– Puede que fueran a otra escuela -repuso Alex-. El instituto de Dutton era bastante pequeño. Todo el mundo se conocía.
– Solicitaremos anuarios de todas las escuelas de secundaria de la ciudad -ordenó Chase con brusquedad-. Daniel, de momento ya tienes unas cuantas pistas. Todo el mundo a dormir. Quedamos en mi despacho a las ocho en punto. -Miró a Alex-. Gracias, nos ha ayudado mucho.
Ella tenía los nervios a flor de piel a causa del cansancio.
– Ojalá sirva para encontrar a Bailey.
Daniel le presionó la rodilla con suavidad.
– No te rindas -musitó.
Ella alzó la barbilla.
– No pienso hacerlo.
Miércoles, 31 de enero, 2.30 horas.
Mack no pudo evitar estallar en carcajadas mientras asentía ante la pantalla del ordenador. Las cosas iban de maravilla. Gemma estaba muerta y a punto para que se deshiciera de ella y él… «Tengo cien mil dólares más.» Claro que en el punto en el que estaba no era el dinero lo que más le preocupaba; la cuestión era que ellos pagaran. Eso significaba que estaban asustados. El que acababa de pagar los cien mil dólares tenía tanto miedo que en esos momentos se encontraba haciendo guardia frente a la casa de su hermana Kate, por si las moscas.
Había conseguido su objetivo.
«He vuelto. Ya no estáis seguros, y vuestras familias tampoco.»
Y le había salido bien. El hermano mayor de Kate había pagado cien mil dólares. El quejica de su amigo no había pagado ni un centavo pero también había pasado miedo.
Sonrió. Él que no había pagado en dinero había acabado pagando de otra forma, mucho más satisfactoria. Había elegido bien a los dos destinatarios del primer asalto, eran los más débiles. Le habían servido las cosas en bandeja. Claro que los otros dos también estaban afectados. Cada vez estaban más nerviosos, más asustados.
Empezaban a suceder cosas que no dependían directamente de él. «Janet, Claudia y Gemma han sido mías.» No eran más que leña menuda para mantener el fuego encendido. Sin embargo las llamas se habían avivado.
Habían declarado a Bailey Crighton desaparecida. Mack, por supuesto, sabía muy bien dónde se encontraba y con quién. Y por qué se la habían llevado. De hecho, sentía un poco de lástima por ella. La chica estaba allí por casualidad y ahora se veía atrapada en todo aquello. Sabía cómo se sentía. Cuando todo terminara, si seguía con vida, era posible que la dejara en libertad.
Sabía que alguien había tratado de matar a Alex Fallon. Qué torpe había sido, qué poco delicado. Ahora ella tenía protección; dos agentes del GBI con vista de lince vigilaban su pequeña casa desde el exterior. Mientras, otro agente, también con vista de lince, montaba la guardia dentro. Sabía que esa noche habría cierta concurrencia en casa de Fallon. Vartanian se estaba acercando.
«Ha tardado lo suyo.»
También sabía que esa noche se armaría la gorda en la pizzería. Tres muertos, y Sheila entre ellos. Sí. Vartanian se estaba acercando.
Los tres que quedaban estaban asustados. Uno de los cuatro ya había muerto, víctima de su propia culpabilidad y su propio miedo. El hecho de que se hubiera salido de la carretera y hubiera muerto a causa de la tremenda explosión resultaba de gran ayuda. Eso demostraba que lo que él creía era cierto: los sólidos pilares de la ciudad eran capaces de hacer caer a uno de los suyos sin pestañear.
Esa noche lo habían hecho con Rhett Porter. Abrió el cajón de su escritorio y sacó el último diario de su hermano. Estaba sin terminar porque cinco años atrás con su hermano Jared habían hecho lo mismo. Sí, él ya sabía que uno de los cuatro había muerto, y al amanecer lo sabría todo Dutton.
Miércoles, 31 de enero, 2.30 horas.
– Bailey.
Bailey había oído a Beardsley susurrar su nombre cinco veces. «Estoy aquí. Por favor, ayúdeme.» Pronunció las palabras mentalmente pero no consiguió que salieran de su boca. Tenía todos los músculos del cuerpo agarrotados y doloridos. «Más.» Necesitaba más. Mierda. Él había hecho que volviera a necesitarlo. Podía irse a la mierda.
– Bailey.
Vio cuatro dedos curvarse por debajo de la pared. Beardsley había abierto un poco más el suelo. Una risa histérica brotó de lo más profundo de su ser. Estaban atrapados y morirían allí, pero por lo menos ahora Beardsley podía agitar la mano para despedirse.
Los dedos desaparecieron.
– Chis. Silencio, Bailey. Si te oye, vendrá.
«Vendrá de todos modos.» Cerró los ojos y suplicó morir.
Miércoles, 31 de enero, 3.15 horas.
Mack subió la escalera en silencio. Creía que allanar la casa de un policía iba a costarle más. Al llegar a la primera planta pasó junto a la imponente vitrina en la que guardaba las armas y le entraron ganas de llevarse lo que tanto anhelaba. Pero esa noche su objetivo era explorar el terreno con sigilo, no llevarse las armas. Si dejaba la vitrina vacía, tal como tenía tentaciones de hacer, no podría mantener en secreto el hecho de que había entrado en la casa. Y por encima de todo quería mantenerlo en secreto.
Había acudido preparado para dejar al hombre fuera de combate con un pañuelo humedecido con cloroformo, pero tuvo suerte. Su presa yacía inconsciente a causa del alcohol, todavía con los zapatos puestos. Con cuidado, le palpó los bolsillos y sonrió al encontrar su móvil. Enseguida anotó el número y todos los de las llamadas emitidas y recibidas.
El hecho de averiguar cómo acceder a ese hombre y poder ponerse en contacto con él de un modo que no le hiciera sospechar nada era una parte importante del plan de Mack. Devolvió el móvil a su bolsillo con tanto cuidado como lo había extraído de él. Miró el reloj. Tenía que darse prisa si quería deshacerse del cadáver de Gemma y empezar el reparto matutino con puntualidad.
Dutton, miércoles, 31 de enero, 5.05 horas.
«Relámpagos y truenos. Te odio. Te odio. Ojalá te mueras.»
Alex se despertó sobresaltada. Le temblaba todo el cuerpo y estaba helada. Se sentó en la cama y se tapó la boca con el dorso de la mano. Hope dormía profundamente. Se aguantó las repentinas ganas de acariciar sus rizos rubios; Hope necesitaba dormir. «Espero que no tenga sueños como los míos.»
Riley, acostado entre ambas, levantó la cabeza y la miró con sus ojos tristones. Alex le acarició el alargado lomo con mano trémula.
– Quédate quieto -susurró, y se levantó de la cama. Se colocó la bata sobre la camisa de dormir, salió del dormitorio y cerró la puerta con cuidado. No quería despertar a Daniel, que dormía en el sofá.
No había querido marcharse a pesar de que los agentes Hatton y Koenig seguían vigilando la casa desde fuera. Se quedó quieta unos instantes mientras se frotaba los brazos para entrar en calor y, al mirarlo, miles de pensamientos le invadieron la mente.
«Es guapo.» De verdad lo era, con su pelo rubio, su mentón resuelto y aquellos ojos azules que podían resultar tan amables como implacables cuando lograban franquear sus mecanismos de defensa.
«Me ha mentido.» No; no en sentido estricto. Sabía cuán difícil debía de haberle resultado saber lo que le había ocurrido a Alicia y no poder decírselo. Saber que de algún modo su sangre era responsable de lo ocurrido.
«Te veré en el infierno, Simon.» Al menos Wade no era de su sangre. Recordó la forma en que la forzó a abrirse de piernas en aquella fiesta, hacía tanto tiempo. Creía que ella era Alicia. Alex recordaba la cara de auténtica incredulidad que había puesto cuando le dijo que no.
«¿Significa eso que Alicia en mi misma situación habría accedido?» La idea resultaba demasiado perturbadora unida a todas las demás que bombardeaban su mente. Alex sabía que Alicia mantenía relaciones sexuales, y creía saber con quién, pero… «¿Con Wade?» El mero hecho de imaginarlo le ponía la carne de gallina. ¿Qué tipo de chica era Alicia en realidad?
«¿Qué especie de monstruo era Wade?» Pensó en las fotografías que había visto, morbosas y horripilantes. Wade había violado a aquellas chicas. Había vivido bajo el mismo techo que él durante años y nunca sospechó que fuera capaz de algo tan… perverso. Tan cruel.