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– Dios mío.

– ¿Quién es?

Daniel se volvió de golpe a mirar a Luke, tenía el pulso acelerado.

– La conozco, eso es todo.

Pero su voz denotaba desesperación. Sí, Daniel la conocía. El rostro de esa chica lo atormentaba en sueños desde hacía años, al igual que los de las demás víctimas. Durante años había albergado la esperanza de que las imágenes fueran falsas, fotografías retocadas. Durante años había temido que fueran reales. Que estuvieran muertas. Ahora tenía la certeza de que lo estaban. Ahora una de las víctimas anónimas tenía nombre: Alicia Tremaine.

– ¿De qué la conoces? -El tono de Luke no permitía eludir la respuesta-. ¿Daniel?

Daniel se calmó.

– Los dos vivíamos en Dutton. Es lógico que la conociera.

Luke apretó la mandíbula.

– Antes has dicho «la conozco»; en presente, no en pasado.

Una oleada de ira anuló en parte la sorpresa inicial.

– ¿Dudas de mi palabra, Luke?

– Sí, porque no estás siendo sincero conmigo. Parece que hayas visto un fantasma.

– Lo he visto.

Daniel observó el rostro de la chica. Era guapa. La espesa melena color caramelo caía suelta sobre sus hombros y en sus ojos chispeaba un brillo entre travieso y juguetón. Ahora estaba muerta.

– ¿Quién es, Daniel? -volvió a preguntar Luke con voz más calmada-. ¿Una antigua novia?

– No. -Daniel dejó caer los hombros y su barbilla bajó hasta el pecho-. No llegué a conocerla en persona.

– Sin embargo sabes quién es -replicó Luke con cautela-. ¿Cómo es eso?

Daniel se irguió y se situó tras la barra de la esquina de su sala de estar. A continuación descolgó de la pared la réplica del cuadro Perros jugando al póquer, de Coolidge, y dejó al descubierto la caja fuerte. Con el rabillo del ojo, vio que Luke arqueaba las cejas.

– ¿Tienes una caja fuerte? -preguntó Luke.

– Cosas de la familia Vartanian -dijo Daniel con humor negro; tenía la esperanza de que esa fuera la única tendencia heredada de su padre. Marcó la combinación y extrajo el sobre que había guardado al volver de Filadelfia la semana anterior. De entre el montón de fotografías, separó la de Alicia Tremaine y se la entregó a Luke.

Luke se estremeció.

– Dios mío, es ella. -Levantó la cabeza, horrorizado-. ¿Quién es el hombre?

Daniel sacudió la cabeza.

– No lo sé.

A Luke se le encendió la mirada.

– Esto es de muy mal gusto, Daniel. ¿De dónde lo has sacado?

– De mi madre -dijo Daniel con amargura.

Luke abrió la boca y volvió a cerrarla.

– De tu madre -repitió Luke con prudencia.

Daniel se sentó con aire cansino.

– Las fotos vienen de mi madre, que las…

Luke levantó la mano.

– Espera. ¿Has dicho «fotos»? ¿Qué más hay en ese sobre?

– Más de lo mismo. Otras chicas, otros hombres.

– A esta parece que la hayan drogado.

– A todas. No hay ni una despierta. Son quince en total, eso sin contar las fotos que a todas luces son recortes de revistas.

– Quince. -Luke exhaló un suspiro-. Cuéntame, ¿cómo te las dio tu madre?

– Más bien me las dejó. Antes las tenía mi padre y…

Luke abrió mucho los ojos y Daniel suspiró.

– Tal vez debería empezar por el principio.

– Sería lo mejor, creo yo.

– Yo sabía algunas cosas, mi hermana Susannah sabía otras. No las pusimos en común hasta la semana pasada, después de la muerte de Simon.

– ¿Tu hermana también sabe lo de las fotos?

Daniel recordó la mirada angustiada de Susannah.

– Eso es.

Susannah sabía muchas más cosas de las que le había contado, de eso Daniel estaba seguro, igual que estaba seguro de que su hermana había sufrido a manos de Simon. Esperaba que se lo contara a su debido tiempo.

– ¿Quién más lo sabe?

– La policía de Filadelfia. Entregué unas copias al detective Vito Ciccotelli. En ese momento pensé que formaban parte del caso que llevaba. -Daniel se inclinó hacia delante con los codos sobre las rodillas y fijó la mirada en el rostro de Alicia Tremaine-. Las fotos pertenecían originalmente a Simon, por lo menos que yo sepa. Supe que eran suyas antes de que él muriera. -Dirigió una mirada a Luke-. La primera vez que murió.

– Hace doce años -añadió Luke, luego se encogió de hombros-. Mi madre lo leyó en el periódico.

Daniel apretó los labios.

– Mamá Papa y muchas de sus mejores amigas. No importa. Mi padre encontró esas fotografías, luego echó a Simon de casa y le dijo que si algún día volvía por allí lo denunciaría a la policía. Simon acababa de cumplir dieciocho años.

– Tu padre. El juez. Lo dejó marcharse como si tal cosa.

– El bueno de papá. Le preocupaba perder las elecciones si las fotografías salían a la luz.

– Sin embargo las guardó. ¿Por qué?

– Papá no quería que Simon regresara jamás, así que se quedó las fotos como garantía, para chantajearlo. Pocos días después mi padre le contó a mi madre que había recibido una llamada y que Simon había muerto en un accidente de coche en México. Mi padre viajó hasta allí, trasladó el cuerpo de Simon a casa y lo enterró en el panteón familiar.

– Pero el cadáver era de un hombre sin identificar que medía casi treinta centímetros menos que Simon. -Luke volvió a encogerse de hombros-. El artículo estaba muy bien, era muy minucioso. Así, ¿cómo llegaron las fotos a manos de tu madre?

– La primera vez las encontró en la caja fuerte de mi padre. Eso fue hace once años, un año después de la supuesta muerte de Simon. Descubrió las fotografías y unos cuantos dibujos que Simon había hecho a partir de ellas. Mi madre rara vez lloraba, pero esas fotos le arrancaron lágrimas. Así me la encontré.

– Y viste las fotos.

– Solo las vi de pasada, lo justo para sospechar que al menos algunas eran reales. Pero entonces llegó mi padre, se enfadó mucho. Tuvo que reconocer que hacía un año que las guardaba. Yo propuse entregarlas a la policía, pero mi padre se negó. Dijo que eso mancharía el nombre de la familia y que de todos modos Simon ya estaba muerto, así que ¿de qué iba a servir?

Luke frunció el entrecejo.

– ¿Que de qué iba a servir? Tal vez para hacer justicia a las víctimas. Para eso, ¿no te parece?

– Pues claro. Pero cuando intenté llevárselas a la policía, nos las tuvimos. -Daniel cerró los puños mientras lo recordaba-. Estuve a punto de pegarle, me puse muy furioso.

– ¿Qué hiciste después? -preguntó Luke en tono quedo.

– Me fui de casa para tranquilizarme, pero cuando volví mi padre había quemado las fotografías en la chimenea. No quedó ninguna.

– Está claro que sí que quedó alguna -dijo Luke señalando el sobre.

– Debía de guardar copias en alguna otra parte. Yo me quedé atónito. Mi madre me dijo que era lo mejor y mi padre se limitó a quedarse allí plantado con aire de superioridad. Perdí los nervios y le pegué. Lo tiré al suelo. Tuvimos una pelea horrible. Yo estaba saliendo por la puerta principal cuando Susannah entró por detrás. Se había perdido el motivo de nuestra pelea y no quise contárselo, solo tenía diecisiete años. Pero al parecer sabía más de lo que yo imaginaba. Si hubiéramos hablado entonces… -Daniel recordó los diecisiete cadáveres que Simon había dejado en Filadelfia-. Quién sabe lo que podríamos haber evitado.

– ¿Se lo contaste a alguien?

Daniel se encogió de hombros, indignado consigo mismo.

– ¿Qué iba a contar? No tenía ninguna prueba y se trataba de mi palabra contra la de un juez. Mi hermana no había visto ninguna de las fotos y mi madre nunca se hubiera puesto en contra de mi padre. Así que no dije nada y desde entonces siempre lo he lamentado.