas por no habérselo dicho antes?

– Es probable, pero no se lo dije porque estaba hecho un lío. -Volvió la cabeza hacia un lado para mirarla y Alex vio el dolor en sus ojos-. Si él me lo permite, me gustaría que dieras un vistazo a las otras fotografías. Esta noche has reconocido a Sheila; puede que conozcas a alguna de las otras chicas.

Ella le acarició suavemente la espalda con las puntas de los dedos. El dolor que percibió en su mirada había apaciguado sus ánimos.

– Y puede que reconozcamos a alguno de los hombres.

Él tragó saliva.

– Eso también.

– Los dos sois de Dutton -observó Meredith-. ¿Por qué tendría Alex que conocer a gente que tú no conoces?

– Yo soy cinco años mayor -explicó Daniel-. Cuando todo eso sucedió, me había marchado a estudiar a la universidad.

– Además él era rico -añadió Alex-. Los ricos iban a la escuela privada. Alicia, Sheila, Bailey y yo, en cambio, fuimos a la escuela pública. Entre los dos mundos había una barrera infranqueable.

– Pero Simon y Wade eran amigos.

– Por lo menos, cómplices -puntualizó Daniel-. A Simon lo echaron de la escuela privada y terminó los estudios en la pública. Tenemos que conseguir algún anuario.

– ¿Qué tienen que ver Janet y Claudia en todo esto? -preguntó Alex-. Solo tenían nueve años cuando Alicia murió.

– No lo sé -confesó Daniel. Se recostó en el sofá y cerró los ojos-. Lo que sé es que Sheila quería decirme algo, tenía mi tarjeta de visita en el bolsillo.

– ¿Quién la ha matado? -preguntó Meredith.

– Un ladrón que se ha llevado el dinero de la caja registradora. -Daniel se encogió de hombros-. O eso es lo que quieren hacernos creer. -De repente, se puso en pie con cara de haber reparado en algo-. No puedo creer que me haya pasado por alto. -Abrió la puerta-. ¡Hatton! ¿Puedes venir? -Se volvió hacia Alex-. Me reuniré con Luke y Chase en el restaurante. No te muevas de aquí.

Dutton, miércoles, 31 de enero, 1.35 horas.

Daniel volvió a entrar en Presto's Pizza. Corey Presto se encontraba de pie junto a la puerta, neurótico perdido. Había estado llorando, tenía la cara surcada de churretes ya secos.

El doctor Toby Granville examinaba el cadáver tendido sobre la barra y uno de los ayudantes de Frank tomaba fotos con una cámara digital. Frank estaba agachado junto al lugar en que había muerto el joven agente, escrutando el suelo. Debían de haberse llevado al joven al depósito de cadáveres en primer lugar. Sheila seguía sentada en el rincón, con el mismo aspecto de muñeca grotesca.

Daniel no vio a Randy Mansfield por ninguna parte y supuso que se lo habrían llevado al hospital o bien le habrían dado permiso para marcharse a casa.

– Frank -lo llamó Daniel.

Frank levantó la cabeza, y durante, unos instantes la desesperación tiñó la mirada del viejo amigo de Daniel. Pero al momento su expresión cambió y se tornó de nuevo hierática.

– ¿Por qué has vuelto, Daniel?

– El escenario es mío. Toby, si no te importa, apártate de ese cadáver. Llamaré al forense del estado y a los criminólogos.

Toby Granville desplazó la mirada hasta Frank, quien poco a poco se puso en pie con los brazos en jarras y los puños apretados.

– No, no es tuyo -protestó.

– El coche que hay en el callejón de atrás está implicado en un atropello en el que el conductor se ha dado a la fuga. El atropello ha tenido lugar esta tarde y la víctima es una testigo que está bajo mi protección. En este restaurante ha muerto otra testigo. El GBI se encargará de examinar el escenario del crimen. Por favor, Frank, márchate, o tendré que hacerte salir yo.