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Haciendo una mueca a su imagen reflejada en el espejo del cuarto de baño, abrió el bolso. Sacó el cepillo para el pelo y una barra de labios. Quería tener un aspecto más presentable.

Salió del baño y se encaminó al vestíbulo con la esperanza de que el ascensor privado la sacara de alli rápidamente.

Cuando cruzaba la sala de estar sintió el aroma de café recién preparado.

– Buenos días.

El corazón le dio un vuelco en el pecho. Volviendo la cabeza buscó de donde venía el saludo inesperado e inoportuno. Estaba de pie, junto al gran ventanal que ella había abierto la noche anterior, con una cafetera en la mano. Aunque se había puesto una bata de seda que lo cubría hasta las rodillas, el impacto de su viril atractivo no había disminuido en absoluto, incluso aumentaba su sensualidad.

Beth sintió que se le secaba la garganta. No había un centímetro del cuerpo del hombre desconocido para ella. Pero al fin y al cabo sólo era un cuerpo, tuvo que recordarse con rudeza.

Al verla vestida no demostró sorpresa alguna.

– Me molestaría mucho que te marcharas sin desayunar -dijo con una rápida sonrisa.

– ¿Por qué? -preguntó sin miramientos, haciendo caso omiso del atractivo que ejercía sobre ella.

Se encogió de hombros.

– Tal vez porque quiero demostrarte que también puedo ser civilizado.

– Ya me has mostrado todas tus facetas. No es necesario que me enseñes nada más.

– ¿Te rindes?

Ella sonrió.

– Sé cuando me han derrotado.

– Tal vez no -había una curiosa expresión en su mirada-. Dime cómo te llamas.

Ella negó con la cabeza.

– No vale la pena. Este es el adiós.

El frunció el ceño.

– ¿Y si yo no quiero?

– Da lo mismo.

– No olvides que fue un magnífico encuentro sexual -dijo con maldad.

– Sí -admitió ella con voz opaca.

«Aunque también fue una destrucción del alma», se dijo, alejando el pensamiento de que habría podido ser diferente si él hubiera abierto las puertas que ella había golpeado con tanta ansiedad.

– ¿Qué más quieres? -insistió Nielson.

Las puertas de Jamie estaban cerradas con llave. Beth había llegado a la conclusión de que Jim Neilson había arrojado la llave lejos de sí y de que Jamie era irrecuperable.

– Quiero irme ahora -dijo con resolución-. Tengo otras cosas que hacer.

Se volvió para mirarla de frente. En sus ojos había una fuerza impactante, intensa y magnética.

– Utilizaste mi nombre y ahora te vas sin decirme el tuyo. ¿Tenías la intención de provocar un encuentro casual, y desaparecer sin más, tan desconocida como cuando llegaste a mí?

Ella se encogió de hombros.

– Siempre quedaba la posibilidad.

El asintió, sopesando la respuesta.

– Transformaste nuestro encuentro en una contienda.

– ¿Lo hice yo? ¿O fuiste tú? -lanzó la pregunta. El torció la boca.

– ¿Por qué tengo la impresión de que en este encuentro había algo más de lo que dejas entrever?

– ¿Por qué preocuparse? -preguntó ella con ligereza-. Ganaste la contienda. No me permitiste llegar hasta ti.

– Pero si te vas la perderé -afirmó con una certeza que la desconcertó.

– No me cabe la menor duda de que eres capaz de mantener muchos encuentros sexuales con las mujeres que te apetezcan -replicó escéptica.

– No. Me refería a la contienda mental. Algo… totalmente diferente. Creo que desde hace mucho tiempo he estado buscando una mujer como tú.

– No ha sido así -replicó con devastadora certeza.

– ¿No debería ser yo quien juzgue mi afirmación?

– Si realmente hubieras estado buscando, hace mucho tiempo que me habrías encontrado.

Sus ojos se entornaron al percibir el feroz sarcasmo en la voz de ella.

– Tal vez he estado ciego.

– No. Has estado demasiado ocupado en convertirte en Jim Neilson. Creo que nunca serás otra cosa más que un Jim Neilson. Me voy porque no vine a buscar a Jim Neilson, y no encajo en su vida.

– ¿Por quién has venido?

Ella exhaló un suspiro, pensando en la futilidad de la confrontación. Lo miró con ojos sombríos y fatigados, evaluando la vitalidad agresiva del conquistador decidido a escalar otra montaña. Pero ella regresaba al valle que él había dejado tras de si.

– Ya no vale la pena…

– ¿Quién eres tú? -preguntó, empujado hacia la mujer desde su posición en la ventana de su observatorio privado, muy alto en el cielo de la ciudad que había hecho suya.

Su profunda desilusión, los largos años de cavilaciones y la frustración con que había finalizado el intenso esfuerzo por llegar hasta él durante la pasada noche, todo surgió ante ella como una necesidad imperiosa de reconocimiento, un destello de memoria…,aunque él odiara los recuerdos.

– Soy Beth Delaney -respondió a bocajarro.

Conmoción, confusión, una ávida búsqueda de rasgos que pudieran confirmar su identidad, un escrutinio minucioso, retroceso en el tiempo, y al fin una mirada de horror al confirmar la reaparición de aquel fantasma en su vida, y la forma que había cobrado.

Beth sintió una tremenda y salvaje satisfacción al ver que no la había olvidado totalmente. Para él, los días compartidos tampoco se habían esfumado en el vacío. Aunque la tía Em tenía razón: no quería recordar. Pero no tenía intención de liberarlo. El había forzado el tema. Ella se había limitado a responder a sus preguntas.

– Vine a buscar a Jamie -dijo con serenidad. El alzó la cabeza, con un temblor en la mejilla-. Una vez dijo que volvería a mí cuando pudiera. Nunca lo hizo. Ni una sola vez en quince años. Anoche tuve la oportunidad de verle. Pero Jamie se había ido. Sólo encontré a Jim Neilson. Ahora Beth Delaney debe marcharse también. No queda nada de lo que una vez hubo. Ya lo había adivinado, pero quise comprobarlo por mí misma. Eso es todo – concluyó con desolada resolución.

Los ojos del hombre habían perdido su brillo, su mirada era una oscura turbulencia, y su boca se había convertido en una línea dura.

Beth se encaminó al vestíbulo. Ya no había nada que la retuviera allí. No había duda que Jim Nielson sólo sentiría un inmenso alivio al verla partir, un fantasma del pasado que no deseaba recordar.

– ¡Espera!

La orden, totalmente inesperada, acabó con sus suposiciones. Haciendo un esfuerzo volvió la cabeza para mirarlo una vez más, pero sin moverse de su sitio.

El permanecía inmóvil, la tensión reflejada en su rostro, los puños apretados. «En lucha consigo mismo», pensó Beth. Los ojos del hombre brillaban como carbones infernales.

– ¿De dónde vienes?

– De Melbourne. Quizá recuerdes que mi familia se trasladó allí después de que el banco vendiera nuestra granja -dijo con sarcasmo.

No dio en el blanco. El ya había recompuesto su armadura ante los recuerdos del pasado.

– ¿Vuelves a Melbourne?

– Aún no lo sé. Aunque no te preocupes por eso. No volveré a entrometerme en tu vida. Jim Neilson no corre ningún peligro.

Su declaración fue ignorada.

– ¿Adónde vas ahora?

Ella exhaló un suspiro exasperado.

– A ninguna parte que quieras saber. Vuelvo al valle. La vieja granja de la familia se pone en subasta pública esta tarde. Si puedo adquirirla, lo haré. Por mi padre. Tan extraño como pudiera parecerte él dejó su corazón allí. Y puede que yo

también.

El no dijo nada, sólo la miraba como si fuera una pesadilla que deseaba no haber soñado jamás.

– Adiós, Jim Neilson -dijo con decisión.

Sin problemas entró en el ascensor detenido en esa planta. Pulsó el botón de bajada. La cima de las montañas era un lugar solitario. Pensó en lo mucho que Jim Neilson valoraba su soledad, cuánto la amaba.