Выбрать главу

– Es cierto que todos los días hay yonquis que se marchan de casa, Alex.

– Ya lo sé, pero ¿por qué iba a mentir la directora del parvulario?

– A lo mejor no miente. Puede que Bailey finja muy bien, o puede que tras una temporada de abstinencia haya vuelto a caer. De momento, centrémonos en Hope. ¿Dices que la asistente social te ha comentado que se había pasado toda la noche pintando?

– Sí. Nancy Barker, la asistente, dice que es la única cosa que la niña ha hecho desde que la sacaron del armario. -El armario de casa de Bailey. El pánico empezó a invadirla, tal como le ocurría siempre que recordaba aquella casa-. Bailey sigue viviendo en la misma casa.

Meredith abrió los ojos como platos.

– ¿De verdad? Creía que la habían vendido hace años.

– No. He consultado por internet el registro de la propiedad. La escritura sigue estando a nombre de Craig.

La opresión que Alex sentía en el pecho se intensificó. Cerró los ojos y se concentró en relajar la mente. Meredith posó una mano sobre la suya y se la estrechó.

– ¿Estás bien, cielo?

– Sí. -Alex se sacudió para espabilarse-. Qué ataques de pánico más tontos. Tendría que tenerlo superado.

– Claro, como tienes poderes sobrehumanos… -dijo Meredith en tono inexpresivo-. En ese lugar ocurrió la peor desgracia de tu vida; deja ya de fustigarte por sentir lo mismo que sentiría cualquier ser humano, Alex.

Alex se encogió de hombros; luego frunció el entrecejo.

– Según Nancy Barker, la casa estaba hecha un desastre, había montones de basura por el suelo. Los colchones estaban viejos y rotos y en la nevera encontró comida en mal estado.

– Así es como me imagino yo la casa de un yonqui.

– Sí. Pero no encontraron ropa de Hope ni de Bailey. Ni una prenda, ni limpia ni sucia.

Meredith frunció el entrecejo.

– A juzgar por lo que dice la directora del parvulario, resulta extraño. -Vaciló-. ¿Tú has estado en la casa?

– No. -La palabra brotó de los labios de Alex con tanta brusquedad como un estallido de bala-. No -repitió más serena-. Aún no.

– Cuando lo hagas, te acompañaré, y no me lo discutas. ¿Sigue viviendo allí Craig?

«Concéntrate en el silencio.»

– No. Nancy Barker dice que han tratado de localizarlo, pero nadie sabe nada de él desde hace mucho tiempo. En los papeles del parvulario aparezco yo como persona de contacto en caso de urgencia.

– ¿Cómo sabía la asistente social a qué parvulario iba Hope?

– Se lo dijo la compañera de Bailey. Así fue como encontraron a la niña. Bailey no se había presentado en el trabajo y su compañera, preocupada por ella, aprovechó el descanso para ir a verla y comprobar si estaba bien.

– ¿Dónde trabaja Bailey?

– Es peluquera y, según parece, trabaja en un salón de los buenos.

Meredith se quedó perpleja.

– ¿En Dutton hay un salón de categoría?

– No. En Dutton está Angie's. -Su madre solía ir a Angie's los lunes cada dos semanas-. Bailey trabajaba en Atlanta. Tengo el teléfono de su compañera, pero ninguna de las veces que la he llamado estaba en casa. Le he dejado algunos mensajes en el contestador.

Meredith tomó uno de los cuadernos para colorear.

– ¿De dónde han salido todos esos cuadernos?

Alex ojeó la pila.

– Nancy Barker encontró uno en la mochila de Hope. Dijo que Hope tenía la mirada vacía, pero que cuando le acercó el cuaderno y los lápices de colores la niña empezó a pintar. Nancy intentó que Hope dibujara en una hoja en blanco con la esperanza de que expresara algo por medio de sus dibujos, pero Hope siguió aferrada al cuaderno. Ayer a última hora de la tarde se quedó sin cuadernos para pintar y tuve que pagar al botones para que fuera a la tienda a comprar más. Y también más colores.

Alex observó la caja que originalmente contenía sesenta y cuatro lápices. Ahora quedaban cincuenta y siete; estaban todos los colores excepto el rojo. Todos los lápices de esa gama habían quedado reducidos por el uso a poco más de un centímetro.

– Le gusta el rojo -apuntó Meredith.

Alex tragó saliva.

– No quiero ni pensar lo que eso supone.

Meredith se encogió de hombros.

– Puede que solo signifique que le gusta el rojo.

– Pero tú no lo crees.

– No.

– Aún tiene un lápiz rojo en la mano. Al final he desistido y he dejado que se fuera a la cama con él.

– ¿Qué pasó anoche cuando se le acabaron los lápices rojos?

– Se echó a llorar, pero en ningún momento dijo nada.

Alex se estremeció.

– He visto miles de niños llorar en las salas de urgencias, de dolor, de miedo… pero nunca de ese modo. Era como… el llanto frío de un robot, inexpresivo. No emitió ni un sonido, ni una palabra. Luego entró en lo que parecía un estado catatónico. Me asusté tanto que decidí llevarla al ambulatorio de la ciudad. El doctor Granville la examinó y dijo que no era más que un shock.

– ¿Le hizo alguna prueba?

– No. La asistente social me dijo que había llevado a la niña a urgencias el viernes al encontrarla escondida en el armario. Le hicieron análisis de tóxicos y anticuerpos para comprobar los niveles inmunológicos. Tenía puestas las vacunas correspondientes y todo lo demás estaba en regla.

– ¿Quién es su médico de cabecera?

– No lo sé. Granville, el médico del centro sanitario de la localidad, dijo que nunca había visitado a Bailey ni a Hope por motivos de salud. Parecía sorprendido de que Hope estuviera tan limpia y bien cuidada, como si alguna otra vez la hubiera visto sucia. Quería medicarla, sedarla.

Meredith arqueó las cejas sorprendida.

– ¿Se lo permitiste?

– No. Se molestó un poco y me preguntó por qué había llevado a la niña si no quería que la tratara. Pero a mí no me hizo gracia la idea de medicar a una niña pequeña si no era absolutamente necesario. Hope no se mostraba violenta y no parecía que hubiera peligro de autolesión, así que no acepté que la medicara.

– Estoy de acuerdo. ¿Así que en todo este tiempo Hope no ha pronunciado palabra? ¿Seguro que puede hablar?

– La directora del parvulario dice que es muy parlanchina, que tiene mucho vocabulario. De hecho ya sabe leer.

Meredith se sorprendió.

– Ahí va, ¿cuántos años tiene? ¿Cuatro?

– Recién cumplidos. La directora me explicó que Bailey le leía todas las noches. Meredith, nada de todo eso es propio de una drogadicta dispuesta a abandonar a su hija.

– Tú también piensas lo peor.

Algo en la voz de Meredith chocó a Alex.

– ¿Tú no? -preguntó.

Meredith se quedó impasible.

– No lo sé. Solo sé que tú siempre has disculpado a Bailey. Pero ahora no se trata solo de Bailey, sino de Hope y de qué es lo mejor para ella. ¿Vas a llevártela a casa? A tu casa, me refiero.

Alex pensó en el pequeño piso donde vivía sola. Richard se había quedado con la casa, Alex no la quería. Sin embargo, su piso era lo bastante grande para ella y una niña.

– Sí, esa es mi intención. Pero Meredith, si a Bailey le ha ocurrido algo malo… Quiero decir que si ha cambiado y resulta que está en peligro…

– ¿Qué harás entonces?

– Aún no lo sé. No llegué a ninguna conclusión hablando por teléfono con la policía y no podía dejar sola a Hope para acudir en persona. ¿Puedes quedarte conmigo unos días y ayudarme a cuidar de Hope mientras lo averiguo?

– Todas las visitas de los pacientes más graves me las han trasladado al miércoles, me lo dijeron justo antes de venir. Tengo que volver el martes por la noche. Es todo cuanto puedo hacer por ti de momento.

– Es mucho. Gracias.

Meredith le estrechó la mano.