Выбрать главу

– Ponte el cinturón -ordenó con aspereza.

– De acuerdo -replicó bruscamente, obedeciendo la orden-. Puede ser un viaje accidentado.

Jim pisó el acelerador.

– No te andas con chiquitas, niña dorada -dijo, enfilando calle abajo.

Y despegaron hacia la noche.

La tensión que se percibía dentro del coche atentaba contra los nervios de Beth.

Pero no le importaba. No le importaba dónde fueran o lo que hicieran.

Ella iba a penetrar en la noche junto a Jim Neilson.

Tal vez, entonces, podría enterrar a Jamie de una vez para siempre.

Capítulo 3

QUÍTATE la chaqueta.

Ella contuvo una réplica feroz, dirigiéndole en cambio una mirada que encubría pensamientos mortíferos.

Pulsando el botón de la última planta, Jim se apoyó indolentemente contra el espejo del ascensor, evaluando su cuerpo con una mirada ardiente y lujuriosa. El ascensor remontaba un alto edificio ubicado en la zona del Circular Quay. En su deseo de mantener el control absoluto de la situación, se abstuvo de informarle a Beth de que esa noche no habría cena.

Ella cambió de postura, apoyándose en la pared frente a él, mirándolo con ojos en los que se leía su necesidad de desnudarlo. En todos los sentidos.

– Quítate la tuya primero -ordenó.

Esbozando una sonrisa sensual, obedeció de inmediato.

– ¿No te excitan las prendas de cuero?

– Prefiero palpar la piel humana.

– Entonces me quitaré la camisa también.

Arrojando la chaqueta al suelo, comenzó a desabotonarse la camisa de seda negra.

– No te quedes atrás -dijo sarcástico, mirándole los pechos.

Beth dejó caer su bolso. Luego sonrió al pensar en la provocativa ropa interior que llevaba puesta. Un regalo de su hermana Kate junto al consejo de que se buscara un amante más apasionado que Gerald.

La piel del hombre brillaba como el bronce sobre un duro y bien delineado torso, digno de admiración. El deseo de tocarlo, de recorrer con las manos el amplio pecho, se apoderó de Beth.

Se quitó la chaqueta, e imitando la actitud desafiante de Jim, la arrojó sobre las otras prendas.

– Muy coqueto -comentó, paseando una ardiente mirada sobre el encaje negro del breve sujetador.

Beth sintió que sus pechos se excitaban bajo l mirada del hombre.

– Deliciosos -murmuró con voz gutural, y de improviso, con un rápido movimiento que la tomó por sorpresa, le alzó las manos sobre la cabeza sujetándolas contra la pared.

En ese momento el ascensor se detuvo y abrió las puertas. Pero nada le impidió inclinar la cabeza hasta los pechos alzados de ella, besarlos y morderlos con suavidad sobre el sujetador.

Ella hubiera querido continuar así, pero él se detuvo soltándole los brazos, mientras contemplaba con intensa mirada el efecto que le había provocado la caricia.

– ¿Te gustó el aperitivo?

Beth tragó saliva apelando a todo su ingenio.

– Espero que el plato fuerte sea igual de apetecible.

El se echó a reír recogiendo la ropa. Luego señalo el espacio que había fuera del ascensor.

– Adelante, bienvenida a mi mundo privado. Te enseñaré todo lo que tengo.

Beth salió del ascensor, manteniendo un aire de dignidad a pesar de exhibirse en sujetador, el corazón palpitante, anticipándose a la próxima jugada del hombre, pero con la mente puesta en mantener a toda costa su propio juego durante todo ese extraño encuentro con Jim Neilson.

El encendió las luces cuando ella pasaba de un vestíbulo con suelo de mármol a una sala de estar completamente alfombrada. Hizo una pausa para quitarse los zapatos y embeberse en el ambiente de Neilson. Era una amplia estancia decorada en un impactante estilo moderno, austero, frío e impersonal.

La decoración era funcional, aséptica: cromo, cristal, sillones de cuero negro, y una persiana gris que cubría toda la pared del fondo de la habitación, seguramente de cristal, instalada con el propósito de facilitar la visión de un paisaje espectacular desde esas alturas.

Una perturbadora pintura de Brett Whitely parecía saltar de la pared frente a ella, estridente en sus trazos y colorido. Se quedó contemplándola, percibiéndola como una pesadilla que no quisiera vivir, cuando sintió unas manos por detrás que desabotonaban y abrían la cremallera de la falda. Luego un suave tirón y la prenda cayó a sus pies.

Durante un instante sólo pudo pensar en que se encontraba casi desnuda, con una pequeña braguita y un liguero de encaje que le sujetaba las medias. Después sintió que unas manos cálidas le acariciaban las nalgas. Con el corazón latiendo violentamente, decidió que tenía que hacer algo y hacerlo rápidamente. De ninguna manera iba a convertirse en la víctima sexual de Jim Neilson. Ni siquiera le daría la oportunidad de pensarlo. El era el amante que ella había escogido para esa noche, única y especial.

Tomando aliento se dio la vuelta, y comenzó a besarle el pecho, mientras sus dedos se apresuraban bajando la cremallera de los vaqueros. El arte de la sorpresa no iba a ser un privilegio sólo de él, pensaba al sentirle contraer el estómago. Después terminó de desnudarlo y retrocediendo unos pasos, contempló la desnuda y magnífica virilidad del hombre con salvaje osadía.

– Un equipo de primera clase -se burló, dándole unos ligeros toquecitos en el bajo vientre antes de volverse hacia la gran persiana del fondo de la sala-. Esta velada también incluye una vista del panorama -agregó con voz aterciopelada mientras la abría.

Una impresionante visión del puerto se desplegó ante sus ojos. El inmenso puente se vislumbraba más allá del animado terminal del ferry en el Circular Quay, las magníficas velas desplegadas de la Opera House se curvaban brillantes contra el cielo nocturno, las luces de los barrios de la zona norte parpadeaban como miles de luciérnagas.

Oyó unos leves pasos sobre la alfombra a su espalda, y algo como papel que se rasgaba. ¿Era papel? No, algún tipo de paquete. Probablemente una caja de preservativos. Sería una locura no practicar sexo seguro en una situación tan singular como ésa.

Sentía lo que estaba sucediendo como un tiempo fuera del tiempo; había una especie de fiebre en su sangre que demandaba la plenitud, como fuera.

Su piel hormigueaba anticipadamente. Adoptando una postura relajada ignoró la presencia masculina tras de sí, fijando la mirada en el puerto. No le importó que pudiera contemplar a su antojo su cuerpo semidesnudo. De manera un tanto perversa disfrutaba exhibiéndose ante él. La excitaba pensar que estaría observándola y a la vez pensando en su próxima jugada.

Entonces sintió el toque atormentador de unas manos resbalando sobre sus muslos, el liguero y las braguitas desprendidos suavemente de su cuerpo, y las medias deslizándose por las piernas como una suave caricia. Luego sintió en su piel unos dedos recorriendo lentamente las vértebras de la columna, produciéndole un escalofrío incontrolable, el sujetador abierto, los hábiles dedos retirándolo por los brazos hasta dejarlo caer sobre la alfombra.

Fue el ritual de desvestir más erótico que Beth hubiese experimentado jamás, dejando su mente y su cuerpo poseídos de una sensibilidad exacerbante.

Pudo sentir su aliento y su calor aún antes de que atrajese su cuerpo hacia él, los brazos rodeándole la cintura, las palmas de las manos acariciándole los pechos con un movimiento circular que puso todos los músculos de su cuerpo en tensión.

– El panorama te ha dejado paralizada -oyó el murmullo burlón muy cerca de su oído.

Beth luchaba por mantener la mente clara pese a la tormenta de sensaciones que experimentaba su cuerpo.

– ¿Disfrutas de esta vista o es un mero símbolo de tu categoría social? -preguntó recorriendo con las uñas los músculos de los muslos, duros como piedra.

– Me gusta escalar las montañas, y llegar a la cumbre.

La alusión sexual a lo que estaba haciendo con ella, no se le escapó a Beth; sin embargo percibió que también se refería a sí mismo. Jamie tuvo que haber escalado cientos de montañas para convertirse en lo que era. Se preguntó si consideraría su departamento en el ático como un refugio inaccesible, para evitar que lo arrancaran de las cumbres.