– El sentido de buscar una oportunidad para recuperar lo que se perdió.
– Le conté a Jim que le habías escrito muchas veces, Beth -dijo su padre, volviendo con el café-. Me dijo que nunca recibió tus cartas. El viejo Jorgen debe haberlas retenido, el bastardo. Le expliqué que ya no volviste a escribir tras recibir una nota de la señora Hutchens informando que Jamie se había marchado del valle y que nadie conocía su paradero.
Pero él sabía dónde estaba la familia Delaney, y le había importado un bledo. Ella le había dado la dirección de Melbourne antes de marcharse del valle. Sin duda la habría perdido con tantos cambios.
– Bueno, esa ya es una historia vieja. Cuéntame acerca de los planes para la granja, papá.
Tom se sentó. Parecía tener diez años menos. No podía dejar de sonreír y los ojos le brillaban de alegría.
– Es muy sencillo. Haremos una sociedad con Jim. El se va a encargar del aspecto financiero y yo me encargaré de dirigir y colaborar en las obras de reparación. Todavía funciono como un reloj, así que no habrá problemas por mi parte.
Los largos años de duro trabajo en los astilleros de Melbourne lo habían mantenido en muy buena forma. Era su salud mental lo que preocupaba a Beth. Tras haber cumplido los cincuenta y cinco y jubilarse, pareció que sólo esperaba la muerte. Se había hundido en una gran depresión, agravada por la pérdida de Kevin, sin encontrar alegría en nada.
Al verlo tan contento, se le hizo un nudo en la garganta. Era como un milagro. La amarga ironía consistía en que Jim Neilson se llevaría los laureles por algo que ella había soñado poder ofrecer a su padre.
¡La idea había sido suya y de nadie más!
– ¿Papá tiene que aportar dinero a la sociedad?
– No. La obra en sí supone un gran trabajo. Me temo que la casa es una ruina. Prácticamente habrá que repararlo todo. Para empezar, hay que reemplazar las cercas. Tu padre se llevará un disgusto cuando la vuelva a ver.
– No te preocupes por eso, Jim. Será la visión más bonita que haya tenido en muchos años -intervino el padre entusiasmado.
A Beth se le hizo un nudo en el estómago. Si Jim estaba jugando, el asunto se ponía muy serio. Además se sentía muy contrariada de tener que hacer de abogado del diablo, pero tenía que proteger a su padre.
– ¿Esto será una sociedad formalizada legalmente?
– Absolutamente legal -aseveró Jim Neilson.
– No me gustaría desarraigar a papá de su vida en Melbourne corriendo el riesgo de que cambies de opinión en un mes o dos. Los impulsos pueden desaparecer con la misma rapidez con que nacieron. A veces la gente se desilusiona al no obtener los resultados deseados -le advirtió significativamente.
– Mensaje recibido, Beth -dijo observando la mirada desafiante de ella con ecuanimidad-. No cambiaré de idea. Sé lo que la granja significa para tu padre y sé lo que significa para mí. Mañana le daré instrucciones a mi abogado para que formalice legalmente la sociedad. Además dejaré constancia en mi testamento de que si muero antes, él heredará mi parte de la propiedad.
La absoluta convicción con que expresaba su decisión, dejó muy sorprendida a Beth. La resolución estaba escrita en su rostro y empezó a preguntarse si no lo guiaría un sentido de culpa más que un deseo impetuoso.
– Eso es muy generoso de tu parte -dijo sin gran confianza.
– Es sólo un acto de justicia… dadas las circunstancias.
Jim Neilson había cometido varias injusticias contra ella. ¿Era esa su manera de reparar los daños?
– Comprendo…
– Es preciso completar todas las formalidades legales antes de que tu padre se traslade al valle -prosiguió, aclarando las dudas de Beth sobre aquel pacto tan extraordinario-. Tu abogado puede revisar todos los procedimientos legales. Además te ruego que te sientas en plena libertad de cuestionar cualquier aspecto de los acuerdos adoptados. No seguiré adelante con el proyecto hasta que no quede a tu entera satisfacción.
– Lo hemos hablado a fondo, Beth -intervino el padre-. Para empezar, Jim va a instalar una caravana en la propiedad. Así tendremos un lugar donde vivir hasta que la casa quede totalmente habitable. Y yo procuraré que eso ocurra cuanto antes.
Beth alzó una ceja con incredulidad, mirando a Jim.
– ¿Tú también vivirás allí?
– No, no -rió su padre-. Es para ti y para mí, Beth. Jim está demasiado atado con sus negocios y no podré contar con él todo el tiempo. Por eso me necesita como jefe de obras.
– Ya veo -murmuró Beth bajando los ojos para ocultar su desconfianza.
Sintió que se le tensaban todos los músculos del cuerpo. Ambos daban por sentado que acompañaría a su padre al valle. Y naturalmente que el socio de su padre tendría todo el derecho de ir a la granja cuando quisiera.
De pronto se le ocurrió que esa sociedad nada tenía que ver con culpas, ni con generosidad, ni con el romanticismo de volver a construir lo que se había destruido. Nada que ver con Tom Delaney o con la granja, en absoluto. Tenía que ver con el hecho de estar disponible para Jim Neilson cuando a él le apeteciera. Simplemente era una manera diferente de acercarse, una manipulación muy inteligente a través de su padre para dejar sellada la situación entre ellos, contando con el amor filial como cómplice. Según las propias palabras de Jim Neilson, psicológicamente brillante. Con la salvedad de que ella no estaba obligada a jugar ese juego.
– ¿Hay algún problema, Beth?
El ansia en la voz de Tom sonaba como el ruego de no estropearle su sueño más querido. Pero ella también tenía una vida, y había renunciado a muchas cosas por su familia. El pasado había desaparecido para ella.
Acariciando la mano de su padre, sus ojos le rogaron que la comprendiera.
– Estoy muy contenta por ti, papá. Pienso que sientes que eso es lo que hay que hacer, y me alegro mucho de que lo veas tan claramente. Pero no estoy muy segura de que sea lo mejor para mí.
El frunció el ceño, incapaz de imaginar qué reservas podría tener su hija.
– ¿Por qué no, hija?
Ella no tenía la menor intención de discutir sus sentimientos personales ante Jim Neilson.
– Déjame pensarlo, ¿quieres? Todo ha sido tan repentino -dijo sonriéndole.
– Yo sólo pensaba que…
Su mirada pasó de su hija a Jim. Ella se dio cuenta de que pensaba en Jamie, no en Jim. En Jaime y Beth juntos, como siempre había sido.
– Creo que es mejor que me marche para que vosotros podáis conversar todo esto con tranquilidad -intervino Jim calmadamente.
– No, no -protestó su padre-. Debes quedarte a cenar. Estoy seguro de que Beth…
– Realmente deseaba preguntarle a Beth si le gustaría cenar conmigo esta noche.
– Oh, sí, sí. ¡Pero qué buena idea! Te encantaría, ¿verdad, Beth? -exclamó Tom, presionándola con ansiedad.
De ninguna manera se iba a poner a merced del lobo nuevamente. De todos modos sintió un perverso placer en hostigarlo un poco.
– ¿Qué habías programado para la cena, Jim? -preguntó jovialmente, con un brillo sarcástico en los ojos.
– Hay un restaurante muy bueno en la calle Lonsdale. Se llama Marchettis Latin. Me gustaría llevarte allí -contestó con toda seriedad.
El restaurante gozaba de la reputación de ser uno de los más refinados de Melbourne, renombrado por su ambiente, servicio y comida. Sin duda que le estaba tendiendo la alfombra roja para tentarla. Por lo demás le debía la invitación hecha aquella noche en la galería de arte. Sin embargo, podría ser una buena oportunidad para hablar con Jim Neilson a solas, sin la presencia de su padre. Sería muy oportuno dejarle muy clara su posición frente al proyecto de asociarse con Tom Delaney. Ella no formaría parte del pacto.
– Me encanta la idea -dijo sonriendo dulcemente-. Con mucho agrado te veré alli a las ocho, si te parece bien.
– Alquilé un coche. Puedo venir a buscarte y luego traerte de vuelta a casa, Beth.