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– Ya lo sé.

– Y ahora resulta que vuelvo al valle de nuestra niñez. Y tú también estarás allí, cuando puedas ¿Será muy duro para ti volver a esos recuerdos?

– También guardo buenos recuerdos, Beth. De ti -dijo suavemente.

– Ya no somos los mismos -le recordó.

– No. Pero la vida nos da la oportunidad de recuperar lo que fuimos el uno para el otro.

– Se dice que nunca hay una vuelta atrás.

– Quizá sea necesario esta vez.

Él estaba decidido a hacerlo, no importaba el precio que hubiera que pagar.

– Adivino que sólo podemos intentarlo. El asintió.

– De otro modo nunca lo sabremos.

Ella volvió a sentir la inseguridad. ¿Podrían cruzar la barrera del tiempo y de nuevo unir sus manos con la certeza de la confianza y del amor?

– ¿Cuándo vuelves a Sidney? -preguntó Beth.

– En el primer vuelo de la mañana.

– ¿Dónde te hospedas?

– En el hotel Como, en South Yarra.

Ella consultó su reloj. Eran casi las once y media. Ya no había nada más que aclarar entre ellos.

– Deberíamos marcharnos. No tienes mucho tiempo para dormir.

El no se opuso. Pagó la cuenta con una tarjeta, dejando además una considerable propina. El maître le preguntó si necesitaba un taxi. Decidieron que primero la acompañaría hasta el coche.

Sintió una fuerte impresión al salir de la magia del restaurante a la impersonal y fría calle de Lonsdale. Y más impresionante aún fue sentir los dedos de él enlazados a los suyos, con suave y cálida firmeza. No intentó desasirse. Habría sido ridículo, después de la larga e íntima velada que habían compartido.

El ajustó su paso al de Beth, caminando junto a ella en silencio en el que parecía escucharse el murmullo de viejos recuerdos de amistad y unión. El repiqueteo de los zapatos en el pavimento parecían intemporales. ¿Iban caminando por un nuevo camino o simplemente por otra dimensión de un sendero recorrido largo tiempo atrás?

Llegaron al coche. Le apretó ligeramente la mano antes de soltársela para permitirle buscar la llave del coche. Beth estaba extremadamente consciente de la presencia del hombre esperando a su lado. Un hombre, no un niño. Un hombre cuya sensualidad la había llevado a un conocimiento más profundo de la propia.

Abrió la puerta del conductor.

– Me alegro que hayas ido a verme, Beth.

Su voz era baja, intensa, envuelta en sentimientos que reconoció de inmediato como físicos y emocionales a la vez. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron, el deseo no expresado fluía entre ellos.

– Yo también me alegro.

Era cierto, y la honestidad era importante en esos momentos. Si querían volver a recuperar la antigua confianza, debía haber honestidad entre ellos. Y la verdad es que ella no deseaba dejarle solo en la calle.

– Tu hotel no queda lejos del camino que debo tomar. ¿Quieres que te lleve?

– Sí, muchas gracias.

«¿Estoy loca?», se preguntó, con los sentidos totalmente despiertos. «¡Conduce ya!», le ordenó su mente. Sus manos obedecieron, y puso en marcha el coche. Sus pies se movieron en los pedales automáticamente. ¿No sería mejor comportarse de manera más circunspecta en sus relaciones con Jim Neilson? Ya sabía que eran muy compatibles sexualmente. La compatibilidad en otros aspectos era lo que estaba por verse. Pero todos sus pensamientos no lograron acallar la demanda de su cuerpo.

Viajaron en silencio. De pronto se dio cuenta de que era probable que estuviera pensando lo mismo que ella. ¿Y a qué conclusión había llegado?

¿Se despediría con mucha educación o presionaría en busca de algo más? Y si fuera lo último, ¿cómo respondería ella?

Dirigió el coche hasta la entrada del hotel. El continuaba en silencio. El conserje advirtió su llegada. Llevó el coche casi hasta la misma puerta, sin apagar el motor Ya había cumplido en traerle al hotel, no había prometido nada más, aunque sus nervios clamaban por algo más.

El no hizo el menor intento de bajarse del coche. Su silencio la llevó a mirarlo. Beth intentó sonreír. Su mente le ordenaba que dijera buenas noches, pero se encontró con una mirada de ardiente deseo.

– ¿Quieres venir conmigo, Beth? -preguntó calmadamente.

El control de su voz le indicó que respetaría cualquier decisión que ella tomase.

La elección estaba en sus manos.

¿La experiencia sería igual a la anterior…,o diferente?

La tentación de saberlo fue arrolladora.

– Sí -dijo brevemente y apagó el motor.

Capítulo 15

¿EN QUÉ momento comenzó a resurgir el sentimiento de estrecha unión emocional?

¿Con el primer beso?

Jim tomó la cara de Beth entre sus manos, acariciándole suavemente las mejillas, la mirada de sus ojos oscuros invitándola a volver atrás, a recuperar el sentimiento maravilloso que una vez habían compartido. La besó delicadamente como si fuera infinitamente frágil, con suave y exquisita ternura. El primer beso de 1a nueva vida, ambos conocedores de lo que habían perdido.

La tristeza por esa pérdida anidaba en los labios unidos, pero también había añoranza por lo que habían compartido, junto a la esperanza, y a la voluntad de volver a vivir todo aquello que los unió. Un niño y una niña que habían construido un mundo propio, hecho de realidades y sueños. Sueños de un mañana que ciertamente compartirían de alguna manera, en algún lugar… Beth y Jamie.

¿Ese mañana había llegado al fin? ¿Podría ser posible?

Como una vez lo hicieron en el pasado, prometiéndose el uno al otro, se abrazaron estrechamente. Entonces Beth ceñía su cintura, no queriendo dejarle marchar, temerosa de lo desconocido sin él, con la cabeza apoyada en su hombro, luchando contra las lágrimas porque había que ser valiente, las mejillas de Jamie contra sus cabellos, reconfortándola, amándola, y el recuerdo de sus palabras, susurrando en su mente:

«Vendré a buscarte, Beth. Tan pronto como pueda, volveré por ti. Y un día nada podrá separarnos. Estaremos juntos para siempre».

Un día…

Ahora estaba junto a ella, recordando; pero era un hombre el que besaba sus cabellos. Un cuerpo de hombre pleno e deseo hacia la mujer, buscando la intimidad que, como adultos, ya conocían; la unión física que los remontaba más allá de la inocencia de la niñez, a la realidad del encuentro, en esa primera noche de su futuro.

Mientras se desnudaban, sentían la extraña sensación de aventurarse en un viaje. Se quitaban la ropa como si se despojaran de una coraza, muy conscientes de quienes eran realmente, desnudos ante la visión de que existía algo más que ellos mismos.

La revelación de que nunca hubo traición entre ellos, les provocó un hondo y maravillado regocijo. Aunque también el sentimiento de vulnerabilidad era muy fuerte, porque ambos arriesgaban todo lo que fueron por la incertidumbre de lo que podría ser.

Había una exquisita tensión en la dulce caricia, en las delicadas sensaciones que iban en aumento, y que revelaban a través de la calidez de la carne y de la sangre que el sueño no había muerto, que podría resurgir si ambos verdaderamente creían en él y lo deseaban y protegían. La barrera del tiempo ya no tenía sentido en ese momento del reencuentro.

Un beso ardiente, los cuerpos entregando y recibiendo mutuamente, muy conscientes de que había algo que probar, demandando el cumplimiento de la promesa, y sin embargo temblando ante ella, sabiendo que el momento final significaría mucho, tal vez demasiado.

Pero tenía que llegar.

Al alzarla y acunarla en su pecho amplio y fuerte había una férrea determinación. Una llama posesiva brillaba en los ojos del hombre, junto a la ardiente intención de hacerla su mujer. Ella le rodeó el cuello con los brazos, deseando que él fuera su hombre, el único y para siempre. Se miraron, inmersos en un mar tumultuoso de sentimientos cuando él la cubrió con su cuerpo, y susurró su nombre, como si ese nombre fuera una dulce llamada de su alma, un latido de su corazón, una parte de su propio ser.