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Lentamente recorrió el vientre, antes de posar los dedos en la zona más íntima del cuerpo femenino.

– Los valles también son interesantes.

El suave y prolongado movimiento de la caricia despertó en ella una sensación insoportablemente exquisita.

Sentía su cuerpo fundirse al contacto de su mano. Las piernas comenzaron a temblarle. Desesperada por mantener el control sobre sí misma, se aferró a otra pregunta que revoloteaba en su cabeza.

– ¿Por qué elegiste esa pintura de Brett Whitely?

El se distrajo un instante, liberándola de la dulce tortura que estaba padeciendo.

– Es un grito del alma -respondió sombríamente, reanudando el minucioso examen manual del valle femenino-. Ese clamor se esconde en cada uno de nosotros, niña dorada. Tú también lo sientes… es el grito por todo aquello que nos es inalcanzable.

Sí. Fue ese clamor lo que la había impulsado a estar junto a él aquella noche. ¿Pero cuáles eran sus sueños? ¿Qué anhelaba él? ¿Qué faltaba en su vida, en el mundo que había conquistado?

– Esa es la razón por la que estás aquí, deseando esto -continuó Jim, junto a su oído.

No, ella deseaba más que eso. Deseaba lo inalcanzable. Y dentro de su corazón brotó la tristeza por lo que nunca podría ser junto a Jamie, irremisiblemente perdido para ella; aunque su carne clamara por satisfacer la intensa excitación que la consumía.

– A pesar de lo que hagamos, de nuestro modo de vivir, de lo que poseamos, la mayor parte del tiempo nos escondemos de nuestro espíritu, reprimimos la verdad, fingimos… -continuó susurrante, mientras sus dedos persistían en la íntima caricia-, pero muy dentro… en lo más profundo de nuestro ser, niña dorada… estamos clamando.

El sonido de la últimas palabras, cargadas di una fuerte connotación sexual, fue un grito para ella, el grito de su carne necesitada de sus caricias. Sin embargo su mente flotaba sobre todo aquello, escuchando al hombre que revelaba algo más de sí mismo en esa intimidad.

– Ibas a mostrármelo todo -le recordó.

– Te lo mostraré -dijo tomándola de la mano.

Pese al temblor de sus piernas, se obligó a seguirle. Debía mantenerlo en la adivinanza, que siguiera buscando la manera de someterla a su voluntad, que era lo que evidentemente deseaba, que siguiera buscando hasta encontrar lo que realmente ella quería.

– Enfrente a la pintura de Brett Whiteley tenemos una de Arthur Boyd -explicó, sonriendo con indulgencia.

Tras una fugaz mirada, Beth comprobó que la sangre fría del hombre era un puro acto de voluntad, porque su excitación era muy evidente, y a la vez le confirmó que había acertado sobre el preservativo. Estaba claro que no deseaba que esa noche tuviera consecuencias desagradables. Evitar los riesgos era todo lo que se le podía pedir a ese encuentro.

Otra vez la tristeza pesaba sobre su espíritu. Un encuentro… un adiós.

– Desde aquí puedes observarlo mejor-dijo situándola tras un sofá de cuero negro, frente al cuadro.

Mecánicamente apoyó las manos sobre el respaldo. Necesitaba un sólido apoyo, porque apenas se sostenía. Como antes, él se situó a sus espaldas, hablándole por encima del hombro.

– El tema parece simple, pero cuanto más lo estudias, más cosas descubres en él.

Los colores básicamente consistían en una mezcla oscura de verdes y azules; una escena nocturna, una pequeña casa sobre una colina, más abajo una vaca blanca que se dirigía a un lago. Ella no vio nada más…en el inmenso paisaje sombrío. En un cielo sin estrellas, una luna creciente formaba una pequeña curva.

«Soledad», pensó. La soledad se cernía sobre todo el paisaje.

– Hay oscuras profundidades en el paisaje -murmuró él, deslizando las manos sobre sus caderas-. Continúa mirando, niña dorada. Quiero que las veas…, y que las sientas -concluyó mientras la atraía hacia su cuerpo, penetrando en ella con un breve y suave movimiento.

Beth se aferró al sofá, sintiendo cómo el hombre invadía su cuerpo. Era maravilloso, estremecedor.

– Concéntrate en el lago -le aconsejó, sumiéndola con sus caricias en un mar de sensaciones-. Concéntrate en los reflejos.

Una manera muy extraña de contemplar un cuadro desolador, y al mismo tiempo experimentar la unión más íntima que podía existir entre un hombre y una mujer. El lago estaba quieto, no había el más leve reflejo trémulo en la superficie. Pero en el interior de Beth el mar se agitaba cada vez más, la marea crecía. Ella quería entregarse al torrente de excitación, que fluyera por todo su cuerpo, sin pensar, sin recordar, sólo sentir el momento; pero más fuerte era su anhelo de llegar a la esencia, al corazón y a la mente de ese hombre que una vez había sido Jamie.

– ¿Esta pintura refleja tus sentimientos? -preguntó con voz ronca, apenas audible.

– ¿Qué crees que siento?

– La vaca blanca, un animal solitario, marginado, una larga y fría noche… ¿en algún momento me necesitaste?

– No tan marginado. Cuando se es tan deseado por todo el mundo… incluso por una mujer que sólo ha leído algo sobre mí… no se puede estar marginado.

De alguna manera Jim sentía que se equivocaba respecto a ella. La mujer había percibido su vulnerabilidad y la manejaba, como él la estaba manejando a ella. La contienda de la mente contra el cuerpo.

– Creo que en el fondo deseas una luna llena -dijo precipitadamente aferrándose a los pensamientos, oponiéndolos al caos que él estaba produciendo en su cuerpo-. Pero la luna del cuadro apenas está en cuarto creciente… es sólo una parte de ella… y nunca llegará a su plenitud. ¿Es eso lo que te hace clamar? -concluyó con los ojos cerrados, barrida por una inmensa ola de placer.

– ¿Una luna llena para los que se aman? Sigue soñando, niña dorada -alcanzó a ironizar, al tiempo que ambos perdían su propio dominio, abatidos bajo la fuerza explosiva del clímax que los dejó jadeantes, sumidos en el paroxismo de una intensa liberación.

Estremeciéndose, la rodeó con sus brazos, estrechándola contra su pecho.

– ¿Te abriga mi piel? No me gustaría que sintieras frío… o soledad.

Ella no respondió.

– ¿Quieres contemplar otra pintura? ¿O ya has visto suficiente?

Ella dudó. Jim aún mantenía su posición de dominio, con arrogante confianza en sí mismo.

– Aún no estoy satisfecha -respondió con firmeza.

«Y probablemente nunca lo estaré», pensó. Pero la noche aún era joven. Si tan sólo pudiera traspasar la frontera de lo puramente físico. Porque apenas había rasgado la superficie de su ser interior. ¿Saldría Jaime a la superficie antes de que acabara la noche?

Capítulo 4

BETH intentaba suavizar sus músculos doloridos bajo la ducha del cuarto de baño de los invitados, en el ático de Jim Neilson. Procuraba consolarse con el pensamiento de que no había sido una velada totalmente perdida. Al menos había vivido la experiencia de una ardiente noche de amor, por primera vez en su vida. Sin, embargo, sospechaba que su verdadera situación le amargaría los recuerdos.

Con un hondo suspiro de resignada frustración cerró el grifo de la ducha. Era inútil volver la mirada hacia atrás. El hombre que había dejado durmiendo en la cama estaba tan protegido bajo su férrea armadura, que no iba a permitir que nadie la traspasara. Sus reiterados intentos habían sido inútiles. Si Jamie todavía moraba en alguna región de su ser, se encontraba tan profundamente enterrado, que era inalcanzable. Se secó enérgicamente y luego examinó la ropa que había recogido de la sala de estar. El traje amarillo estaba lastimosamente arrugado. Tampoco le importaba su aspecto físico esa mañana. No se encontraría con ningún conocido. Cuando llegara a su hotel tendría mucho tiempo para cambiarse de ropa antes de que la tía Em pasara a recogerla para emprender el viaje a la granja.