Выбрать главу

– Rhett era uno de los amigos de Wade -explicó Alex-. Su padre era el propietario de todos los concesionarios de coches de la zona. Wade trabajaba para él vendiendo coches.

– Rhett también era hermano de los dos chicos que descubrieron el cadáver de Alicia -añadió Daniel.

Hatton arqueó las cejas.

– ¿Será casualidad?

Daniel negó con la cabeza.

– En esta ciudad nada sucede por casualidad.

– Me pregunto cómo habrá conseguido Woolf la exclusiva esta vez -dijo Meredith-. En las noticias no lo han dicho, y tampoco sale nada en internet. Justo estaba conectada, consultando el correo.

Al decir eso último dirigió a Alex una mirada penetrante, y esta comprendió que no solo estaba despierta sino que se había enterado de todo el episodio del sofá.

Con las mejillas encendidas, Daniel se abrochó la camisa.

– Tengo que ir a hablar con el señor Woolf.

– Yo me quedaré dentro de la casa con las señoritas Fallon -se ofreció Hatton.

– Y yo iré a preparar café -dijo Alex-. Lo necesito.

Meredith la siguió hasta la cocina con una sonrisita.

– Yo necesito un cigarrillo -musitó.

Alex se la quedó mirando. Ninguna de las dos fumaba.

– No se te ocurra abrir la boca.

Meredith se rió entre dientes.

– Cuando decides permitirte un desliz, no te andas con chiquitas.

Dutton, miércoles, 31 de enero, 5.55 horas.

Daniel enfilaba Main Street cuando vio encenderse una luz en la ventana de las oficinas del Dutton Review. Su intuición le decía que se contuviera, así que estacionó el coche detrás de un seto, apagó los faros y aguardó. Al cabo de unos minutos Jim Woolf salió en su coche de detrás del edificio y pasó junto a Daniel. También tenía los faros apagados.

Daniel sacó el móvil y llamó a Chase.

– ¿Qué pasa? -preguntó Chase de mal humor.

– A Woolf le han ido otra vez con el soplo. Un hombre de Dutton ha muerto al salirse de la carretera. He venido a verlo a la oficina para interrogarlo pero al parecer vuelve a tocarle paseo matutino.

– Mierda -masculló Chase-. ¿Hacia dónde va?

– Hacia el este.

Miércoles, 31 de enero, 6.00 horas.

«No, no, no, no, no…» Bailey se mecía; el dolor provocado por los cabezazos contra la pared aliviaba el odio y la repugnancia que le hacían desear morir.

– Bailey, para -le ordenó Beardsley con un susurro, pero Bailey no lo escuchaba.

«Pum, pum, pum.» La cabeza iba a estallarle de dolor, y le estaba bien merecido. Merecía el dolor. Merecía la muerte.

– Bailey. -Beardsley introdujo la mano por debajo de la pared, le aferró la muñeca y se la estrechó con fuerza-. Te he dicho que pares.

Bailey bajó la cabeza y enterró el mentón entre las rodillas.

– Váyase.

– Bailey. -No pensaba marcharse-. ¿Qué ha ocurrido?

Ella miró la sucia mano que la sujetaba con gesto férreo por la muñeca.

– Se lo he dicho -escupió-. ¿De acuerdo? Se lo he dicho.

– No puedes culparte por eso. Has resistido más que muchos soldados.

Era la heroína, pensó ella con pesadumbre en un torbellino de náuseas y confusión. Él había sostenido la jeringa fuera de su alcance y ella la quería… la necesitaba. La ansiaba hasta un punto en el que no le importaba nada más.

– Qué he hecho -susurró.

– ¿Qué le has dicho, Bailey?

– He intentado mentir, pero se ha dado cuenta. Sabe que no la tengo en casa. -Y cada vez que mentía él se liaba a darle golpes y patadas, y a escupirle. Aun así lo había resistido. Hasta que le pinchó.

Ahora todo daba igual. Ya nada importaba.

– ¿Dónde la tienes? Estaba muy cansada.

– Se la di a Alex. -Trató de tragar saliva, pero tenía la garganta demasiado seca. Trató de llorar, pero no le quedaba agua en el cuerpo-. Ahora irá por ella, y ella tiene a Hope. Me matará, y probablemente a usted también. Ya no nos necesita.

– A mí no me matará. Cree que escribí la confesión de Wade y que luego la escondí.

– ¿Y lo hizo?

– No, pero así gano tiempo. A ti también te mantendrá con vida hasta que compruebe que lo que le has contado es cierto.

– Da igual. Ojalá me hubiera matado antes.

– No digas eso. Saldremos de aquí.

Ella echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en la pared.

– No, no saldremos.

– Sí, sí que saldremos. Pero tienes que ayudarme, Bailey. -Le clavó los dedos en la muñeca-. Ayúdame. Hazlo por tu hija y por todas las chicas que oyes llorar por la noche.

Bailey vaciló.

– ¿Usted también las oye? Creía que estaba perdiendo la chaveta.

– No. Vi a una de las chicas cuando me sacó para llevarme a su sala.

«Su sala», el lugar donde la había torturado durante días enteros.

– ¿Quién es? La chica.

– No lo sé, pero es joven. Debe de tener unos quince años.

– ¿Para qué las tiene aquí?

– ¿A ti qué te parece, Bailey? -repuso él en tono grave.

– Dios mío. ¿Cuántas chicas hay?

– En ese pasillo hay doce puertas, las he contado. Ahora ayúdame. Hazlo por esas chicas y por Hope.

Bailey exhaló un suspiro que le desgarró el cuerpo y el alma.

– ¿Qué quiere que haga?

Él le soltó la muñeca y entrelazó los dedos con los suyos.

– Buena chica.

Capítulo 14

Dutton, miércoles, 31 de enero, 6.15 horas.

– ¿Le sirvo un poco más de café, agente Hatton? -preguntó Alex. Él estaba sentado a la mesa, se le veía tranquilo y sosegado. Su compañero se había marchado con Daniel.

Hatton negó con la cabeza.

– No, señora. Mi mujer solo me deja tomar una taza al día.

Alex arqueó las cejas.

– ¿Escucha a su mujer? ¿De verdad? Muy pocos hombres de los que vienen a urgencias lo hacen. Precisamente por eso acaban en urgencias.

Él asintió con seriedad.

– Yo escucho todo lo que me dice.

– ¿Y, además de escucharla, le hace caso? -bromeó Meredith desde la cocina.

Hatton esbozó una sonrisa burlona.

– Ya le he dicho que escucho todo lo que me dice.

– Me lo imaginaba -concluyó Meredith, y le llenó la taza de todos modos.

Hatton saludó a Meredith levantando la taza y volvió a dejarla en la mesa.

– Hola.

Hope estaba de pie en la puerta de su dormitorio y miraba a Hatton.

– Este es el agente Hatton. -Alex tomó a Hope de la mano-. Agente Hatton, esta es mi sobrina Hope. -Alex observó cómo Hope tocaba la barba suave y gris de Hatton.

Éste se inclinó hacia delante para que Hope llegara mejor.

– Todo el mundo dice que con la barba me parezco a Santa Claus -dijo. Extendió los brazos y, para sorpresa de Alex, Hope se subió a su regazo. Empezó a acariciarle la barba con las palmas de las manos.

Meredith soltó un pequeño gemido.

– Otra vez no.

Alex miró a Hatton con impotencia.

– Hope tiene tendencia a obsesionarse con las cosas.

– Bueno, no está haciendo nada malo así que de momento déjela -accedió Hatton, y se ganó la simpatía de Alex de por vida.

Alex se sentó junto a ellos.

– ¿Tiene hijos, agente Hatton?

– Seis hijas. La mayor tiene dieciocho años y la pequeña, ocho.

Meredith miró el órgano y luego se volvió hacia Alex.

– Puede que él conozca la canción.

– No quiero que vuelva a empezar con eso -dijo Alex, y suspiró-. Vale, tenemos que intentarlo.

– ¿Qué canción? -preguntó Hatton.

Meredith la tarareó y Hatton frunció el entrecejo.

– Lo siento, señoritas, no puedo ayudarlas. -Miró el reloj-. Vartanian me ha dicho que tenían que encontrarse con la doctora McCrady y los retratistas a las ocho. Tenemos que empezar a ponernos en marcha.