No la había reconocido. En la actitud del hombre no percibió el menor gesto de familiaridad hacia ella. Y fue incapaz de apartar los ojos, buscando en su rostro vestigios del niño que había conocido.
Jamie, Jamie, su mente lo llamaba, deseando que él la oyera, la viera, la recordara. Una vez había tenido la profunda convicción de que el lazo que los unía era tan fuerte que nunca podría romperse. Sin embargo nunca volvió a ella, frustrando e1 anhelo acariciado durante largos años.
¿Dónde se había ido el sentimiento que una vez habían compartido? ¿Qué fuerza poderosa lo había destruido? No lo comprendía. Todo había sido tan real para ella. Incluso aunque hubiera sido poco más que una niña cuando se habían separado. Siempre había tenido la honda certeza de que estaban hechos el uno para el otro.
Durante ocho años compartieron una relación que se había profundizado con el tiempo hasta convertirse en algo más que amor, aunque eran muy niños para expresarlo con palabras. Porque era una honda, intuitiva comunión espiritual que iba más allá de las palabras.
Pero en la galería supo que no quedaba nada de eso. Ninguna respuesta de él, salvo el interés superficial de un hombre atraído por una mujer.
Se dirigió directamente hacia ella, y Beth no pudo apartar la mirada o alejarse de allí. Sentía sus pies clavados en el suelo y su mente se negaba a dictarle lo que debía hacer.
No quedaba ninguna huella de aquel Jamie que había permanecido en su recuerdo durante tanto tiempo. Quince años y una serie de experiencias diversas los separaban de la infancia compartida en el valle. La última vez que se habían visto él tenía quince años y ella sólo trece. Todo era diferente en ese momento. Ni siquiera las fotografías la habían preparado para enfrentarse a esa diferencia.
Los ojos del hombre estaban clavados en los de ella, con apremiante sensualidad. De una extraña manera eso la asustó, excitándola a la vez. No la iba a soltar tan fácilmente. Porque en ese momento ella era su presa, atraída hacia él por una fuerza magnética.
Podía percibir la acerada e implacable voluntad de un superviviente, dueño de una mente constantemente alerta, decidido a conocer, a investigar, a actuar. Sin embargo ella debería haber sabido que todo eso que percibía en él a medida que se acercaba, era lo que le había ayudado a alcanzar las metas que se había propuesto.
Todos los recortes de prensa y revistas que la tía Em le había enviado informaban sobre el ascenso imparable de Jim Nielson en los círculos financieros; del hombre dueño de una mente al estilo de una computadora, de su genio analítico, siempre un paso más adelante, a la vanguardia de las tendencias del mercado financiero.
Siempre se referían a él como Jim. Nunca como Jamie. Según la tía Em, había bloqueado sus recuerdos, borrando de su mente todo lo que le recordara el pasado. Que había quedado atrás. Muerto y enterrado. Si hubiera deseado comunicarse con Beth o con cualquier miembro de la familia Delaney, lo habría hecho. Porque no le había faltado la oportunidad, ni menos el dinero. Hacía mucho tiempo que había aceptado ese hecho como una verdad. Sin embargo, no había podido resistirse a la tentación de ver al hombre en el que Jamie se había convertido. Incluso si era honesta consigo misma debía reconocer que la había guiado algo más que la mera curiosidad.
Repentinamente enfrentada al encuentro frontal, pensaba frenéticamente en lo que iba a decirle. Tal vez se granjearía su odio si le hacía recordar el pasado, su infancia en el valle. Incluso podía malinterpretar el deseo de verle, dado que se encontraba en la cumbre de su carrera.
– ¿Puedo ofrecerle una copa de champán?
Sentía la boca seca.
– Sí, por favor -Beth se esforzó en responder al punto. Estaba tan cerca de su rostro. ¿Es que no era capaz de reconocer a la pequeña Beth en los ojos de la mujer?
– Usted me lleva ventaja -le dijo sonriendo al tenderle la copa. Pero era una sonrisa que intentaba encantar a una mujer recién conocida.
Desde los quince años su voz había adquirido un tono grave.
– Perdón, no le entiendo.
– Usted sabe quién soy -afirmó, desafiándola con los ojos a negar el hecho.
– Sí -admitió, con una sonrisa irónica. Era estúpido fingir lo contrario-. Sé muchas cosas de usted. Pero eso no significa conocerle, ¿no es así?
Él se hecho a reír. El instinto le envió una señal de alerta. Ese hombre no era Jamie. Era un animal depredador en busca de una presa.
– La verdad es que lo que cuentan los medios informativos sobre mí no se ajusta mucho a la verdad -dijo en tono burlón-. Es mejor que investigue por sí misma.
Una sugerencia descarada. Beth intentó apartar de su mente la atracción física, tan perturbadora, para satisfacer su curiosidad respecto a él.
– ¿Alguna vez deja entrar a alguien en su mundo privado?
– Acabo de abrirle la puerta. ¿No le importaría llegar, digamos, a un nivel más íntimo?
El magnetismo sexual que emanaba del hombre la dejó sin respiración. Era mucho más alto que ella, y su aspecto físico, que una vez fue muy delgado y nervioso, se había transformado en un cuerpo sólido, musculoso, muy masculino.
Su rostro no traslucía la debilidad y el hambre de antaño. Los rasgos se habían endurecido, tornándose firmes y fuertes en un rostro muy apuesto. La inteligencia brillante de sus ojos oscuros era tan magnética que costaba apartar la vista de ellos. Su abundante cabello negro, muy corto, brillaba como un casco de metal, acentuando su aire un tanto salvaje.
Beth percibió en el hombre una arrogante confianza respecto a su atractivo. Y tenía sobradas razones para ello. ¿Pero qué podía entregar en la intimidad?
Esperando que su corazón se calmara, bebió un sorbo de champán, mientras consideraba la mejor manera de manejar la situación. Porque todo aquello sucedía de una manera muy diferente a lo que pudiera haber imaginado.
– Vamos, no se muestre tan tímida conmigo -la reprendió-. Prefiero la espontaneidad al cálculo.
Un duro cinismo detrás de su aparente jovialidad.
Ella sintió el impulso de ponerlo a prueba.
– ¿Tiene por costumbre ligar con las mujeres a su antojo?
– No, tiendo a ser muy selectivo. Considérese una excepción.
¿Por qué una excepción? ¿Es que un débil destello de reconocimiento vagaba por su mente?
– Vaya…
– Estaba aburrido de ver a tantas mujeres vestidas de negro. Su traje amarillo atrajo mi atención. ¿No piensa decirme su nombre? ¿Cuál es el propósito de permanecer en el misterio? -sus ojos se entornaron-. ¿Está casada?
– No.
– ¿Está comprometida con alguien?
– No.
Pensó en Gerald, aliviada de haber puesto fin a su relación con él. El mundo académico en que se desenvolvía al final se había tornado asfixiante, y Gerald demasiado preocupado en sí mismo y en su vida profesional como para interesarse por algo más. Un hombre como Jim Neilson era la medida para ella. La próxima vez tendría que encontrar a alguien que se le pareciese. Si es que había una próxima vez.
De improviso, él le tomó la mano izquierda en busca de una alianza. Al sentir el roce de sus dedos sintió que se le erizaba la piel.
– ¿Satisfecho?
– Todavía no. Tenemos un largo camino que recorrer antes de sentirme satisfecho, niña dorada. Ven a cenar conmigo.
Sin esperar respuesta, se dirigió a la salida llevándola de la mano con firmeza. Beth no tenía más alternativa que seguirle, si quería evitar una escena en público. Pensando en la arrogancia del hombre se le vino a la memoria el recuerdo de Jamie arrastrándola por una senda del monte hacia una antigua mina, y diciéndole que con él estaría segura. Que él cuidaría de ella.
Pero este hombre que imponía sus deseos no era Jamie.
Oleadas de confusión la inundaban mientras le seguía, consciente de la fuerza de su mano, de su enérgica decisión, mientras luchaba con los recuerdos, con las necesidades nunca satisfechas, con los sueños repentinamente estropeados.