Pensó en Alex. No era más que una niña cuando Wade la agredió, aunque ella no quisiera reconocerlo. Un odio primario lo encendió por dentro y se alegró de que Wade Crighton estuviera muerto. Los cabrones como Wade y los rapaces que Luke perseguía hacían mucho más daño a sus víctimas que el meramente físico. Les robaban la confianza, la inocencia.
Daniel pensó en el aspecto que tenía Alex la noche anterior; se la veía frágil y vulnerable. Se estremeció al recordarlo. Aquella relación íntima había sido la más extraordinaria de su vida. El estar con ella lo había convulsionado hasta los cimientos mismos de su ser y la idea de perderla lo asustaba muchísimo.
Tenía que detener aquella locura. Tenía que detenerla ya. «Ponte a trabajar, Vartanian.»
Chase, Ed, Hatton y Koenig se acomodaron junto a él en la mesa con tazas de café en las manos y aspecto sombrío.
– Aquí tienes -dijo Chase, ofreciéndole una taza de café-. Es fuerte.
Daniel dio un sorbo y crispó el rostro.
– La víctima número tres es Gemma Martin, de veintiún años. Tres coincidencias para tres víctimas. Las tres se criaron en Dutton, las tres se graduaron en la academia Bryson y las tres lo hicieron el mismo año. Gemma vivía con su abuela. La mujer ha empezado a preocuparse al ver que no bajaba a desayunar y cuando ha subido a su dormitorio y ha encontrado la cama sin deshacer nos ha avisado.
– Le hemos identificado por las huellas dactilares -explicó Ed-. El escenario del crimen era idéntico a los anteriores, incluso en lo de la llave y el pelo atados al dedo del pie.
– Quiero saber dónde la asaltó -dijo Chase-. ¿Dónde estuvo Gemma anoche?
– Le dijo a su abuela que no se encontraba bien y que se acostaría temprano, pero según la mujer Gemma mentía a menudo. Su Corvette no está en el aparcamiento. Empezaremos por investigar los lugares que frecuentaba.
– ¿Qué hay de las grabaciones del establecimiento donde Janet alquiló la furgoneta? -preguntó Chase.
– Las dejé en el laboratorio anoche, cuando traje a Hope para que Mary la viera. ¿Ed?
– Uno de los técnicos se ha pasado toda la noche revisándolas -respondió Ed, y deslizó una fotografía sobre la mesa-. Hemos tenido mucha suerte. ¿Os suena?
Daniel tomó la foto.
– Es el chico que compró las mantas.
– Esta vez tampoco ha intentado pasar desapercibido. Tenía las llaves del Z4 de Janet.
– ¿Y no tenéis ni idea de quién es?-preguntó Chase.
– Hemos colgado su foto en el parasol de todos los coches patrulla de la ciudad, Chase -explicó Ed-. Lo próximo será pasarla a los informativos para que la difundan por televisión.
Daniel miró a Chase.
– Si hacemos eso, puede que desaparezca.
– Creo que tenemos que correr ese riesgo -opinó Chase-. Hacedlo. ¿Qué más?
– Necesitamos los anuarios de las escuelas -dijo Daniel-. Nos servirán para identificar a las mujeres de las fotografías.
– Ya he empezado con eso -dijo Chase-. Le he pedido a Leigh que llame a todos los institutos en un radio de treinta kilómetros de Dutton y les pida los anuarios de los últimos trece años.
Ed se recostó en el asiento, perplejo.
– ¿Por qué de hace trece años? Entonces Janet, Claudia y Gemma tenían nueve, todavía no iban al instituto.
– Yo os lo explicaré. -Daniel sacó de su maletín las fotografías hechas por Simon y contó al resto del equipo la versión de la historia que la noche anterior Chase y él habían convenido.
– Daniel entregó las fotos a la policía de Filadelfia -explicó Chase-. El detective que se encarga del caso es muy eficiente y a primera hora de la mañana las ha escaneado y nos las ha enviado por email. Los originales llegarán por correo postal.
Daniel se sentía fatal por que Vito Ciccotelli hubiera tenido que escanear y enviar las fotos, pero había sido completamente sincero con él cuando hablaron por teléfono la noche anterior. Vito se ofreció enseguida a escanear las fotografías, Daniel no tuvo ni que pedírselo.
Vito había rechazado cualquier gesto de agradecimiento escudándose en que Daniel le había regalado algo mucho más preciado: lo había ayudado a salvarle la vida a su novia, Sophie. Daniel pensó en Alex y comprendió que Vito considerara aquello lo mejor que le había pasado en la vida.
Ed sacudió la cabeza.
– De acuerdo. O sea que Simon tenía esas fotos, incluida la de Alicia Tremaine y la de la camarera a quien mataron anoche, Sheila Cunningham.
– Sí. Alex ha conseguido identificar a cuatro chicas más. Una está muerta, se suicidó. A las otras tenemos que identificarlas mediante las fotos de las escuelas locales. Para eso queremos los anuarios.
Ed dio un resoplido.
– Se te da bien complicar las cosas, Vartanian.
– Pues te aseguro que no es mi intención -masculló Daniel-. ¿Qué más tenemos?
Hatton se acarició la barba con aire distraído.
– La monja del centro de acogida. La hermana Anne.
A Daniel le dio un vuelco el estómago.
– Por favor, no me digas que está muerta.
– No, no está muerta -dijo Hatton-. Pero casi. Los policías que fueron a verla anoche no la encontraron en el centro de acogida y tampoco contestaba en casa. No sabían que la vida de la mujer corría peligro, solo sabían que tú la buscabas, y no entraron en el piso.
– ¿Y esta mañana? -preguntó Daniel en tono grave.
– Cuando los he llamado he insistido en que el asunto era importante. -Hatton hablaba con voz tranquila pero sus ojos denotaban que no lo estaba-. Han echado la puerta abajo y la han encontrado allí. Le habían dado una paliza. Al parecer alguien entró por la ventana. La han llevado al hospital provincial hace una hora, me han dicho que estaba inconsciente y eso es todo cuanto sé.
– ¿Lo sabe Alex?-preguntó Daniel.
– Todavía no. Pensaba que querrías decírselo tú.
Daniel asintió, aunque la idea lo horrorizaba.
– Yo se lo diré. ¿Qué sabes del peluquero, Desmond?
– Está bien. No ha recibido ninguna visita ni ninguna llamada; no hay problema.
– Por lo menos no tengo que darle dos malas noticias.
– Así… -Chase tamborileó sobre la mesa-. Nuestro único testigo es una niña de cuatro años que no habla.
– En estos momentos Hope está con McCrady y con el retratista forense -explicó Daniel.
– Ha hablado -anunció Hatton-. Ha dicho una palabra. Me ha llamado «yayo». Parece que su abuelo tiene una barba como la mía.
Daniel frunció el entrecejo.
– O sea que Bailey lo encontró.
– ¿Lo sabe McCrady? -preguntó Chase.
– Sí. -Hatton miró a Daniel-. También hay algo relacionado con una varita mágica.
– Por el amor de Dios -musitó Chase.
– Chase -lo acalló Daniel, exasperado-. ¿Qué pasa con la varita mágica? -preguntó a Hatton.
– La señorita Fallon dice que las dos veces que han pronunciado «varita mágica» Hope ha dejado lo que estaba haciendo y se ha mostrado asustada. Ni siquiera la señorita Fallon sabe lo que significa. Creo que deberíamos buscar al padre de Bailey. Puedo hacer una batida por las calles si queréis. He conseguido la fotografía del último permiso de conducir de Craig Crighton. Es de hace quince años, pero no tenemos nada mejor.
– ¿Hace quince años que no renueva el permiso de conducir? -se extrañó Daniel.
– Caducó dos años después de la muerte de Alicia -dijo Hatton-. ¿Queréis que le siga la pista?
– Si gracias. ¿Qué más?
– ¿Qué hay de Woolf, el trepador? -quiso saber Koenig.