Выбрать главу

Luego penetró en ella, sintiendo que el cuerpo femenino lo acogía generosamente, que lo necesitaba allí, recorriendo el íntimo sendero de la mujer que quería todo lo que él pudiera darle, sintiéndole cada vez más hondo dentro de sí, ocupando el espacio vacío que había esperado lo que parecía una eternidad, deseando que ultimara una obra que nunca había podido acabar.

De pronto Beth sintió que su cuerpo se aproximaba al clímax, su espíritu temblaba de emoción, los ojos clavados en los de Jim mientras su mente gritaba: «¡Déjalo ser! ¡Déjalo ser!» Y oyó, sintió el clamor silencioso que venía del éclass="underline" «¡Sí!» La necesidad de él unida a la suya, formando una tupida red. Cada vez más y más hondo, sintiendo su complicidad, entregada a él, constatando físicamente que sus vidas se unirían de una manera única, propia de ellos, y un suspiro de bienaventurado contento se expandió como una onda por todo su cuerpo ante la certeza de todo ello. Sí.

Era maravilloso, como un copa que se iba llenando con lo mejor que la vida podía ofrecerles, hasta que al fin se derramó en una exquisita explosión de sensaciones que les llevó más allá del mundo concreto, sumidos en una comunión que no aceptaba la separación, hasta que al fin fueron un solo espíritu otra vez.

La inmensa emoción fue incontenible. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Beth. Jim la abrazó tiernamente, apoyándole la cabeza en su pecho, ciñendo su cuerpo con suave firmeza.

Poco a poco se calmó al sentirlo tan junto a ella, abrazándola sin dejar de acariciar sus cabellos, prometiéndole que nada había terminado, que no había sido un sueño.

Todo era real y verdadero y no iba a acabar esa noche.

Las lágrimas habían borrado el dolor del pasado.

Era un nuevo comienzo.

El futuro les pertenecía, y podrían hacer de él lo que quisieran. Y ella quería seguir así, abrazada a él, para siempre.

«¡Que así sea!», rezó en silencio.

Capítulo 16

LOS LADRIDOS y saltos de Sam fueron las primeras señales. Sonriendo, Beth archivó el documento y se levantó de la silla frente al ordenador.

Tan pronto como había abierto la puerta que daba a la galería, el cachorro labrador salió como un tiro para dar su ansiosa bienvenida rutinaria. En ese momento, ella también pudo oír el sonido inconfundible del Porsche acercándose por el camino del valle hacia la granja.

– Tía Em, Jim ya está aquí.

– Dile que le he preparado su tarta de chocolate favorita.

Beth sonrió. La tía Em se había opuesto a que se reemplazara la vieja cocina por algo más moderno. Decía que era la mejor para las tartas y, debido a que pasaba más tiempo en la granja con su hermano Tom, que en Melbourne, nadie se opuso a su deseo.

El Porsche enfiló por el camino de la propiedad y Sam corrió hacia la verja. Se suponía que el perro era de Beth. Jim se lo había llevado un par de semanas después de haber llegado a la granja con su padre; pero desde el principio el cachorro decidió quién era su verdadero amo.

Beth salió a la escalinata de la entrada, pensando en lo mucho que se había logrado hacer en dos meses y medio. Incluso el jardín había quedado preparado para celebrar la Navidad. Echó un vistazo al montón de madera apilada que esperaba la llegada de Jim. Durante ese fin de semana iba a ayudar a su padre a poner la valla. Una vez instalada y pintada, la casa volvería a ser el hogar de antaño.

El padre de Beth estaba ansioso por tener todo preparado para Navidad. Celebrarían las fiestas junto a Chris, Patrick y Kate. Tess no podría ir porque estaría con la familia de su marido, en Perth. Pero todo sería casi como en los viejos tiempos, con su padre muy recuperado y Jim junto a ellos.

Al llegar a la entrada, Jim se bajó del coche con el perro saltando de regocijo, enredándose entre sus piernas. Al ver el placer con que jugaba con el perro, Beth sintió que la invadía una oleada de amor hacia él.

Al ver que Beth se acercaba, se quedó esperándola sin moverse. En un segundo, ella estuvo a su lado y él la abrazó sintiendo la calidez de su amor.

El día estaba soleado sin ser demasiado caluroso. A la hora de la comida, la tía Em sirvió una espléndida carne asada. Más tarde, Jim y Tom Delaney pasaron la jornada clavando las estacas de la valla. Al atardecer el padre declaró que era suficiente por ese día y ambos se sentaron en la galería a disfrutar de una cerveza antes de lavarse para cenar.

Hablaba mucho en favor de la sensibilidad de Jim el hecho de trabajar codo a codo con su padre, en vez de haber contratado obreros para hacer la parte que le correspondía del trabajo. De ese modo Tom sentía que estaban construyendo algo juntos.

Jim y Delaney se llevaban muy bien. Jim nunca tuvo un padre y su relación con Beth lo convertía casi en un hijo para Tom. Como los propios hijos no volverían a vivir en la granja, Jim proporcionaba al padre un sentido de continuidad familiar.

Durante un tiempo Beth se había preocupado por las expectativas de Jim en cuanto a ella, pero pronto llegó a la conclusión de que no tenía ninguna. Sencillamente se sentía perfectamente contento con sólo tenerla a su lado. En dos oportunidades habían pasado una semana en Sidney. Por la noche la había llevado al Circo de Moscú, a espectáculos musicales y al teatro. Juntos habían compartido momentos maravillosos.

Durante el día utilizaba el ordenador de Jim trabajando largas horas, mientras él atendía sus negocios. No había fricciones de ningún tipo entre ellos. Jim disfrutaba cuando ella le contaba las historias que escribía. Decía que esas narraciones eran una forma de evadirse del duro mundo en que se movía. Tal vez la granja también era otra evasión. Para un hombre que había vivido una vida muy solitaria, la vida familiar tenía que ser muy atractiva. Y los platos que preparaba la tía Em eran una tentación. Para la cena había preparado un delicioso pastel de carne que Jim no paró de alabar, dejando el plato limpio. Después de cenar, con una radiante sonrisa, Em insistió en que se fueran a dar un paseo, asegurando que ella y Tom se encargarían de dejar todo recogido.

Sam los acompañó, ansioso de aventuras.

Se fueron andando por el banco del riachuelo, hasta llegar a un sendero que conducía hasta la granja del viejo Jorgen.

Jim la condujo de la mano hasta las cercanías de la casa. Beth lo miraba con preocupación.

– ¿Estás seguro de que quieres ir por ese camino, Jim?

– Es tiempo de dejar descansar a los fantasmas, Beth.

– Si tú lo dices -murmuró poco convencida.

Sabía que Jorgen había muerto hacía muchos años, en el incendio que había destruido su casa. Un final muy apropiado para un hombre que había convertido la vida de su nieto en un infierno.

– No dejó testamento -comentó Jim secamente-. Poco después de su muerte, me notificaron que era el único heredero. Al parecer mi madre había muerto a causa de una sobredosis, así que me convertí en dueño de la propiedad. Una ironía, ¿no te parece?

– ¿Intentaste alguna vez encontrar a tu madre?

– Yo formaba parte del mundo del que ella quiso huir.

Beth denegó con la cabeza.

– No sé cómo pudo haber hecho eso.

– Jorgen se pasó toda la vida diciendo que mi madre debió haber sido hombre. El quería un hijo varón. Así que ella le dio uno. Si estaba tomando drogas, lo más probable es que no estuviera muy equilibrada -dijo encogiéndose de hombros.

– Es probable que así fuera -dijo Beth, suspirando con tristeza. En todo caso, para ella era imperdonable que hubiera abandonado a su hijo dejándolo en manos de un viejo tirano-. ¿Vendiste la propiedad?

– No. No quise tocarla. Quería que se desintegrara y desapareciera sola. Pero esta semana me di cuenta que de ese modo todavía seguía amarrado a ella, que debía romper esas ataduras. Así que la regalé.