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Con cierta ironía, Jim Neilson la observaba considerar su ofrecimiento.

– ¿Qué crees que vas a comprar a mi costa si acepto? -preguntó ella con cautela.

– Tiempo.

Beth sabía que no conseguiría nada más de él así como estaban las cosas. Hasta donde podía ver, no tenía nada importante que perder si le acompañaba, pero sí mucho que ganar.

– De acuerdo. Discúlpame un momento mientras hablo con la tía Em.

Beth sintió su ardiente mirada en la espalda cuando se alejaba. ¿La estaba desnudando otra vez y recordando su cuerpo apoyado en la ventana? ¿Qué es lo que realmente quería de ella? Una sola cosa tenía clara en la cabeza.

Jim Neilson quería algo de ella, e intentaba utilizar el tiempo que había ganado con su consentimiento.

Capítulo 8

JIM quería matarla.

Quería hacer añicos su frío control y dejarlo convertido en un montón de fragmentos irrecuperables. Quería arrojarla al suelo y utilizarla como ella lo había utilizado a él para conseguir un pedazo de terreno.

La odiaba por ser la clase de mujer que era, en vez de… Pero esa Beth ya no existía, se obligó a recordarlo con rabia. No permitiría que esa lagarta lo fastidiara más. ¿Por qué demonios no le había metido los papeles en la mano largándose de allí sin más?

Fue una estupidez prolongar el asunto.

Desviando la mirada del rostro de Beth, puso los documentos en el asiento del conductor, cerró el coche con llave y se fue a la orilla del riachuelo, empujado por la necesidad de caminar hasta que se calmaran los violentos sentimientos que ella le provocaba.

Todavía ardía de rabia por el modo en que lo había mirado cuando llegó a la granja, igual que a un semental al que se ignora después de haber prestado sus servicios.

¡Muy bien, tendría que esperar un rato antes de conseguir lo que quería!

No pensaba seguir haciendo el tonto.

Aunque ella le había hecho un favor. Había destrozado su sueño de Beth de una vez para siempre.

Ya no volvería a obsesionarle.

Capítulo 9

¡TIEMPO!

Beth se indignó por no haber previsto las intenciones ocultas de Neilson al invitarla a Sidney. ¡Pensaba tomarse su tiempo! La estaba haciendo esperar deliberadamente, sabiendo que no tenía otra alternativa, puesto que la tía Em ya se había ido.

Furiosa lo vio paseando distraídamente por la orilla del riachuelo, bajo el rojo gomero. Ni por un momento pensó que Jim se entregaba a los recuerdos de los buenos tiempos que juntos habían pasado allí cuando eran niños.

Se quedó junto al Porsche. Las puertas estaban cerradas con llave, así que no podía sentarse dentro del coche. Los documentos de venta de la subasta estaban en el asiento del conductor, un recuerdo tentador de la razón de su presencia allí. Sin duda que Jim Neilson sabía cómo apretar las tuercas. Pero no se prestaría a jugar su juego. Podía cansarse de llamarla para que lo acompañara en su paseo. No iría.

Observó que los coches se marchaban uno a uno. La idea de quedarse sola con Jim Neilson no la atraía en absoluto.

No le temía, sino que se sentía más vulnerable de lo que le hubiera gustado creer. No podía negar la existencia de una fuerte atracción, y le perturbaba el hecho de que el tuviera el poder de despertar ciertas sensaciones que preferiría ignorar.

Cuando el último coche desapareció, Beth tuvo que combatir el sentimiento de opresión que se apoderó de ella. Estaba sola. Y Jim Neilson tumbado en la hierba con las manos detrás de la nuca, miraba tranquilamente al cielo, en paz consigo mismo.

Buscando algo que hacer, se dirigió a la casa. Otra vez volvía a ser una casa abandonada. La observó desde todos los ángulos, recordando cómo había sido. ¿No sería el trabajo de reparación una carga excesiva para su padre? ¿No se sentiría más deprimido a la vista del abandono en que se encontraba, o por el contrario, como dijo la tía Em, podría hacer surgir su espíritu de lucha?

Por lo menos los tanques de agua estaban intactos. Para refrescarse un poco, se lavó las manos y la cara bajo el grifo. Había sido un día largo y agotador. Y no tenía trazas de acabar.

Después de dar vueltas en tomo a la casa, se sentó en la escalinata, intentando relajarse. No pensaba quedarse de pie junto al coche, dando muestras de impaciencia ante la calma de Jim Neilson. Tarde o temprano tendría que moverse y ella se reuniría con él en el vehículo.

El tiempo se arrastraba lentamente. Beth empezó a preguntarse si no se habría quedado dormido, amparado en la tibieza de la tarde y del pacífico silencio del campo. No habían dormido mucho la noche pasada. Se estremeció al recordar el modo en que habían llenado esas horas, sin darse un respiro.

Beth dejó escapar un hondo suspiro para aliviar la tensión que sentía en el pecho. Jim ya no tenía las manos bajo la nuca. Sus brazos descansaban a sus costados. No parecía peligroso en esa postura. Quizá había sido injusta con él al pensar que estaba empleando una táctica para molestarla. Tal vez tendría necesidad de cerrar los ojos durante un rato antes de partir a Sidney. La fatiga era muy peligrosa en la carretera.

Miró su reloj. Había pasado una hora desde que se habían quedado solos. El duro escalón de madera la había dejado dolorida. Decidió que no sería una muestra de debilidad bajar hasta la orilla del río. De hecho, era perfectamente razonable despertarle si se había quedado dormido. El sol empezaba a ponerse. No lo creía capaz de hacerla esperar durante horas, especialmente cuando ya empezaba a oscurecer.

Apenas se removió cuando ella se acercó a mirarlo. Estaba profundamente dormido. Lo contempló un rato, reconociendo los rasgos de Jamie en el rostro del adulto y sintiendo a la vez una extraña mezcla de emociones. Un extraño íntimamente conocido, pensaba, deseando que hubiese alguna manera de volver a vivir la hermosa comunicación que una vez habían compartido.

El se había enrollado las mangas de la camisa. Impulsivamente se inclinó, y tomando una brizna de hierba, la deslizó por la parte interna del brazo del hombre, sonriendo ante su niñería. Siempre tendría tiempo para tirarla antes de que abriera los ojos, y nunca sabría qué era lo que lo había despertado.

Jim se movió tan rápida e inesperadamente, que Beth perdió el equilibrio cayendo sobre él, y antes de que pudiera reaccionar, los brazos del hombre le rodearon la cintura y ambos rodaron atrapados por la larga falda, hasta que al fin se quedaron quietos, la cara de Jim sobre la de ella.

– Cómo recuerdo esto -murmuró con voz ronca, antes de besarla.

Instintivamente Beth se defendió de la invasión atormentadora, apretando los dientes, negándole la entrada en su boca. Pero él no intentó besarla de esa manera. Sus labios atraían los suyos con pequeños y suaves mordiscos.

Ella intentó luchar contra su propia confusión. No podía permitirle esas libertades. Su pecho la aplastaba, impidiéndole respirar. Sus manos estaban sujetas entre ambos cuerpos, muy cerca de la ingle del hombre. Estaba demasiado consciente de esa parte de su anatomía. Imposible mover las piernas atrapadas en los pliegues de la falda.

– He estado deseando volver saborearte durante todo el día -murmuró Jim.

– ¡Apártate de mí! -exclamó furiosa.

El hizo una mueca, con los ojos brillantes de divertida maldad.

– Eres mucho más suave que el suelo, Beth. Si no hubieses deseado esto, no me habrías despertado con una caricia.

La mirada del hombre se detuvo otra vez en su boca y volvió a besarla, pero esta vez intensa e íntimamente, derribando sus defensas.

Un impulso salvaje y primitivo la obligó a responderle con apasionada furia.

El la puso a horcajadas sobre su cuerpo. Por un momento pudo respirar y comenzó a desenredar la falda de sus piernas, pero las manos masculinas ya le abrían la camisa dejando los hombros al descubierto. Luego le quitó el sujetador, deslizando los tirantes por los brazos.